Resultados de búsqueda
Se encontraron 1872 resultados sin ingresar un término de búsqueda
- Un federal que bendice a ilegales
Un federal que bendice a ilegales Martín Pinzón y María Isabella Espinosa Fecha: Esta es la historia de Fernando Plascencia, un agente retirado del Homeland Security Investigation de Estados Unidos. Vidas en la frontera; golpes al narcotráfico y la esperanza por un días de paz se relatan en esta crónica. Lea también: De rico, a migrante pobre Compartir Foto: Fernando Pascencia - Cortesia Desierto texano, medio día. Fernando Plascencia acaba de encontrar en su turno a unos migrantes mexicanos que atraviesan la trocha. Van madres, niños, obreros y albañiles. “ Uno ve la cara de sus padres en ellos”, recuerda el ex Border Patrol (patrullero fronterizo). Son ilegales. El agente de “La Migra”, como apodan a la policía fronteriza, los detiene mientras espera a que llegue la camioneta tipo van para llevarlos a la estación. Le piden a Plascencia pedacitos de su sándwich y un poco de agua. Él se los da y les dice: “Mañana ustedes lo intentan de nuevo. Que les vaya bien. Dios los bendiga”. Sin embargo, debe cumplir con su labor: deportarlos. Así, inició su carrera de agente federal Fernando Plascencia, ex miembro del Homeland Security Investigation (HSI) , “una especie de FBI internacional”, según sus propias palabras. Desde su infancia amó la autoridad y ya adulto la impartió por toda América. Cazó narcotraficantes, “Maras” –los pandilleros de El Salvador– y ayudó a desmantelar una estructura de narcotráfico que la cadena CBS catalogó en un reportaje como “The Super Cartel ”. Todo sin que sus equipos de trabajo sufrieron ninguna baja. “Es una bendición que nunca tuve una situación así”, recuerda Plascencia, a quien le “enseñaron valores desde chiquito”. El origen Fernando Plascencia nació en El Paso, Texas, en 1964. Sus padres eran una pareja de mexicanos que emigraron legalmente a los Estados Unidos. Al año de nacido, se divorciaron y Plascencia, junto con sus tres hermanos, pasó a vivir con su madre. Ella era costurera y trabajaba la jornada completa en una fábrica. Los niños se levantaban, tendían la cama y su madre les ayudaba a preparar el sándwich para la escuela. Cuando volvían del colegio les tocaba hacer algo de la casa: Plascencia y su hermano lavaban el baño, otra aspiraba y la hermana mayor cocinaba. Luego, hacían sus tareas. A los 15 ya sabía cocinar de todo, lavar la ropa y los quehaceres del hogar. Eso formaba parte de la ética de trabajo que su mamá les inculcó. Desde su infancia, Plascencia admiró a los Border Patrols (patrulleros fronterizos). Creía que era lo más cercano a los vaqueros. El trabajo solitario en medio del desierto, los uniformes y su rol de autoridad seducían a un joven que se le inculcó el respeto por la autoridad y una cultura del trabajo. No obstante, las pocas vacantes en la Guardia Fronteriza parecían truncar la ilusión de Plascencia. Decidió estudiar para ser enfermero, pero “qué carrera más difícil”, comenta entre risas. Cursó por dos años Artes Liberales, en la Universidad de Texas en El Paso y recibió el Associates Degree , diploma para quienes tienen dos años de educación superior. Pero, por inquieto, se fue a trabajar en Reddy Ice, uno de los productores de hielo más importantes en Norteamérica, desde los 25 años hasta los 30. Fue ahí cuando la crisis migratoria de finales de siglo, con más de 1.2 millones de inmigrantes ilegales en 1992 cruzando la frontera, le abrió las puertas de “La Migra”. Empezó en agosto de 1994. Él no se quedaba quieto en su posición. Entrevistaba a los migrantes en español e inglés, arrestaba y procesaba a quienes atrapaba, mientras colaboraba en investigaciones encubiertas para otras agencias federales. El ‘Sheriff’ dio “su palabra al país de que iba a hacer todo lo correcto. Si tenía que trabajar 14 horas para hacer algo, lo hacía: lo que quiero son resultados”, señala Plascencia. “Este tipo es bueno, es agresivo”, comentaban agentes de otras agencias, de acuerdo con Plascencia. Sin embargo, cuando capturaba a los ilegales, “les daba la bendición y les deseaba suerte”. Luego de vivir su sueño por 10 años, Plascencia se aburrió. En 2004, sus amigos en otras agencias, dónde él colaboró, le dijeron que en el ICE – el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas – tenía una vacante para investigador en el HSI. “Leí la aplicación, el puesto, y dije: ‘Ah no, eso está escrito exactamente para mí’. Apliqué, inmediatamente me llamaron y fui elegido”. Así, Fernando Plascencia, su esposa e hijo se fueron a San Diego, California. Cazando narcos Su trabajo era un proceso con un resultado esperado a largo plazo. A diferencia de su anterior cargo, Plasencia se convirtió en un agente “proactivo” que se encargaba de realizar investigaciones en las que, por medio de entrevistas a distintas fuentes, creaba un archivo con pruebas en contra de grandes organizaciones de narcotráfico. Todo esto para llevar el caso ante un juez y que este determinara si era suficiente para continuar con la investigación y la posterior desmantelación del grupo ilegal. “Hasta que no estaba muy seguro de la información que recibía, no hablaba one on one con ellos: ‘Mira, aquí tenemos la oportunidad de que tú solito me digas cómo es que llegaste a estar con 200 kilos de marihuana en la cajuela. Dime tu versión. Me digas tú la verdad o no, esta noche duermes en una cárcel. No eres el primero, ni eres el último.” Plascencia fue trasladado a Latinoamérica para continuar en su lucha en contra del narcotráfico y, posteriormente, el tráfico de personas. Durante los tres años que vivió en El Salvador, se enfocó en capturar y procesar a los “Maras” más buscados por la Interpol, la policía internacional. “Entrevistamos de nuevo a los familiares del ‘Mara’ (pandillero). Muchos platicaban que se iban a los Estados Unidos. Nos decían que trabajaba en una empresa x. Investigaba sobre esa empresa y lo encontrábamos”. Así, capturó, según él, 24 cintas rojas, los delincuentes buscados por todo el mundo, del Top 10 en el país centroamericano, recibiendo un reconocimiento del gobierno salvadoreño. En 2008, fue trasladado a Colombia, donde Plasencia conoció “ sus más grandes casos de narcotráfico”. La primera incautación fue en Buenaventura. Los mafiosos traían el dinero desde México a través de los puertos en contenedores. Llegaron tres contenedores de fertilizantes de sulfato de amonio que escondían en bolsas los billetes. La primera incautación fue de $41 millones de dólares. Luego vino el arresto de Daniel Barrera Barrera, alias “El Loco Barrera”, en Venezuela, uno de los capos más grandes en la historia del narcotráfico. A pesar de su éxito, no faltaron las filtraciones de sus investigaciones. “A veces información de nuestros casos, que ya estaban archivados en la Fiscalía, se filtraba. Nos dábamos cuenta de que la banda de criminales ya tenía información de lo que habíamos hecho, estábamos haciendo y para dónde íbamos. Es por esto que nos teníamos que blindar con fiscales especializados, que les dicen ‘blindados’, y que solo trabajan en casos de muy alto perfil”, explica Plascencia. Luego del éxito En 2017 Plascencia terminó su trayectoria internacional. Lo trasladaron a Florida, donde prestaba apoyos al Comando Sur del Ejército estadounidense desde un escritorio, cuando su lugar había sido siempre el campo. Contemplaba el retiro, pues ya tenía los 25 años de trabajo como agente federal y estaba cerca de la edad máxima de jubilación: 57 años. Así, empezó a pasar cinco hojas de vida al día hasta que llegó una oferta imposible de rechazar para él: ser asesor en los puertos de Panamá en temas de narcotráfico, su “pan de cada día”. Prestó asesoría poco más de un año, porque una empresa mexicana requirió sus servicios en Ciudad de México. Ahora está cerca de sus seres amados. Visita a su madre de viernes a domingo. No se habla mucho con su hijo, “solo por chat ”. Luego del divorcio, y cuando Plascencia empezó a viajar por Sudamérica, el celular era lo único que los mantenía en contacto. “No estuve allí”, lamenta “Fer”, como le dicen de cariño. Ser un padre ausente es una de las pocas cosas que le pesa a esta altura. Pero Fernando Plascencia ya tiene organizado su futuro. A los 62 años, con su pensión de agente federal, piensa dejar de trabajar, pues ha invertido en bienes raíces. Renta cuatro propiedades en los Estados Unidos. Eso le asegura estabilidad para cumplir con su nuevo sueño: “viajar, quedarme 2-3 meses en un Airbnb y conocer Sevilla y Lisboa”. Además, planea tener un hogar en Florida, donde pueda estar cerca de su madre en los últimos años de su vida. Una vida de éxito. Para disfrutar la cosecha de años de siembra. “Yo no le tengo miedo a los cambios en la vida. Yo no me rajo de aventarme para tratar de mejorar mi situación. Yo busco oportunidades y, si me sirven, las tomo”, concluye. Una versión de este trabajo fue publicada en alianza con Europa Press el 26 de julio del 2023. Consúltala aquí.
- Unisabana Medios | Audios
Los jóvenes, una luz en el camino para la paz Sasha Muñoz, Comunicación Audiovisual El lunes 18 de marzo en Bogotá se llevó a cabo la marcha por la paz en contra de las objeciones del presidente Duque a la Ley Estatutaria de la JEP. Ver también: Emprendimientos para un país mejor Compartir
- El Covid, una pesadilla con los ojos abiertos
El coronavirus llegó a una familia del municipio de Chocontá, Cundinamarca. A pesar de las medidas de bioseguridad, que habían implementado, sus vidas se vieron afectadas drásticamente; en particular la de Stella Castro Cárdenas. El Covid, una pesadilla con los ojos abiertos Yenifer Tatiana Gutiérrez Pinzón El coronavirus llegó a una familia del municipio de Chocontá, Cundinamarca. A pesar de las medidas de bioseguridad, que habían implementado, sus vidas se vieron afectadas drásticamente; en particular la de Stella Castro Cárdenas. Disponible en Pulzo Yenifer Tatiana Gutiérrez Pinzón En Colombia, la cifra de muertos por covid-19 supera los 4 millones 900 mil personas. Muchos nacionales tuvieron que vivir la muerte de sus seres queridos, como fue el caso de la familia Martínez Castro, quien en menos de dos meses perdió a dos de las personas más importantes en sus vidas. A pesar de ser un tema difícil de hablar y pese a su estado de salud, ella empezó a contarme sobre lo que le había pasado, con la nobleza que la caracteriza. De cabello rojizo y crespo, ojos almendrados color café, pequeñas pecas en sus mejillas y una sonrisa que escondía una tristeza insuperable. Stella Castro Cárdenas, una chocontana de 58 años, reconocida en el municipio por ser una mujer trabajadora, amable, alegre, servicial y, sobre todo, por ser la dueña de uno de los restaurantes típicos de la región “El Piqueteadero del Cerdo”. Junto a su esposo, llevaban deleitando a todos sus clientes, por más de 15 años, con platos como longaniza, cerdo, rellena, chanfaina, papa criolla y costilla. Trabajaban de domingo a domingo para poder darle estudio a su hijo e hijas. Siempre eran conocidos por ser una familia unida y económicamente estable. El virus, covid-19, llegó a Colombia el 6 de marzo de 2020 y acabó con lazos y tejidos familiares y así como esta familia, hay muchas. A diario hay personas que pierden a sus padres, hijos, hermanos, sobrinos, tíos, y demás seres queridos. En el año 2020, por la contingencia del covid-19, el Gobierno Nacional declaró cuarentena estricta en todo el país. Por esta razón, su restaurante no tenía servicio y sus ingresos económicos eran nulos, debido a que era su única fuente económica. “La pasábamos encerrados, para no contagiarnos. Mi esposo y yo no dejábamos que nuestros hijos se expusieran al contagio del covid”, me confesó Stella. Cuando el comercio comenzó a reactivarse, sin duda alguna ellos también comenzaron a trabajar de nuevo en su restaurante, pero no tenían previsto que esta decisión les traería consecuencias... —Nunca pensé que iba a llegar una enfermedad a mi hogar –suspiró-. El 6 de julio de 2021, su esposo, Jorge Martínez, comenzó con tos, dolor de cabeza y desvanecimiento, pero su familia pensaba que era un resfriado porque la noche anterior había salido tarde de trabajar. Pasaron 2, 3, 4 días y la salud de Jorge empeoró. Después de una larga conversación entre Stella y sus hijos, decidieron llevarlo al Hospital San Martín de Porres de Chocontá. En el hospital, los médicos dieron la orden de remisión porque no estaba saturando bien. Stella, con preocupación, pero, sobre todo, con el amor que le tenía a su esposo, lo acompañó en el hospital de Chocontá y en la clínica El Country, a donde fue remitido posteriormente. Una semana después de la hospitalización de su esposo, el jueves 22 de julio de 2021, Stella no pudo ir a visitarlo porque se sentía mal. Se había contagiado. Ese jueves en la noche, Stella se encontraba aislada en una de las habitaciones de su casa, con fiebre y dolor de huesos, pero no era grave; estaba con medicamentos y suero para combatir este virus. A los dos días, la llamaron de la clínica El Country, donde tenían a su esposo, avisando que su estado de salud era delicado. A Stella inmediatamente se le subió la tensión y tuvieron que llevarla al hospital de Chocontá, donde lograron estabilizarla. Sin embargo, por parte de la clínica, El Country, no daban ningún reporte acerca de su esposo. El domingo, 25 de julio de 2021, Stella estaba en la habitación 204 del hospital almorzando, cuando recibió una llamada de la clínica informando que su esposo había fallecido. —Sentí que todo se derrumbaba, fue un dolor muy grande –hablaba con profunda tristeza y lágrimas en sus ojos-. No lo podía creer. Horas después de la noticia, del fallecimiento de su esposo, Stella se agravó. La remitieron para la Clínica de Zipaquirá, donde tuvieron que entubarla. “Ese domingo lo recuerdo como uno de los peores días de mi vida. Primero, la muerte de mi papá; y luego, el delicado estado de salud de mi mamá”, recalcó Cindy, la hija mayor de Jorge y Stella. La familia Martínez Castro, estaba pasando por uno de los momentos más difíciles que han tenido que afrontar, como lo describen ellos mismos. Su madre que se encontraba en UCI, no mostraba mejoría y las cenizas de su padre estaban listas para ser reclamadas. “Orábamos mucho, todos los días, le pedíamos a la Virgen por la recuperación de Stella y el eterno descanso de mi cuñado”, manifestó Miriam Castro, hermana de Stella. Había pasado una semana desde la muerte de Jorge, cuando el papá de Stella, Heliodoro Castro, fue hospitalizado por estar infectado de covid y una complicación en su corazón hizo que su estado de salud fuera más delicado. Heliodoro Castro, de 84 años, estuvo en el hospital de Chocontá durante 5 días, los médicos no les daban esperanza a sus familiares, estuvo 1 día agonizando. “Era muy difícil ver a mi abuelito en ese estado –me contó María Pinzón, una de sus nietas-, los últimos días lo tuvieron que amarrar a la cama porque se quitaba el oxígeno, estaba sufriendo mucho”. Mientras tanto, desde la Clínica de Zipaquirá, llamaron a Ana Matínez, la hija menor de Stella, para avisarle que su mamá había reaccionado. La felicidad inundaba la casa de la familia Martínez Castro, pero otro suceso lamentable estaba por ocurrir. El 31 de julio de 221, murió Heliodoro Castro, padre de Stella... Y, con él, 291 personas más fallecieron por causa del covid-19, según datos suministrados por el Ministerio de Salud. “No soportábamos una pérdida más, todos estábamos desconsolados”, contó Miriam Castro. Los familiares esperaron a que Stella estuviera mejor y regresara a su casa para contarle la noticia del fallecimiento de su papá. El lunes, 2 de agosto de 2021, le dieron la salida a Stella y ese martes siguiente, sus hermanas se reunieron y con mucha valentía fueron a la casa de ella a darle la noticia. “Fue un dolor muy grande, estaba esperando salir de la clínica para ver a mi padre”, dijo Stella. Sin embargo, después de pasar su duelo, afirma que todo fue la voluntad de Dios, ella no quería ver sufrir a su esposo, ni a su papá. Su vida cambió radicalmente. Actualmente, debido a las secuelas, no puede trabajar, está en terapias para mejorar la movilidad de sus brazos y de sus piernas. Anhela recuperarse y abrir de nuevo el negocio que tenía con su esposo y que ahora atenderá con su hijo mayor. Con lágrimas en los ojos, aferrada a la vida y con el apoyo de sus seres queridos, “solo me queda seguir adelante, aprender a vivir con la ausencia de mis dos grandes amores, que ya no están conmigo, pero por quienes seguiré luchando. Por ellos y por mi familia”, exclamó Stella.
- Así acudieron a las urnas los bogotanos y cundinamarqueses
Diana Bejarano, Daniela Ortegón, Juan Fernando García, Juan Gabriel Castro, Juan Camilo Zubieta García, Valentina Aguilera Paez, María Catalina Nieto Casabianca, Andrés Felipe Serrano, Sebastián Alexander Molina Niño, Julián Steven Tapias Alfonso < Volver Camera Así acudieron a las urnas los bogotanos y cundinamarqueses Diana Bejarano, Daniela Ortegón, Juan Fernando García, Juan Gabriel Castro, Juan Camilo Zubieta García, Valentina Aguilera Paez, María Catalina Nieto Casabianca, Andrés Felipe Serrano, Sebastián Alexander Molina Niño, Julián Steven Tapias Alfonso Las imágenes de cómo se vivió la Primera Vuelta Presidencial en los principales puntos de votación de Bogotá y los municipios aledaños. Anterior Siguiente
- Unisabana Medios | Audios
Reportaje: Cáncer de tiroides Catalina Gómez, Comunicación Social y Periodismo Es un reportaje sobre cómo ha crecido la aparición de cáncer de tiroides, una enfermedad silenciosa y silenciada. Ver también: Salvado por el cascabel Compartir
- Educación parental para la prevención de adicciones
Hablamos sobre la importancia de la educación parental para la prevención de adicciones. Educación parental para la prevención de adicciones Hablamos sobre la importancia de la educación parental para la prevención de adicciones. Compartir
- Héroes apócrifos
Héroes apócrifos Cristian David Moreno Garzón, Comunicación Social y Periodismo Fecha: Los deportistas solo piensan en una cosa: ganar. Llegar a la victoria es el único objetivo, cómo ganan y qué utilizan para hacerlo son cosas aparte. El bocadillo y la aguapanela ya no son suficientes. Lea también: El partido que me devolvió la sonrisa Compartir Foto: Unsplash ¿Qué tienen en común Diego Maradona, María Sharapova, Alberto Contador, Paolo Guerrero, Pep Guardiola y Lance Armstrong? Todos ellos fueron sancionados por dopaje. El uso de sustancias ilegales para mejorar la condición física de los atletas ha sido un gran problema para el deporte, práctica que muchas veces es impulsada por los gobiernos. Rusia y China son un caso palpable de esta situación, pues se vieron involucrados en un gran escándalo de doping sistemático donde se sancionaron a más de 11.000 deportistas. El deporte "criollo" también se ha visto inmiscuido y manchado por el dopaje, Colombia llegó a ser el país con más casos a nivel global en 2019 y, a causa de ello, el Congreso de la República se vio obligado recientemente a endurecer las sanciones, gracias a la ley 2083 de 2021 que entró a regir desde el 18 de febrero. Ahora todo aquel que suministre sustancias para mejorar el rendimiento de nuestros deportistas podrá ir a la cárcel. La boldenona es la protagonista de esta decisión, ya que es la sustancia por la cual han aparecido positivos en los exámenes antidoping la mayoría de los deportistas en Colombia que han sido descubiertos en estas prácticas. Es el caso de atletas como Robert Farah (campeón de Wimbledon), los ciclistas Fabián Puerta (ciclista de pista olímpico), Juan José Amador, Sergio Salazar y Alexis Camacho , a quienes se suman los futbolistas Daniel Londoño, Yobani Ricardo y Santiago Echeverría (futbolista argentino exjugador del Independiente Medellín); además de los pesistas Andrés Caicedo, Yeison López, Yenny Sinisterra, Juan Solís y Ana Iris Segura. Todos esos ídolos colombianos han tenido en común que, cuando se les ha encontrado positivos para doping , han coincidido en un pretexto para no aceptar su responsabilidad. Sucede que la boldenona sirve para aumentar la masa muscular y mejorar el rendimiento en humanos. Actualmente está autorizada para uso veterinario en Colombia y de allí se han "agarrado" todos los deportistas anteriormente mencionados, pues cuando se les ha encontrado esta hormona han argumentado que esta proviene de un "pedazo de carne vacuna infectado", pese a que, según un estudio realizado por el INVIMA, solo el 0,3% de las muestras de carne vacuna analizadas poseen restos de este esteroide. Seguramente estos deportistas debieron correr con muy mala fortuna, al comer un pedazo de carne infectado perteneciente a este bajo porcentaje… poco probable, pero quién sabe: de seguro fue eso. Se cree que todos aquellos que surgen en el deporte colombiano son impulsados por ese elixir divino que llamamos agua de panela y que el bocadillo veleño es el encargado de llenar a los atletas de vigor y fuerza. Sin embargo, cada vez es mayor el grupo que cambia el dulce de guayaba por hormonas o estimulantes. A pesar de que la boldenona es la más utilizada, se han encontrado otras sustancias en los cuerpos de muchos ídolos colombianos: Jarlinson Pantano (ciclista revelación del Tour de Francia en 2016) salió positivo en 2019 por EPO, una sustancia que aumenta la producción de glóbulos rojos y, con ello, la resistencia de la persona. Así como Pantano, actualmente hay otros 6 ciclistas sancionados por el uso de este fármaco. A pesar de todos los esfuerzos de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) por frenar el dopaje a nivel global, parece que siempre quedan vacíos. “Hecha la ley, hecha la trampa”. El uso de sustancias prohibidas en el deporte es una constante carrera ya que siempre se encuentran nuevos fármacos o estrategias para nunca salir positivo en una prueba antidoping. El caso de Lance Armstrong es el claro ejemplo de ello: durante años el aclamado ciclista ganaba todo sin rastro de dopantes. No obstante, años después, sus mismos compañeros de equipo admitieron que Lance mejoraba su rendimiento mediante el uso de fármacos. Solo mediante esas confesiones se logró comprobar que el éxito de Armstrong había sido construido mediante ayudas farmacológicas. Caso similar ocurrió con China y Rusia en donde médicos que trabajaban con la comisión olímpica expusieron el uso sistemático de medicamentos para potenciar el rendimiento de sus atletas. Ante la falta de efectividad de los controles de doping, resulta de vital importancia la transparencia y honestidad de los deportistas colombianos para competir con limpidez en cada una de sus disciplinas. La ideología maquiavélica de llegar a la victoria sin importar el cómo debe dejarse a un lado y permitir que predomine el sentido de integridad en los atletas nacionales. No serán suficientes las leyes expedidas por el Gobierno Nacional si nuestros deportistas siguen prefiriendo la victoria sobre la moralidad, escoger los medicamentos en jeringas en vez de bocadillos en hoja de bijao.
- El rostro de una cultura invisible
La comunidad Kuna Yala vive alrededor de 40 islas en el Archipiélago de San Blas, en Panamá, y sus obras artísticas se extienden dentro de la urbe bogotana. El rostro de una cultura invisible Danna Camila Muñetones Ortiz La comunidad Kuna Yala vive alrededor de 40 islas en el Archipiélago de San Blas, en Panamá, y sus obras artísticas se extienden dentro de la urbe bogotana. Disponible en Pulzo Carlos trilleras El francés David Ducoin tomaba en 2006 la fotografía de una indígena de la comunidad Kuna en Panamá. Ocho años después, el colombiano Carlos Trilleras pintaría el rostro de esta mujer en una pared del Callejón del Embudo, al lado de la plazoleta del Chorro de Quevedo, en el centro de Bogotá. El trabajo final de este artista se convertiría más tarde en uno de los murales más representativos de la Candelaria, no solo por sus colores, sino por la expresión de la anciana, su fuerza y, sobre todo, su mirada. Este mural sería el rostro visible de una cultura, para muchos, invisible. Empezamos el recorrido en el café galería ‘Nuestra herencia’, ubicado en la calle 11 con segunda, al final de una vía de tejados de barro cocido, numerosas ventanas, balcones de madera, gruesas paredes de adobe y bahareque, faroles negros y puertas anchas de madera. Una calle que recuerda, aunque sea brevemente, a la Bogotá de nuestros tatarabuelos. El establecimiento, desde la fachada hasta el segundo piso, no solo se caracteriza por el aroma a café, sino por los murales y cuadros de un artista tolimense que empezó a pintar desde que tenía aproximadamente 8 años. La tragedia de Armero, en 1985, no solo impactó a los más de 20.000 muertos que aún llora Colombia; también transformó a Carlos Trilleras quien tuvo que salir, junto con su hermano, del municipio de Líbano a Lérida, en Tolima. Como no tenía un núcleo familiar estable, pues sus padres se habían separado y él se había quedado con su hermano mayor, empezó a pintar la publicidad de los locales de su barrio. Bar donde Pedro, Punto del sazón, escribía en sus ratos libres, mientras sus compañeros hacían la tarea. “A mí me engomaba harto eso, entonces yo les decía ‘no, no me paguen y muchas veces no recibí dinero’”. Sin embargo, era así como, en la escuela, compraba un vaso de colada con pan, su merienda favorita que costaba 20 pesos. Treinta años después, desde la mesa esquinera del café ‘Nuestra herencia’, viendo uno de los primeros cuadros que hizo en su juventud, Trilleras recuerda su propia herencia, que no tiene nada que ver con el arte. Su familia, en la cual ninguno es artista, se negó a apoyarlo. Por eso, cuando salió del colegio, algunos años después de que su profesora lo impulsara a marcar los cuadernos de sus compañeros y a pintar los letreros de las asignaturas en los salones para ganar dinero, se sintió solo. “Sentía para dónde iba, pero no sabía cómo”, dice Trilleras con su miraba fija en las líneas marrón de la mujer embera que decora el lienzo pintado por él años atrás. Salimos del café, cruzamos la calle y giramos a mano izquierda por la carrera segunda. Nos encontramos, solo a unos pasos, con el mural de ‘El indio’ lleno de colores vibrantes: amarillo, rojo, verde, azul, morado y blanco; un mono en sus hombros, plumas en su cabeza, humo saliendo de sus labios y el universo a sus espaldas. “Esa imagen que usted ve ahí es mi papá. Todo el mundo lo ve y me pregunta, es que usted lo idolatra, es que su papá es un taita, es un indígena de la comunidad no se qué. No. La razón de eso es que mi papá siempre se quiso ver de esa forma, siempre tuvo eso en la cabeza. Él ya va para los 70 años y siempre quiso verse como una persona de plantas, de saberes y de conoceres, pero no en una cuestión formal”. Rafael Trilleras, su padre, siempre vio su arte como un problema, pues para él no había futuro en este oficio. Cuando pequeño le colaboraba a su hijo con lo que fuera, menos con lo que tuviera que ver con la parte artística. Cuando salió del colegio, recuerda Carlos, aunque rara vez se sentaban a dialogar, se reunieron para hablar de su futuro. Papá Rafael le dijo que se fuera a Ibagué a estudiar y que él le ayudaba con todo, menos con lo que tuviera que ver con la pintura. Entre risas, el artista cuenta que le dijo: “Bueno, papá, entonces muchísimas gracias, pero ese no es el caso”. Su mamá tampoco es la excepción, ni los otros hermanos que tiene. “Yo nunca reniego de eso, ni lo digo de una forma triste. Si esto se vuelve a repetir, yo quiero que no me apoyen nunca”. Mirando su obra, recostado en la pared al otro lado de la vía, cuenta que él hizo todo el estudio: tomó la fotografía, creó los penachos, el contraste y después se dispuso a pintar alrededor de un día entero, con vinilos y lacas, como suele hacer con la mayoría de sus murales. Entonces, trajo a su padre a La Candelaria para ver el resultado final. –¿Y cuál fue su reacción? –No, eso no fue ninguna reacción. Él no es casi efusivo. Pero es bueno el ejercicio de mostrarle y decirle: mire que no fue un arrebato, esa es mi vida, para eso estoy. O sea, él lo sabe, pero hay un silencio total con todo eso. Seguimos caminando aproximadamente dos cuadras por la carrera segunda hasta llegar a la plazoleta del Chorro de Quevedo. Allí, en medio de los artistas, vendedores y visitantes del lugar histórico, Trilleras camina despreocupado. Sabe a dónde va. Nos encontramos con una calle angosta, llena de casas juntas que hoy son, en su mayoría, comerciales. Allí, en el Callejón del Embudo, descendemos menos de media cuadra por el camino de piedras, hasta llegar al mural donde cientos de colombianos, ecuatorianos, norteamericanos y franceses se han tomado fotos. Nos quedamos mirando a la indígena que posa sus ojos en el cielo azul. Algunas personas, mientras tanto, se tropiezan con nosotros cuando pasan. Es una calle de movimiento constante, de dinamismo, de contrastes. La indígena parece no hacer estorbo, aunque nosotros sí; ella se mimetiza con el lugar. En la pintura, el muswe –pañuelo rojo estampado en amarillo– resalta entre las molas o mulas –cuadros coloridos de tela– que se han convertido en la bandera del pueblo Kuna Yala. La representación de esta comunidad a través de las manos de Trilleras es el resultado del largo trasegar del artista en la búsqueda de su propia voz, travesía que lo llevó a estudiar diseño gráfico en Ibagué y a abandonar la carrera cuando le faltaba muy poco para reclamar su diploma. Desde allí, e incluso desde antes, entendió que el único camino para ser un artista, uno verdadero, era explorar sus raíces y sus ancestros. Entró así a la Universidad Distrital Francisco José de Caldas a estudiar Artes plásticas y visuales. Se retiró al semestre, porque vio que lo formaban para vender, no para entenderse a sí mismo. En ese camino encontró a Ghiger, con su “mente perversa y cuestión áspera”; a Leonardo DaVinci, con el sfumato; a Van Gogh, con la yuxtaposición; e incluso a Alejandro Obregón, con el óleo, quienes lo ayudaron, como sus referentes, a explorar la historia del arte y, en últimas, a explorarse a sí mismo. Así como lo apasionaba la historia artística de Europa, descubrió que lo apasionaba aún más la historia de las comunidades indígenas: de sus luchas, vivencias, conocimientos y tradiciones. Por eso, cuando pintó Resistencia Kuna, en su mente estaba vivo el año 1925 y se imaginaba cómo los indígenas de esta comunidad se rebelaron ante las autoridades panameñas, en respuesta a la occidentalización forzada a la que fueron sometidos. La resistencia, pues, estaba en sus venas. –”¿Le tiene cariño?”, le pregunto a Trilleras viendo su obra kuna. Él se ríe. – Me acuerdo siempre de todo lo que me ha dado, más bien. Todo lo que me ha formado, todo lo que me ha enseñado, todo lo que he vivido y viajado gracias a ella. Edward Ordóñez, su aliado comercial y amigo, recuerda el día en que la pintó. “Él es sigiloso como un cocodrilo, cuando se mete, se mete”, dice rememorando no solo esa obra, sino las más de 20 que ha visto pintar. “Con esta imagen pasa algo muy vasto. Sumercé le toma una foto y ella cobra vida, usted le ve esa fuerza”, dice Trilleras. Un alemán que ve su obra dice: “En los ojos, en su expresión, no hay muerte, sino vida”. Cuando oye comentarios de su obra, Trilleras escucha atentamente y sonríe; no hace ningún comentario. “Sabe escuchar, pero también hablar”, dice Rodrigo Aguirre, su amigo desde hace 22 años. Nos alejamos del mural bajando la cuesta lentamente. Hablando aún de la indígena, Trilleras recuerda que al Mercado de Pulgas San Alejo, en donde trabaja desde hace 9 años con su amigo Aguirre y en donde vende sus camisetas por 35.000 pesos, han llegado turistas que le confiesan que han venido a Bogotá solo a ver esta obra. Incluso, un día Trilleras cuenta que la vio plasmada en un avión de Avianca o de American Airlines que invitaba a los espectadores a visitar Bogotá. “El artesano urbano”, como lo llama una visitante del centro histórico de la capital, reconoce, mientras esperamos para pasar la calle, que probablemente gracias a su constancia y pasión su papá ahora es más sensible con el arte y con su trabajo. Finalizamos el recorrido una cuadra más abajo, donde un mono se posa en el hombro de un niño de la comunidad Nukak Makú. Mirando su pintura, Carlos Trilleras dice, más para sí mismo que para mí: “Esto aún no ha comenzado”.
- ¿Qué son los 'Cameos'?
Son apariciones de personajes relevantes en papeles muy pequeños en películas, videojuegos o programas de televisión. ¿Qué son los 'Cameos'? Son apariciones de personajes relevantes en papeles muy pequeños en películas, videojuegos o programas de televisión. Compartir
- Antídoto y no anti todo: un ‘verde’ por la juventud
Antídoto y no anti todo: un ‘verde’ por la juventud Laura Angélica Lenis Llano, estudiante de Comunicación Social y Periodismo Fecha: Los proyectos de acuerdo del concejal Julián Rodríguez Sastoque van orientados hacia las personas que son el futuro del país. Lea también: Jerome: Una líder local de ‘enorme’ talante y ‘corta’ edad Compartir Foto: Santiago Rincón Avedaño Entro a la sala del Concejo y está Julián Rodríguez, con una pose desinteresada mirando el celular. Le pregunto a Santiago Rincón, el jefe de prensa, si puedo acercarme a tomar una fotografía. Pasan 20 minutos y aparece a mi lado quien organiza la agenda del concejal. Le hace una seña. “¿Es ella?”, pregunta. Sonríe mientras levanta las cejas, me da la mano y se presenta. El Concejo de Bogotá está ubicado en la calle 36 con 28 en Teusaquillo, un barrio central de la ciudad. Es una plazoleta con piso de ladrillo, edificios bajos blancos y al menos 10 palmeras que se yerguen frente a las ventanas. A la entrada, el recibidor está conformado por un sofisticado equipo de seguridad que registra hasta el más mínimo detalle de los funcionarios y visitantes. Julián David Rodríguez Sastoque tiene 25 años. Es menudo, pero no flacucho; mide al menos 170 centímetros. Hoy, su reloj, sus converse y su saco son de color verde, como su partido político. Van a juego con un blazer azul, camisa blanca y jeans. —Llevamos tres meses en campaña porque la política se hace en la calle— me dice, mientras camina con paso ágil hacia la biblioteca del recinto. Saluda a un par de personas, compañeros de trabajo, y me indica una escalera de madera en forma de espiral para que suba. Desde sus inicios académicos, Julián está lleno de iniciativa. Katherine Ramírez, amiga y compañera de carrera del concejal, comenta que él creó un modelo de Naciones Unidas en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional (ONUNAL) cuando solo existía la opción en la Facultad de Derecho. Ahora, Rodríguez no impulsa modelos, sino proyectos de acuerdo —como el de la aprobación de prácticas remuneradas para estudiantes de educación superior en Colombia—. El proyecto, aprobado desde hace un año, garantiza que los pasantes universitarios reciban una remuneración de un salario mínimo legal vigente —cerrado en $1.000.000 para 2022 sin subsidio de transporte— más afiliación al sistema de salud. —Su Core (corazón) es los jóvenes— me asegura Paola Fonseca, una economista que hace parte de su equipo de trabajo y de su grupo de amigos, mientras nos tomamos un café. —Tuvimos tres escuelas, una de formación política general, una de juntas de acción comunal, ahorita la escuela de liderazgo ambiental y el próximo semestre vamos a tener una escuela de formación en paz y derechos humanos —, confirma él. Es el antídoto para los jóvenes. Santiago Vanegas, estudiante becado de Ciencia Política y consejero de juventud de la localidad de Usaquén, menciona, respecto al ejercicio de Rodríguez Sastoque: “Yo represento a la lista independiente de Empoderados (colectivo juvenil del concejal). Sí he trabajado con él”. Afirma que uno de los principales pilares que tiene Julián es que trabaja por los jóvenes y la gran mayoría de acuerdos y debates en el Concejo, lejos de quedarse en papel, propician las garantías y las oportunidades de las nuevas generaciones. En vez del conflicto, prefiere la paz: “En 2016 […] en el proceso de paz con jóvenes, con Naciones Unidas y con otros aliados, me di cuenta de que teníamos que ser parte de la decisión”, explica con voz calmada, mientras me mira con aprecio y seguridad apoyado en una silla de cuero café. —Ese fue un año que marcó, para mí, mi vida, entre otros factores—, agrega Rodríguez. Julián creció rodeado de los barrios 20 de Julio, Timiza, Villa de los Alpes y La Estrada, al sur de Bogotá, donde terminó su bachillerato académico, donde descubrió que un día sería concejal. En ese lugar, según cuenta Stella Sastoque, su madre, revela otro aspecto que lo ha marcado: el divorcio de sus padres, que sucedió cuando Rodríguez tenía 9 años. “Eso le dio durísimo […] él ya veía que era el mayor de la casa […] y que tenía que responder con varias cosas”. Desde ahí empezó su responsabilidad, la misma que mantiene ahora enfocada hacia la sociedad. «Ser concejal implica hacer un trabajo juicioso, ir de frente con tus posiciones, asumirlas con absoluta contundencia», me dice el cabildante. Julián trabaja con el partido político Alianza Verde. Todos los días tiene un plan distinto: volantear , visitar municipios y departamentos, apoyar a Cathy Juvinao — representante electa a la Cámara por Bogotá— o a su candidato a la Presidencia, asistir al Concejo, firmar proyectos de acuerdo, trabajar por la juventud porque “no hay lucha imposible” —según Carlos Amaya, para Rodríguez será algún día Presidente de la República—. Su voz es firme, pero suave y jovial. Enreda cada palabra como un espagueti en un tenedor para ofrecer un bocado final que no deja duda a quien le escucha de que, en efecto, sabe de lo que habla. José Iván Bula, quien fue su profesor de Economía en la Universidad Nacional de Colombia, entre 2014 y 2019, menciona que su ex alumno es bien intencionado en su ejercicio y tiene el bagaje teórico e instrumental para comprender las necesidades de Bogotá y del país. No todos piensan igual. Óscar Sevillano, un columnista de opinión de El Espectador (diario colombiano), ha criticado a Sastoque por firmar e irse de las sesiones del Concejo antes de tiempo y por ‘andar despistado’ haciendo otras cosas que no hacen parte de la plenaria —como asistir a un acto político de Carlos Amaya—. Ante las críticas, me dice que no hay que dejarse derrumbar por ellas. “Entre más visibilidad tengas tú, más te van a tirar (o criticar)”. Parece que cada día que pasa fuera más visible, porque, como su trabajo, las críticas van en aumento. El Plan de Ordenamiento Territorial, propuesto por la administración Distrital y apoyado por Rodríguez, ha puesto en jaque la tranquilidad de la bancada verde y detonado múltiples ataques discursivos contra él. Una de las discusiones finales para el proyecto —que de 2022 a 2035, definirá para la Capital el plan de acción en materia de ambiente, servicios públicos y territorio— generó en el recinto del Concejo un debate sin matices entre lo personal y lo político. En el programa radial Mañanas BLU , Diego Cancino, funcionario político de los ‘verdes’, alegó que la ley de bancadas (que demanda una votación unánime), propuesta por Rodríguez para esta decisión, es una restricción a la democracia, así se quiera demostrar lo contrario. Martín Rivera, Lucía Bastidas y Luis Carlos Leal secundaron la opinión de Cancino. Una acción anti todo para el ejercicio de Sastoque. Las constantes críticas anónimas punzan la imagen del concejal más joven de Bogotá y dos amenazas, hasta el momento, en su contra son la cereza del postre de lo que para él es un sesgo político y agresivo. —Le genera a uno mucha frustración que cuando alguien quiere hacer las cosas diferentes la solución es intimidar— pero su trabajo habla por él y, pese a la frustración, Ángela Escobar, la prima del Julián y una de las personas más cercanas a él, estará siempre cuando la necesite y “firme al pie del cañón”. «El joven al que le gusta trabajar con otros jóvenes para cambiar este país», como se describe a él mismo, seguirá bailando, como indica su madre, al son que le toquen para hacer buena política, para llegar al Senado en 2026 y para “ser antídoto y no anti todo” de una sociedad en permanente cambio.
.png)










