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  • Franklin Ramos, la 'mejor versión de sí mismo'

    Franklin Ramos, la 'mejor versión de sí mismo' Sofía Buelvas Puerta, Comunicación Social y Periodismo Fecha: Con más de 20 años de trayectoria en el mundo de la moda, Franklin Ramos nos comparte su historia y las dificultades que ha tenido que enfrentar para llegar a la cima del éxito. Lea también: "Pamela Díaz, una 'grande' de la moda" Compartir Foto: Sofía Buelvas Suéter cuello tortuga color azul rey, encajado en un pantalón de talle alto que está rodeado por un frágil y delgado cinturón negro que contrasta con el color gris del pantalón. No podían faltar los zapatos adecuados para crear el look apropiado, tiene puesta una combinación de tenis y mocasines creando perfectamente un estilo vintage propio de él, de Franklin Ramos, el reconocido asesor de imagen colombiano. Se acerca a mí con una mirada penetrante y muy seguro, pues cada pisada la da con especial contundencia. Arranca a contar sobre sus inicios: "Yo inicié en este mundo desde muy pequeño, nací en una familia matriarcal, rodeado de muchas mujeres" , recuerda y continúa: "Ellas me mostraron lo que es la vanidad femenina, las mujeres de mi región, de la costa, siempre son demasiado vanidosas y eso fue lo que vi en mi infancia. Pero hablo de una vanidad bonita, ligada a una cantidad de elementos que me hicieron entender que podría desarrollarme en ese campo". Franklin estudió artes plásticas en Medellín y lo que más llamaba su atención era la pintura. Conoció, para entonces, a un Makeup Artist que le enseñó lo fascinante de plasmar color en el rostro de una mujer y lo animó a hacer parte del mundo de la belleza y de la estética. Más tarde, cuando se había convertido en un apasionado del color sobre el rostro femenino, viajó al pueblo colombiano de Mompox, donde se estrenó en un salón de belleza. Luego tuvo dos paradas más: Cartagena y Bogotá. "La capital me abrió las puertas y me mostró un universo gigante en el que podría desarrollarme con muchas facetas y es lo que hago hoy en día, que es lo que amo y adoro". - Participó en la película de Crónica de una Muerte Anunciada. ¿Qué papel desempeñó y cómo se dio esa oportunidad? - Eso fue cuando estaba muy chiquito, tenía alrededor de 11 años, fue antes de tener algún tipo de trabajo. En ese entonces en Mompox se hacían muchas cosas, había mucho arte, se filmaban muchas películas y documentales. A mí me llamó la atención ese mundo sin saber qué quería hacer. Entonces, en esa época conocí a una vestuarista muy famosa en Colombia, llamada Rosario Lozano, y a ella le causó gracia que una persona tan chiquita quisiera hacer parte de ese universo y de alguna forma me dio la oportunidad de trabajar con ella siendo asistente. Ahí me fui enamorando, vi tantas cosas, pero no tenía certeza de en qué me quería enfocar y qué hacer realmente. Pero sabía que quería pertenecer a este mundo de la moda, del show business, de todo lo que tiene que ver con embellecer a la mujer. - Ante ese panorama, ¿qué decía tu familia? - Yo nunca he tenido ningún tipo de conflicto con mi familia, siempre se dieron cuenta de que tenía muchas inquietudes entonces nunca me limitaron, nunca me pusieron trabas para desarrollarme en lo que yo quería. Creo que se dieron cuenta y me dejaron ser libre y me apoyaron en todas las decisiones que tomaba, obviamente bajo unos parámetros de casa basados en la educación. Para mí habían ciertas cosas que eras nuevas, pero que para ellos eran realmente extrañas, puesto que los europeos tienen una vida totalmente diferente; entonces, para mi familia, criada en un pueblo como Mompox, que es de gente maravillosa pero que que quedó estancado en el tiempo y que gracias a eso ha conservado muchas cosas de su cultura y sus costumbres; le resultaba muy difícil asimilarlo. - Cuéntenos una anécdota de su infancia. - Tuve una infancia muy feliz, la verdad hoy en día vivo agradecido de haber tenido una infancia como la que tuve en Mompox. Fueron muchas historias, lo que era prohibido era siempre lo que nos llamaba la atención, lo que nos gustaba. Recuerdo que cogía a todos los amigos de mi cuadra y me servían de conejillos de indias cuando empecé a desarrollar el arte y ahora que voy me dicen: “claro, aprendiste con nosotros y ahora no nos quieres ni ver”. Pero, no es eso, claramente todo va cambiando. Siempre desde pequeñito me mandé a hacer mi ropa, iba donde la modista, le llevaba la tela y la modista me hacía caso en todo. Después, mi mamá llegaba y le decía que cómo era capaz de dejarse manipular por un niño de 11 o 12 años. Pero siempre he sido así, muy inquieto con esos temas. - ¿Quién o quiénes han sido esas personas que marcaron su vida? - Han sido muchas en diferentes etapas de mi vida; por ejemplo, en mi infancia fue una tía a la que le llamábamos “mi mamá cachaca” que era una tía súper alegre con un espíritu increíble, ella marcó mucho mi vida porque fue mi alcahueta, por así decirlo: era fiestera, coqueta, popular y la más líder. Era una mujer que el pueblo quería demasiado y esa popularidad la hacía tener una personalidad increíble y me enseñó muchas cosas. Pero a lo largo de mi vida han sido muchas personas, una de ellas es una mujer que se llama Elza Porto que me puso un pincel en la mano, me dijo "tú tienes destreza para esto". Ella había estudiado en España y fue como mi primera maestra, mi primera tutora en el tema de la colorimetría y en muchas cosas que yo no tenía ni idea. Otra persona es Germán Palomino que fue quién me trajo a Bogotá. - Ha trabajado con artistas de talla internacional como Hillary Duff y Paris Hilton. ¿Cómo se dieron esas oportunidades? - Todo ha sido a raíz de mi trabajo, uno no debe hablar de lo que ha hecho sino demostrarlo con lo mismo, con su trabajo. Demostrando lo que hago, siento que eso se debe a lo que me apasiona, mi trabajo es una pasión para mí. Es lo que me mueve, me genera adrenalina por querer hacer las cosas bien hechas, yo soy partidario del perfeccionismo que en algo me marcó; por ejemplo, mi madre lo era, entonces ella marcó mi vida. De ella aprendí a ser perfeccionista y esto a hecho que mi trabajo se haya viralizado y popularizado, que haya ganado nombre; entonces, a raíz de ese nombre de haberlo hecho en Colombia, todos estos artistas, los managers o los que hacen posible que estos personajes lleguen a Colombia me busquen, no ha sido por fama o porque aparezco en televisión, es porque el trabajo habla por sí solo y habla de mí. - ¿Qué proyectos se avecinan para usted? - Viene el segundo libro, que es “La mejor versión de ti mismo”. Es un libro que estoy escribiendo para enseñarle a las mujeres a quererse a sí mismas, a empoderarse y por medio de la belleza hacer realidad muchas cosas que ellas quieren y así darle las herramientas para que entiendan que son cada día más lindas, no solo físicamente sino a través de la aceptación y de quererse a sí mismas. - ¿Cuál es la tendencia en moda de esta época? - El individualismo es el punto focal de lo que debes tener en cuenta al momento de adoptar cualquier tendencia. Ahora las tendencias son bastante amplias, son una carta inmensa de posibilidades que tienes, pero lo que debes saber a la hora de adoptar cualquier tendencia es que sea apta para ti. Cada cual debe buscar una buena asesoría para ver qué le queda y conocerse a sí mismo, también saber qué quiere proyectar, porque, si no lo tiene claro, puede llevar cualquier tendencia, pero no va a pasar absolutamente nada.

  • Bogar La resistencia de los pueblos palafitos en Colombia

    Bogar La resistencia de los pueblos palafitos en Colombia Por Juan Camilo Hernández-Rodríguez y Alejandro Gómez Toro Por Juan Camilo Hernández-Rodríguez y Alejandro Gómez Toro Esta crónica inmersiva en video de 180 grados lo transportará hasta los pueblos palafitos de Colombia, en medio de la Ciénaga Grande de Santa Marta, para presenciar las luchas diarias de sus habitantes. Haz clic para acceder al contenido Ver también: Iberoamérica, un cuento colectivo Compartir

  • Los colegios privados están fortaleciendo la inclusión

    Los colegios privados están fortaleciendo la inclusión Valeria Ovalle, estudiante de Comunicación Social y Periodismo Fecha: Karolina Talman, fundadora y directora del programa PIES, expone los desafíos que enfrentan los programas de atención a los estudiantes con discapacidad y las mejoras que deben poner a consideración. Lea también: Educación remota, otro reto de la inclusión Compartir Foto: En Colombia todo estudiante con cualquier condición de discapacidad tiene derecho a estudiar en los colegios privados y públicos que otorgan títulos de bachiller, como lo establece el Decreto 1421 del 2017. En la siguiente entrevista, María Karolina Talman Peluha, fonoaudióloga de la Universidad de Santander, y fundadora y directora del Programa de Inclusión Educativa y Social (PIES) del colegio José Joaquín Casas, le explica a Unisabana Medios el estado en el que se encuentra la inclusión de estudiantes con discapacidad en los colegios privados, las estrategias educativas que se están utilizando y las posibles soluciones para que exista una verdadera educación en los niños con necesidades especiales. ¿Hasta qué punto los colegios privados están preparados para la inclusión? De acuerdo con mi trayectoria de 20 años, he evidenciado que muchos programas de inclusión han fallado porque no tienen la experiencia. He recibido niños, a quienes sus padres los han retirado de colegios privados con programas de inclusión ineficaces. Hasta ahora están mirando cómo fortalecer los procesos de inclusión, ya que se necesita de profesionales especializados que los guíen en sus procesos y especialmente, en el desarrollo de habilidades sociales. Ahora bien, también existen escuelas de educación especial, diseñadas para niños con necesidades que requieren mayor apoyo, como los sordos ciegos, aquellos que tienen déficit cognitivo severo o los autistas no verbales, lo que representa que estas categorías no pueden estar en una inclusión en aulas regulares en los colegios privados porque van a requerir de profesionales más especializados en asuntos primordiales. Por ejemplo, un niño sordo ciego dentro de un aula necesita un especialista en braille, el cual es difícil de encontrar. Y al trabajar estas necesidades, puede ser que más adelante ese niño tenga una evolución y sea incluido en los colegios. En Colombia el Decreto 1421 de 2017 menciona que los colegios privados deben incorporar la inclusión en sus proyectos educativos. ¿Qué están realizando actualmente las instituciones educativas para cumplir con este decreto? Las instituciones educativas privadas en este momento están fortaleciendo la inclusión, porque la ley lo exige. Sin embargo, cada colegio privado tiene la libertad de manejar su propio programa, de revisar cuál es la manera más idónea de ofrecerlo y de evaluar sus resultados, porque muchas veces cuando se habla de inclusión, se cree que es solamente tener un niño en un aula regular y va mucho más allá de eso. La parte social también es importante en el desarrollo de él, toda vez que en los colegios donde no hay un seguimiento muy específico de los niños, se presentan casos de bullying hacia los niños que tienen necesidades especiales. En conclusión, en Colombia todavía la inclusión no está profundizada. Se deberían generar algunos cambios en las estrategias que plantean los colegios para flexibilizar un currículo, a través de un Plan Individual de Ajustes Razonables – PIAR, una manera real de trabajar entre maestros, familia y estudiantes, y donde haya un verdadero apoyo interdisciplinario con profesionales idóneos en cada una de las materias, ya que existen diferentes necesidades, diagnósticos y patologías. ¿Qué más falta actualmente para mejorar la inclusión en Colombia? Falta capacitación y talleres internacionales para adquirir nuevos conocimientos, porque así los docentes de aulas regulares tienen las herramientas necesarias para que poco a poco el niño vaya mejorando sus procesos en todos los ámbitos y pueda tener una permanencia hasta que se gradúe de la institución privada. ¿Cuál es el proceso de inclusión que el programa PIES realiza para un estudiante? Inicialmente le hacemos al estudiante una evaluación integral de todo, tanto de la parte educativa, como del lenguaje, el pensamiento, las habilidades motoras y habilidades cognitivas. En la parte educativa tenemos en cuenta la edad cronológica y los conocimientos educativos que debe tener a nivel de todas las áreas, como sociales, español y matemáticas. Y para la parte del desarrollo integral del ser humano, le hacemos diferentes exámenes y evaluaciones estandarizadas en donde se evalúa el coeficiente intelectual para obtener un perfil educativo, social y de desarrollo. Definido el perfil, planteamos los objetivos para cada una de las áreas y cada tres meses, hacemos una evaluación del equipo interdisciplinario para revisar qué se cumplió, qué falta por trabajar y cómo va a continuar el desarrollo de su programa durante el año lectivo. Cabe recalcar que cada niño tiene dentro del programa todo un equipo interdisciplinario con maestría en educación, que pueden acomodar y ajustar todos los currículos de una manera más integral. Este equipo lo conforman fonoaudiólogos, terapeutas ocupacionales, psicólogos y docentes de las aulas regulares. ¿Qué herramientas utiliza el equipo interdisciplinario y terapéutico de PIES para el mejoramiento del desarrollo integral de cada niño? En cuanto a las herramientas de aprendizaje, nosotros flexibilizamos el currículum para que su nivel educativo se ajuste a las necesidades de cada niño. Manejamos el programa con alto nivel de tecnología como son los programas de SMART, que son plataformas interactivas para que los estudiantes aprendan mejor los conceptos. Además, desde hace varios años, tenemos diseñados unos talleres de sensibilización para los estudiantes regulares y docentes, antes de que el estudiante en inclusión ingrese al colegio, con el fin de brindar estrategias, herramientas y material de trabajo para su socialización, respeto y comprensión. En el colegio José Joaquín Casas, algunos de los niños del programa PIES pertenecen a las extracurriculares, como por ejemplo a la banda de guerra o al equipo de fútbol, en donde en cambio de existir un rechazo por parte de sus pares, hay una admiración y motivación hacia ellos. Cuando un estudiante llega de otro colegio, donde no ha tenido una verdadera inclusión, ¿cuáles han sido los patrones de comportamiento más frecuentes que han tenido que intervenir? Sin duda, el bullying . A PIES han llegado niños de otros colegios que han sufrido de matoneo, como también se le conoce, muy afectados emocionalmente, muy comprometidos, sintiéndose vulnerados y siendo esta parte en la que se inicia su trabajo terapéutico. Por eso puedo decir, que en el colegio José Joaquín Casas no existe el bullying para los estudiantes con necesidades especiales pues todo el equipo interdisciplinario, los estudiantes regulares y los docentes estamos pendientes de estos niños en sus actividades, en los descansos y en todos los procesos de aprendizaje. En el mes de mayo, el colegio Liceo Francés de Bogotá indicó que no admitió a un niño discapacitado por no ser especialista en desarrollar programas de educación de forma autónoma. ¿Qué opina al respecto? Los colegios privados, por ley, deben incluir a los niños, pero hay menores de edad con varias necesidades y que no se les pueden ofrecer una inclusión. Uno debe ser sincero con los papás y comentarles que la institución no tiene el equipo necesario para poder brindarles la mejor atención y calidad educativa. Hay discapacidades que generan que algunos niños entren en crisis y/o se autoagredan, con la posibilidad de llegar a tener desenlaces fatales, que responsabilizan a la institución educativa. Esto es complicado porque para recibir a un niño no basta solamente tener vocación y querer hacerlo, sino que es necesario tener un muy buen grupo especializado. Yo no culpo a los colegios privados porque hacen una gran labor educativa y siempre quieren aceptar e incluir a los niños, pero hay menores de edad con necesidades complejas y a veces los papás no entienden el gran trabajo que hay detrás. No es que las instituciones no quieran recibir a los niños con necesidades especiales, los quieren recibir bien y que sean felices.

  • El Dorado hecho polvo

    El Dorado hecho polvo Valeria Sofía Gómez Caballero Fecha: La travesía de los barequeros, mineros de oro artesanal, son largos y peligrosos. Pero de ella depende su subsistencia y la de sus familias desde hace generaciones en Colombia. Lea también: Lo que el agua se llevó: Los retos de la infraestructura de Cundinamarca durante la temporada invernal Compartir Foto: Valeria Sofía Gómez | Barequeros caminan entre las trochas para encontrar un punto ideal para buscar el oro. Según una antigua leyenda muisca, en la laguna de Guatavita se realizaba, en tiempos prehispánicos, una ceremonia en la que el cacique, cubierto en polvo de oro, lanzaba tesoros y esmeraldas al agua para ofrendar a los dioses, y así obtener bendiciones para la cosecha y su pueblo. Desde entonces, la importancia del oro en el territorio colombiano ha sido enorme. Los indígenas sacaban el metal precioso de los ríos y quebradas utilizando la técnica del barequeo con bateas, platos grandes y hondos principalmente de madera que, con el movimiento de los brazos en forma circular, separan las piedras y la arena del fondo, hasta que aparecen pequeñas pepitas o partículas de oro. Esta técnica artesanal, utilizada desde tiempos ancestrales, es la que emplean todavía los barequeros, los hombres y mujeres del rebusque de este material en Colombia. Fue precisamente la abundancia de oro en nuestras tierras la que despertó en los conquistadores como, Alonso de Ojeda, Rodrigo de Bastidas, Vasco Núñez de Balboa, Gonzalo Jiménez de Quesada o incluso Cristóbal Colón, el interés de descubrir este metal precioso aparte de sus motivaciones iniciales de sus expediciones. Y tras su llegada en el siglo XVI, la exploración y explotación de yacimientos de oro no hizo más que aumentar, construyendo de paso las conocidas historias sobre reinos ricos en oro, la famosa leyenda de “El Dorado”. Así, a partir de la Conquista, Colombia extrajo el oro mediante mano de obra indígena, pero casi siempre en condiciones de esclavitud. El saqueo, el expolio y la violencia acompañan al metal precioso desde entonces en nuestro territorio. De generación en generación Beibir Salamandra es un minero de oro que se dedica a este oficio hace más de 40 años, por tradición familiar. Al ser una actividad generacional, se convirtió en una de las fuentes principales de ingresos de muchas familias, entre ellas la suya. Entonces, no había maquinaria pesada para la extracción del mineral. Cada mañana salían con una batea de madera para sacar el oro y, en la tarde, cambiaban el material dorado en Quibdó para poder comer. Años más tarde, trabajó como buzo, una técnica de extracción que trae consigo el riesgo de morir bajo el agua. Con dragas mineras artesanales — funcionan succionando material del fondo de ríos y cuencas acuáticas a través de mangueras y bombas hidráulicas— se sumergen en el agua buscando entre gravas y arena para encontrar el oro. Pero esa misma arena puede caer encima del buzo, hundiéndolo hasta ahogarse. Salamandra vio morir a muchos compañeros, enterrados en el barro. Desde sus ocho años hasta sus 18 ejerció esa dura labor, pero luego optó por entrar al Ejército en busca de mejores oportunidades. Luego, a principios de la década de 1990, se promulgó la Ley 70, para proteger los usos ancestrales que las comunidades negras hacían de los recursos naturales. Fue un reconocimiento histórico a estas comunidades, habitantes de diversos territorios en el pacífico, y así el Estado les concedió la propiedad sobre esas tierras que habían habitado por generaciones, permitiéndoles mantener su cultura e identidad, profundamente ligadas a los ríos y selvas en las que sus ancestros se desarrollaron. Sin embargo, a finales de los años 90, se intensificó el conflicto armado nacional, y la arremetida paramilitar en el Chocó fue de las más sanguinarias del país. Ellos, y otros grupos armados ilegales, ejercieron desde entonces control territorial en las áreas mineras, cometiendo abusos contra la población civil con el fin de beneficiarse de la explotación económica del oro en esta región. Tanto la guerrilla como los paramilitares empezaron a ver la minería como una fuente de financiamiento de sus actividades, por eso ejercían control de las minas artesanales. Cobraban "vacunas" o cuotas a los mineros a cambio de "protección", alquilaban maquinaria que había sido robada o se apropiaban directamente de las minas. Esto generó desplazamientos y enfrentamientos armados, así como desplazamiento forzado de las comunidades mineras, que además sufrían reclutamiento, amenazas, masacres y otras violaciones de derechos humanos desde todos los flancos. Otros decidieron migrar voluntariamente, pero lo cierto es que la mayoría dejaban atrás su oficio ancestral. Y también hubo quienes aceptaron las imposiciones de los grupos armados y se unieron a ellos, pagando cuotas a cambio de que los dejaran trabajar unas horas por su cuenta, o trabajando para ellos, mientras que otros simplemente arriesgaron su vida para seguir barequeando en los lugares donde los grupos tenían poca o ninguna presencia. Incluso hubo quienes se emplearon operando las maquinarias, que a su paso destrozaron y todavía destrozan los cauces de los ríos y envenenan las fuentes de agua con mercurio u otros químicos, los que generaciones han alimentado estas familias negras e indígenas, con un Estado que ha hecho poco para impedirlo. Violencia, ilegalidad y contaminación Han sido, pues, caminos de violencia, de desplazamientos, de confinamientos, de grupos al margen de la ley, con marcas de sangre visibles e invisibles en la vida de los mineros. Hoy, unos van en lanchas, con equipos que les facilitan la extracción, y otros van caminando cerca al río con su batea. Unos defienden una minería ancestral, sin maquinaria ni químicos, con técnicas artesanales sostenibles y, otros, la mecanizada, que con maquinaria pesada y dragas que extrae oro del lecho de los ríos con mayor facilidad, pero genera altos impactos ambientales, entre ellos, deforestación, sedimentación y contaminación por mercurio, entre otros químicos. Aún existe una minería informal, que se explota sin títulos mineros, cuyas operaciones son controladas por grupos armados ilegales. El mercurio es, de hecho, uno de los mayores problemas. Los mineros vierten este metal tóxico directamente en los ríos y sobre la tierra removida, formando una amalgama con las partículas de oro que luego extraen y comercializan. Una vez en los ríos, comienza el ciclo de bioacumulación en peces y otras especies, envenenando toda la red alimentaria, porque es de pescado que se alimenta la mayor parte de la población, y asimismo es su otra fuente de sustento, que comercializan en la región. También, la presencia de maquinaria pesada deforesta amplias zonas y remueve toneladas de sedimentos que modifican los cauces, afectando hábitats terrestres y acuáticos. Incluso el ruido de la maquinaria es un problema, porque ahuyenta las especies silvestres, y, según expertos, esto está acabando progresivamente con la megabiodiversidad del departamento. El afán por extraer oro a toda costa destruye lentamente todo a su paso, pero no se detiene. Una de las entidades encargadas para regular y disminuir estas prácticas que afectan el medio ambiente y a la comunidad es CODECHOCÓ, entidad que otorga las licencias ambientales en los diferentes municipios y de controlar y regular toda la actividad minera. También fomenta la integración de las comunidades indígenas y negras que tradicionalmente han habitado el departamento, y tienen programas de conservación, protección y aprovechamiento sostenible de los recursos. Pero como dice el refrán: una golondrina no hace verano. Los esfuerzos todavía están lejos de ser suficientes para controlar el impacto de la fiebre del oro en la región. No es solo un trabajo de hombres Aracelys Hurtado es uno de los seis miembros de unos de los muchos grupos de mujeres mineras del departamento. Con ellas sale cada día hacia el río, acostumbrada a los caminos de monte y al trabajo duro que, según cuenta, también practica por herencia y tradición familiar. En Tutunendo, corregimiento de Quibdó, vive con dos de sus seis hijos, y su pareja. A las 4:30 am se despierta para preparar el desayuno, “antes de que salga la luz del sol”, y empezar su recorrido hacia el río a las 6:30 am. A veces puede durar media hora, pero también puede ser una hora media o más. Si se le hace tarde, coge un “chocho”, como le dicen a los motocarros de la región, que le cobra $2.000 pesos. Con sus botas pantaneras empieza el recorrido por una trocha pequeña y estrecha hasta llegar a la quebrada, entre subidas y bajadas de barro, pequeñas fuentes de agua y caminos resbaladizos. La mina a la que llega es apenas un campamento –carpas armadas con palos de madera y bolsas y mangueras a la orilla del río. Así empieza lo que ella llama su “horario laboral”, establecido por ella misma desde que empezó a trabajar en la minería hace 25 años. “Esto es para sacarle provecho al día”, dice, y se queda hasta las cinco de la tarde o incluso “más tardecito”. Luego regresa a casa, unas veces con oro y otras sin. Las ganancias de cada día son imprescindibles, pero lo que sí es una constante es la esperanza de tener más suerte el próximo día. Hoy, el oro se sigue buscando en distintos rincones de Colombia, siendo Antioquia, Chocó, Córdoba y Bolívar las fuentes principales. Pero lo que parece una actividad ilegal es, sobre todo, minería de subsistencia, el único recurso para hombres y mujeres que buscan, como aguja en un pajar, polvo de oro para ganarse la vida. Porque no es que del lecho salgan lingotes o piedritas doradas: lo que recolectan es arena y grava con algunas chispitas, sin más equipo que sus manos y herramientas simples como la pala y la batea. Para que su actividad sea considerada legal, deben contar con un título minero que otorgan las autoridades. Sin embargo, la mayoría, desconocen los muchos procesos legales que deben realizar. Por eso, la informalidad y la actividad ilegal que dominan los grupos armados es la más común en la zona. Según los registros de inscripción del Ministerio de Minas y Energía, entre el 2022 y 2023 van 20.010 barequeros inscritos como mineros de subsistencia en metales preciosos en todo el departamento del Chocó. Pero según mineros como Aracelys, la cifra puede ser el doble o incluso más. Jaime* es otro minero chocoano veterano. Lleva 15 años trabajando. Con esta práctica crio y educó a sus hijos, a pesar de haber sido desplazados dos veces del corregimiento de Negua, también del Chocó. Con sus botas, un machete y un portacomidas con su almuerzo, va todos los días a la mina. La misma en la que por estos días trabaja Aracelys, que cuenta que “se abrió del parche de las mujeres” después de varios días sin lograr sacarle nada al río. Esta mina se trabaja con la práctica semi-tecnificada, que se basa en el desprendimiento de material con bombas de motor, o mini-dragas. Pero explican que aquí no utilizan mercurio para facilitar el proceso, ni tampoco la técnica de buceo. “Es más fácil, y también si se saca algo bueno de la mina a uno le va mejor”, explica Aracelys. Pero en noviembre, por ejemplo, no había logrado extraer mucho: “Han sido días difíciles porque todo está “pegao”, explicando que no hay nada para sobrevivir. Según el tercer informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sobre las cadenas de suministro de oro en Colombia, la minería artesanal ancestral ha sido reemplazada por pequeños mineros que han llenado de retroexcavadoras y dragas los lechos de los ríos del departamento. Además, los actores armados ilegales continúan controlando el acceso a los sitios con mayor flujo aurífero y extorsionan a los mineros locales como Aracelys y Jaime, aunque tengan solo un papel secundario y residual, porque apenas obtienen el ripio al barequear los desechos de la minería mecanizada. La presencia y el control del Estado es casi nulo, y por esta razón los actores criminales y sus aliados se siguen llevando la mayor parte de las ganancias. Paradójicamente, el corregimiento de Tutunendo, en el que trabajan Aracelys y Jaime, es uno de los mejores sectores turísticos de Quibdó. Declarado uno de los sitios de mayor pluviosidad y biodiverso en Colombia, cuenta con unos atractivos naturales propios del entorno húmedo tropical, y aspira a posicionarse como corregimiento modelo del departamento en turismo de naturaleza. Sitios como Sal de Frutas, Chaparraidó y PaloQuemao son de los más visitados por bañistas locales y foráneos, a unos 16 km de la capital Quibdó. Es un lugar para hacer recorridos por senderos ecológicos o viajes a bordo de canoas, todo para disfrutar del río. Pero si barequeros como Aracelys y Jaime trabajan incluso los fines de semana para ·aprovechar y “sacarle provecho” al día, el agua se ensucia y se “revuelve”. Y esto no contribuye a la estadía de los visitantes, e interfiere incluso con los locales que, un festivo cualquiera, quieren pasar un día de comida a la orilla del río. Pero para ellos no hay opción. Es buscar oro y barequear el río o no tener lo poco que les ayuda en su diario vivir. El intercambio Como la mina está a más de media hora de Quibdó, el intercambio diario de oro es difícil para los mineros artesanales. Es en la capital donde están las compraventas: en casi todas las calles del centro de la ciudad hay un negocio relacionado con oro, sea casa de cambio o de venta de implementos para la minería. Pero para no trasladarse hasta Quibdó, porque ir hasta allá les cuesta un dinero con el que no disponen, acuden a comerciantes en Tutunendo, como Yeiffer Andrade. Dentro de su billar tiene una mesa con una pesa. Primero, en un plato se pone el oro recogido. Luego, Andrade limpia una pequeña bandeja de aluminio que hace parte de la balanza, echa el oro para limpiarlo y, con una especie de mortero plano envuelto en una servilleta, empieza a presionar el mineral. Posteriormente lo ilumina para verificar su limpieza y de ahí lo pasa a la balanza para saber por cuánto comprarlo. Mientras los mineros miran expectantes, él lo saca de la bandeja, lo coloca en un papel, limpia muy bien la bandeja para que no quede nada y lo envuelve muchas veces para luego guardarlo. “Aquí, tradicionalmente hablamos por granos. Uno o dos granos es lo que de forma regular me lleva cada minero del intercambio”, explica Andrade. Esto equivale a un tomín, que es la octava parte de un castellano, y en pesos colombianos suma $38.000 ó $39.000 pesos. Un castellano puede valer entre $850.000 y $860.000 pesos. Sin embargo, según el Banco de la República, las medidas oficiales son tres : un real (0.287 gramos) tiene un valor promedio de $70 millones, un tomín (0.575 gramos) $140 millones y un castellano (4.6 gramos) $1.120.000. Pero el rebusque siempre lleva las de perder. El oro sigue siendo un metal muy valorado y utilizado en diversos ámbitos. La joyería es el uso más conocido de este metal, ya que es el material preferido para la elaboración de anillos, aretes, collares y otros accesorios. Pero otras de sus utilidades están en la electrónica: se utiliza en pequeñas cantidades en circuitos y componentes por su alta conductividad y resistencia a la corrosión, en la creación de equipos médicos e incluso es empleado en tratamientos para la artritis u otras enfermedades. En odontología, se emplea en empastes, coronas y prótesis dentales por su maleabilidad y resistencia. El oro también es fundamental para la industria aeroespacial y, claro, retornando a su sentido de la fantasía y el brillo, en la fabricación de medallas y trofeos. La fiebre del oro acompaña a nuestra especie desde el primer día en que lo vimos como una “pepita dorada”. Hasta que no haya otro tan codiciado como él, pervivirá ese empeño de alcanzar, aunque solo sea por unos instantes, algún soplo de ese polvo dorado que se esconde en nuestros ríos. Y la historia, de generación en generación, continuará. * La identidad fue ocultada por seguridad de la fuente.

  • Servicio y fortaleza: la historia detrás de una cuidadora

    Servicio y fortaleza: la historia detrás de una cuidadora David Santiago Forigua, Comunicación Social y Periodismo Fecha: Doña Teresa Nova, quien aún reside en el antiguo barrio Las Ferias, de Bogotá; ha sido testigo del paso inclemente del tiempo en la vida de sus muchos pacientes. Lea también: “Buena gente y accesible", el médico Representante a la Cámara por Casanare Compartir Foto: Unsplash Sentada frente a mí y diagonal a una de sus pacientes, se encuentra Teresa. Está tomando un pequeño pocillo de tinto dulce, más claro que oscuro, preparado, en un acto de cortesía, por la señora de 82 años que visita desde hace unos meses, religiosamente, de lunes a viernes, dos veces al día. Le pregunto por su profesión y, sin pensarlo mucho, me empieza a contar, con precisión en los detalles y sin dubitaciones al hablar, de los pacientes de los que se va acordando. Con la mirada perdida, fija en la pared, y las expresiones faciales cambiantes mientras recuerda, va dejando escapar de su boca nombres y enfermedades por montones. Relata historias de gente que atendió, que ya no vive y con la que pasó sus últimos meses o años. Voy por unas hojas para anotar todo lo que me dice y al volver continúa, como si estuviera recitando algo aprendido y que cree, si dice más rápido, va a tener menos posibilidades de olvidar, su narración detallada de los nombres de los pacientes, su edad, su rutina con ellos y cuándo fallecieron. “La señora Lucila sufría cáncer de garganta, su esposo fumaba mucho Piel Roja. Eso apagaba uno y prendía el otro. ¡Uy! esa pieza olía terrible y ella fue la que se enfermó. Yo la atendía a ella, junto con su hija Deisy, que había sufrido una hidrocefalia después de una operación de apéndice, porque a los médicos se les fue la mano con la anestesia. Como a los 13 años se dieron cuenta, porque se cayó yendo al colegio de “La Guatemala”. A ellas les cocinaba, las bañaba, las vestía y les cambiaba el pañal… bueno, a ellas me tocaba ponerles trapos y lavárselos. Nemesio, el esposo de la señora Lucila, vendía lotería en el barrio para pagar apenas el arriendo. Yo las visitaba todos los días y los domingos las dejaba listas para que a Deisy la llevara su único hermano a misa. La mamá murió a los 76, primero que la hija, que murió unos 3 años después, luego me enteré de que murió don Nemesio y el hijo que quedó, dejó el barrio”. Las historias continúan. Los nombres de los personajes principales varían, pero las condiciones y sus cuidados se repiten: siempre bañar, vestir, arreglar, cuidar, cambiar pañales y dar inyecciones de insulina. También se repiten las palabras cáncer, diabetes y vejez. Su talento, heredado Ana Cecilia López y Miguel Antonio Nova Rincón, padres de Teresa, construyeron su casa, en una esquina de lo que ahora es conocido como el barrio Las Ferias, pero, que para ellos no era más, hasta hace poco, que una gran hacienda de nombre La Esperanza. Esta fue dividida y vendida por lotes a particulares. Muchos de ellos, trabajadores, obreros y gente del campo que llegaba, o a vivir más cerca de las fábricas y empresas en las que trabajaban o a estar más cerca de la ciudad, en busca de más oportunidades y un hogar para sus familias. De uno de esos lotes, por 19 pesos, se hizo don Miguel, quien había trabajado desde los 12 años repartiendo gaseosas en burro para después - por la misma época en que conoció a su esposa- vincularse en la fábrica en Bogotá de la empresa nacional Posada y Tobón, en donde fue empleado desde antes de la llegada de Carlos Ardila Lülle en el 68 y por mucho tiempo después, hasta que salió pensionado a los 76 años. Por su parte, Ana Cecilia encontró su vocación como enfermera, trabajo que había realizado- como cuenta su hija- desde muy joven. Incluso, teniendo que desempeñarse en esa labor el fatídico 9 de abril de 1948, cuando limpió por montones la sangre y vísceras de la gran cantidad de muertos que había dejado el Bogotazo. Sin embargo, ya casada y favorecida por la creciente comunidad del barrio, se desempeñó principalmente recibiendo niños. Teresa, que era la mayor de sus 12 hijos, la apoyaba cuidando a sus hermanos y darle una mano en su trabajo. Aquello les permitió darse cuenta de que compartían una vocación. Teresa ayudaba en la cocina haciendo la mazamorra que se almorzaba todos los días y moliendo para las comidas, el maíz, el trigo y el cacao, entre otros. Cambiaba los pañales de sus hermanos que iban llegando uno tras otro a la casa de un piso y tan solo una pieza, en donde vivía su familia. Recuerda el barrio cuando en su mayoría era solo potreros, lagos, pozos y pequeñas casas. “Yo iba, como muchos, a la pila por el agua para la sopa, cargando uno o dos tarros de manteca”. No existían acueductos ni, mucho menos, alcantarillado. Mientras ella crecía, también lo hacía el barrio. La dinámica era bien conocida, los hombres se iban a trabajar principalmente en la empresa de teléfonos, en la cervecería Bavaria y otros, como su padre, en la fábrica de Postobón. Los buses los recogían en masa para llevarlos. Las mujeres trabajan -tejiendo, cuidando, vendiendo- y cuidaban a sus hijos, hasta que los mayores fueran capaces de cuidarse y de cuidar a sus hermanos. Algunas se encargaban ya en la tarde de llevar a los trabajadores sus almuerzos hasta las empresas. Entonces, crecieron los hogares, el tamaño de las casas y el número de tiendas para gastar el sueldo jugando tejo y tomando las gaseosas y cervezas que ayudaban a producir. Ya para el 54, el general Rojas Pinilla había hecho de Engativá parte oficial de la ciudad de Bogotá (antes existía como un municipio de 37 kilómetros y 11 veredas) y así se fue formando, en una transformación de lo rural a lo urbano, uno de los primeros barrios obreros de la ciudad. Una vez acabó sus estudios, que en ese momento llegaban hasta segundo de bachillerato, y después de haber trabajado como niñera, ayudante de una pianista estadounidense y vendedora de zapatos, se enlistó en un curso de la Cruz Roja. En él aprendió lo básico de su profesión, aunque ”nunca me gustó eso de recibir niños”, asevera arrugando la cara. Aquello la diferencia de su madre. Entre sus primeros pacientes estuvo el que terminaría siendo su esposo, quien le entregó, en sus palabras, cuatro hijos, 44 años de matrimonio, muchos negocios perdidos y una “mala vida“ llena de abusos y golpes. “Lo conocí por unas inyecciones que le aplicaba a su hermano, con quien yo se supone iba a estar, pero terminé fue con él”. Las frases se vuelven más cortas al hablar de ese tema, pues después de muchos años, decidió separarse. “Todos vamos en un filita esperando a que nos toque el turno”. La muerte, para la enfermera que ha tenido que dejar ir muchos pacientes, es algo que pierde mucho misticismo desde su forma de ver el mundo. Es por eso que con un sentido agudizado por la experiencia ya sabe qué hacer cuando “su corazón” le dice que es el último día de un paciente. “Yo les llevo primero el sacerdote, hago mis oraciones y digo; ‘Señor, aquí te entrego otro paciente’” . Así mismo, sin cambiar el tono de su voz cuenta: “yo no le tengo miedo a la muerte, yo le digo a Dios que el día que me llame, lista ahí estaré”. Sin embargo, haber llegado a términos con aquel fenómeno no hizo más fácil el dolor que sintió un 16 de abril cuando al teléfono le informaron del suicidio de Ángel Guillermo, su segundo hijo. Aquello lo narra con su mirada en mis ojos. “Lo último que me dijo fue… -se escucha con su voz a punto de quebrarse, justo antes de entrar en un profundo sollozo silencioso- Mamá gracias por cuidar a mis hijos, algún día la voy a dejar descansar”. Teresa era la responsable de 3 sus nietos desde antes del trágico suceso y, sin duda, lo ha sido después. Tras de limpiar sus lágrimas, Teresa se alista para visitar su siguiente paciente. Ya en la calle, poco transitada y hecha tan solo un mero reflejo de lo que alguna vez fue, se va caminando, dándole la espalda a la 68. Paso a paso, para continuar su rutina. Después de lo mucho ya vivido, camina por las calles de su barrio. Que, como ella, no se detiene por los que ya no están y que cuenta, con solo poner atención, infinitas historias.

  • Diego Caicedo, pisando fuerte sobre las sombras

    Diego Caicedo, pisando fuerte sobre las sombras Laura Vanessa González Cárdenas, estudiante de Comunicación Social y Periodismo Fecha: Con 27 años, pasó de manejar sus emprendimientos a encabezar la lista de candidatos a la Cámara de Representantes por el Partido de la U. Lea también: Lo que no la mata, la motiva Compartir Foto: Laura González En Zipaquirá, en el restaurante "La Triada", Diego Caicedo realiza su campaña política y habla acerca de la importancia y el liderazgo de los jóvenes en el ejercio político. En Zipaquirá, municipio donde se encuentra la primera maravilla de Colombia, la Catedral de Sal, nació Diego Fernando Caicedo Navas en una familia con vocación de servicio. Su mamá, Claudia Navas, afirma que él creció en un mundo de “correrías políticas”, pues su padre, José Edilberto Caicedo Sastoque, fue alcalde de Zipaquirá y congresista. –Dieguito, desde muy pequeño, acompañó a su papá en esta aventura. Caminó por los municipios de Cundinamarca. Conoció lo que era subirse a una tarima y hablar frente a muchos ciudadanos. Hizo parte del grupo logístico, entregó publicidad y escuchó las problemáticas sociales que enfrenta la gente–. Aproximadamente hace cuatro años, mientras el rayo del sol caía por la ventana de su cuarto, Diego pensó en incursionar en la política. Por su cabeza solo pasaban aquellas anécdotas que vivió en las campañas políticas de su padre. Él le contó a su mamá y a su papá lo que había pensado, pero nunca se imaginó cómo sería la reacción de ellos. José no lo dejó dar un paso más. –Hijo, yo no quiero que sufras como a mí me ha tocado. Además, no tienes la experiencia necesaria para asumir un cargo tan alto, como lo es una curul en el Congreso de la República–. En ese momento, sus planes eran terminar la carrera de Administración de Empresas en la Universidad de La Sabana, y dedicarse a sus dos negocios: ‘Bloom’, ropa y accesorios para mujer, y ‘Frozen Rolls’, helados en rollitos. En 2021, José Caicedo, su padre, fue acusado por los delitos de contrato sin cumplimiento de requisitos legales y malversación del caudal público. Caicedo había pactado un convenio con la Empresa de Acueducto, Alcantarillado y Aseo de Zipaquirá para la construcción de dos tanques de agua por un valor de 660 millones de pesos, lo cual nunca se realizó. Cuando ejercía como congresista, la noticia salió a la luz pública. Por tal motivo, la Corte Suprema de Justicia le dictó detención domiciliaria. Él renunció a su curul, pero, en octubre de ese mismo año, le fue quitada la medida de aseguramiento. En la actualidad, continúa su proceso en la justicia ordinaria. Aún no ha sido declarado culpable o inocente. Los ciudadanos pensaron que la trayectoria política de “Pájaro”, como es conocido, acabaría. Después de esa situación, el equipo político del Partido de la U, conformado por la presidenta, y los representantes que gobiernan en los municipios, el departamento, y el país, decidieron que Diego, el hijo de José Caicedo, sería la persona ideal para ocupar el rol de su papá. –Nadie se imaginó que yo respaldaría tan bien a mi padre. Ni que tuviera esas agallas para representar a los cundinamarqueses–. Diego asegura: “La acusación de mi padre nunca me afectó para tomar la decisión. Mi padre es inocente. No tuvo nada que ver en esa cuestión. Solo fue un tema de mala organización”. Para él, no es un secreto vivir en un ambiente político, pues siempre estuvo tras bambalinas. Pero ser candidato a la Cámara de Representantes por Cundinamarca, y encabezar la lista del partido fue una sorpresa para todos. Cundinamarca es un departamento con más de 3.000 habitantes, en su mayoría, campesinos, donde el sector agrícola, lechero y ganadero son el eje central. De los 7 aspirantes es el más joven. –Estoy agradecido con el apoyo y la confianza que me han brindado los ciudadanos, y la directora del Partido de la U, Dilian Francisca Toro, para llevar el 101 en el tarjetón–. –Salir y ponerme en frente de 2.000 o 3.000 personas para exponer mis ideas no ha sido nada fácil–. En sus primeros discursos, Diego se dirigía a la sala de su casa. Le decía a sus padres que se sentaran en los muebles, lo escucharan y lo corrigieran. En sus manos, tenía una hoja con puntos clave de los temas que hablaría. Tomaba aire, se ponía derecho y empezaba con el saludo. Luego, seguía hablando de sus retos legislativos. Claro, a veces su tono de voz era nervioso o no se le entendía. Poco a poco iba mejorando. –José lo pone a leer bastante. A que conozca las leyes, los proyectos de ley y las funciones como congresista– señaló su madre, Claudia Navas. De cada persona que lo acompaña en su crecimiento como político, recoge y fusiona los mejores componentes. Con su padre tiene una relación de ‘llaves’ o ‘parceros’, como lo dicen los colombianos. Él es su mayor inspiración y su ejemplo a seguir. De Juan Carlos Coy, diputado de Cundinamarca, por tres años consecutivos, acogió la experiencia. De Julián Sánchez Perico, resaltó la juventud, al ser elegido diputado cuando tenía solo 26 años. Por último, Jorge Rey, exgobernador de Cundinamarca, fue quien le cambió la forma de ver la política. –Un gobernador que no necesitó tapete rojo, sino que fue cercano a la gente–. Para complementar su discurso, Diego se levantaba muy temprano. No le importaba si estaba lloviendo o haciendo sol. Se arreglaba para salir. Se subía a su camioneta e iba a su destino. Recorrió las 15 provincias y los 116 municipios de Cundinamarca a pie. Es un joven que se preparó y lo hizo de la manera más tradicional: ponerse en los zapatos del otro. En ese trayecto, descubrió las necesidades que enfrentan los cundinamarqueses. Hay muchas veredas que están aisladas y olvidadas. Los campesinos le dan de comer al país, pero muchos se ven afectados por los impuestos del gobierno, el mal estado de las vías y el limitado acceso a la educación. Diego quiere defender el campo, y demostrarles que se pueden volver empresarios a través de la asociatividad, otorgándoles subsidios en su producción, precios justos, seguros en su cosecha y vías terciarias. Por otra parte, el desempleo es algo que preocupa. Muchas personas ya cuentan con un título profesional, pero sin experiencia es imposible conseguir un empleo. Caicedo le apuesta al concepto de emprender, el crear su propio negocio y desarrollar la creatividad para tener oportunidades, y no depender de nadie. Además, anhela legislar para los jóvenes y con los jóvenes. Sus amigos y familiares lo describen como una persona espontánea, sonriente, con un carisma único, y una memoria prodigiosa. Todo lo capta muy rápido. Aprende con facilidad y lo comparte con los demás. Diego habla de su candidatura con efusividad y seguridad. Es un trigueño alto y atractivo, de ojos grandes, cejas pobladas, tiene barba, una actitud radiante y una sonrisa que no puede pasar desapercibida. Así como algunas personas resaltan sus cualidades, sus contradictores, quienes son fuentes anónimas, como ciudadanos y mandatarios políticos, dicen que es la fiel representación de una herencia corrupta. Dicen que es hijo de un delfín, cuya campaña es patrocinada por un sinnúmero de funcionarios públicos, líderes y exlíderes políticos. Lo ven como una persona sin experiencia. Solo refleja apariencia y quiere obtener una curul para gobernar en cuerpo ajeno. Él es un joven como cualquier otro. Aunque la política llegó a su vida, no se olvida de sus otras pasiones. Ama el fútbol; es hincha de Santa Fe. Comer empanada con ají lo hace muy feliz. Ir al gimnasio lo relaja, y le encanta compartir con su familia. –La política es de sacrificios. Han sido siete meses en los que no he podido disfrutar con ellos como antes. Ahora, estoy enfocado en el trabajo para la gente. – Mencionó el candidato Diego Caicedo. Se levanta todos los días a las cuatro de la mañana para cumplir con sus labores. Sueña con que el próximo 13 marzo, a las siete de la noche, cuando suenen las campanas de La Catedral Diocesana de Zipaquirá, se anuncie que es el nuevo representante a la Cámara por Cundinamarca . Sabe que los jóvenes no son el futuro del país, sino el presente. Conoce las problemáticas y las necesidades de la gente en los diferentes territorios. Por eso, Caicedo asegura: “Así como tomé las banderas para representar a mi municipio, asimismo continuaré con el legado de mi padre. Y seré esa mirada joven en el Congreso de la República”.

  • 275 días en la oscuridad

    I'm a paragraph. I'm connected to your collection through a dataset. Click Preview to see my content. To update me, go to the Data Manager. 275 días en la oscuridad Maria Fernanda Pantano Garzón I'm a paragraph. I'm connected to your collection through a dataset. Click Preview to see my content. To update me, go to the Data Manager. Disponible en Infobae Maria Fernanda Pantano Garzón Cundinamarca es uno de los 32 departamentos que conforman la República de Colombia. Este departamento se caracteriza por su variedad de climas (bajas temperaturas en las cumbres de las montañas), sus paisajes verdes y montañosos llenos de vegetación, y por sus atardeceres anaranjados. Es una tierra mayoritariamente agropecuaria en las zonas rurales, lo que para muchos puede ser un sinónimo de retraso tecnológico. Sin embargo, esto hace que sea uno de los lugares más atractivos para visitar. Pero, entre 1990 y 2005 no solo este departamento sino todo el país se vio inmerso en una de las etapas más oscuras de los últimos años a causa de una ola de secuestros anuales cometidos por diversos grupos armados ilegales. Mauricio Gómez Rodríguez es un campesino de 1.70 cm, de tez blanca pálida, ojos claros y cabello rubio, que ha vivido durante toda su vida en Cundinamarca. Cuando pequeño vivió en la vereda Nemoconcito de Villapinzón (municipio en el plano cundiboyacense), y luego a sus 28 años se mudó con su esposa Adelita Buitrago a la vereda El Espinal Carrizal del pueblo llamado Lenguazaque. Desde que tenía cerca de 18 años se dedicó a la producción agrícola, especialmente de papa; cultivo que es característico entre los cundinamarqueses. De acuerdo con la Presidencia de la República, Cundinamarca es el primer departamento que más produce papa con el 37% de área sembrada, seguido por Boyacá con el 27%. Años más tarde, Mauricio se convirtió en uno de los grandes productores de papa de Villa Pinzón y sus alrededores. Un día como cualquier otro, 21 de septiembre del 2004, Mauricio con 31 años se despertó, se arregló y salió de su casa como siempre a las 7 de la mañana hacia el campo para realizar sus actividades diarias. Adelita Buitrago, su esposa con 19 años entonces, se quedó en su casa con sus dos bebés- la niña de un año y el niño de dos- y a las 6 de la tarde llegaron cerca de ocho hombres, algunos vestidos con el uniforme del Ejército Nacional y otros con ruanas y botas, preguntando por su esposo. Al ver que no estaba decidieron esperarlo, pero antes, entraron a la vivienda, registraron las pertenencias de la familia y se llevaron algunas, entre ellas el celular de Mauricio y un millón de pesos que él tenía guardados para pagarle a sus trabajadores. A eso de las 6:30 de la tarde, Mauricio volvió del campo y vio a los hombres, cosa que despertó confusión en él, ya que los “soldados” tenían con ellos escopetas y no fusiles (arma de dotación del Ejército Nacional). Al llegar lo saludaron por su nombre y le dijeron que necesitaban requisar a sus obreros ya que sabían que uno de ellos hacía parte de la guerrilla, algo que él negó inmediatamente. Pero ellos insistieron y ordenaron que los debía acompañar para hacer el procedimiento respectivo, a lo que él tuvo que acceder al saber que estas personas no eran parte del Ejército y podían hacerle daño frente a su familia. —Me dijeron que teníamos que ir a donde estaban los obreros, después no quisieron parar en donde ellos estaban y me dijeron que teníamos que ir a Villapinzón para hablar con mi papá, algo que tampoco pasó—. Mauricio comenta que al final lo terminaron llevando en la camioneta Chevrolet a “La petrolera” (un terreno cercano a la carretera en la vereda La Faracia en Lenguazaque), a donde llegó un camión turbo cargado de huacales de fruta. —Yo pregunté que a dónde me llevaban, que si me iban a matar. Ellos dijeron que no tenía derecho a hablar, que si me quisieran matar me hubieran matado en la casa— recuerda Mauricio. Y luego cuando lo subieron al furgón: —Me colocaron un pasamontañas, me amarraron la boca y me hicieron tomar algo horrible, amargoso que me adormeció el cuerpo y la lengua— dice Mauricio. Al joven campesino lo escondieron entre los huacales de fruta y el camión empezó a andar. Mauricio sabía que habían tomado la autopista principal ya que recordaba perfectamente las curvas de carretera, pero luego ya no supo en dónde estaba. El furgón seguía andando y luego de algunas horas de viaje se detuvo. Mauricio escuchó voces saludando y pidiendo documentación del vehículo, por lo que supo que se trataba de la Policía. Él esperaba que lo encontraran, y lo devolvieran a su hogar, pero no podía hacer nada, pues un hombre junto a él le colocó un objeto puntiagudo en su cuello y un arma en la boca para que no pronunciara ningún sonido. Y luego de unos minutos, la esperanza de Mauricio se disipó cuando la Policía permitió al camión seguir la ruta. El viaje continuó mientras la angustia del hombre se incrementaba. Luego de lo que él calculó como 6 horas de viaje, el furgón volvió a detenerse y los hombres lo bajaron. —Yo sentía que me llevaban arrastrando entre mucha caña de azúcar— incluso Mauricio recuerda que sentía calor y escuchaba el cantar de los gallos, por lo que supuso que estaba amaneciendo. Cuando finalmente lo ataron a un árbol los hombres le dijeron —usted está retenido y debe darnos una colaboración de 7 mil millones de pesos. Somos la guerrilla—. Ante lo cual Mauricio quedó petrificado. En el año 2004 se efectuaron 1.440 secuestros en el país, 716 de ellos de carácter extorsivo (siendo Cundinamarca el quinto departamento con mayor incidencia de este tipo de secuestro), el cual sirve como fuente de financiación para los grupos armados ilegales. En el caso de la guerrilla constituía cerca del 22% de sus finanzas, según indicaron Francisco Badel y Camilo Trujillo en una publicación de su autoría en 1998. En principio, Mauricio se encontraba encadenado a un árbol. A diario le daban la misma comida: guatilas - una especie de papa - sancochadas sin sal y una sopa de harina espesa que tenía un mal sabor, alimentos que comió hasta su último día de cautiverio. El clima del lugar era cálido. Mauricio se encontraba permanentemente expuesto al sol, pero al pedir agua muy rara vez se la daban. Esto hizo que poco a poco perdiera peso, ya que además de lo anterior, solamente le brindaban una o dos comidas diarias que le solía hacer una señora de edad que como él recuerda, era la madre de dos de los hombres que lo habían capturado. Después de dos noches, los cuatro integrantes de “la guerrilla” tomaron la decisión de realizar un hueco dentro de una casa de madera que era de su propiedad y quedaba a unos cuantos metros de donde tenían al hombre. Para bañarse lo llevaban a un charco ciertos días; para lavarse los dientes le dieron un cepillo viejo; para ir al baño le tocaba en una botella. —A toda hora me maltrataban con palabras, solo hablaban con groserías y me amenazaban— comenta Mauricio con su voz apagada recordando aquellos momentos. Al paso del tiempo, Mauricio pensaba en su familia mientras por su parte, ellos declaraban ante el Gaula - unidad especial de la Fuerza Pública que combate el secuestro y la extorsión en Colombia - su desaparición a manos de supuestos soldados, para que posteriormente los agentes realizaran las investigaciones respectivas. En una ocasión, los secuestradores llamaron directamente a la casa de María Ema Rodríguez, de 61 años, y Luz Feliz Gómez, de 66 años, en Villapinzón, para hacerles saber que su hijo estaba secuestrado y que debían aportar dinero para que él fuera liberado. La comunicación con los captores siempre la estableció la hermana de Mauricio, Sonia Gómez, de 30 años. Y un día la familia pidió una prueba de vida (la única que les darían), por lo que a Mauricio le hicieron una grabación de voz diciendo el día de cumpleaños de su hija —Si no creían con eso que yo estaba vivo, entonces les enviaban un dedo mío—, así recuerda él la amenaza de los hombres. Hasta que un día después de llevar dos meses en cautiverio, Mauricio presenció un trágico momento que quedó enmarcado en su memoria. Como siempre, los cuatro secuestradores habían ido en la mañana a trabajar en las cañas de azúcar, pero en la noche bebieron cervezas y chicha de caña, y se embriagaron. En medio de su estado, uno de los secuestradores fue al hueco en donde se encontraba Mauricio y le dijo — Sálgase, sálgase, Don Mauro — a lo que él se negó. Ese mismo hombre fue increpado por otro de sus compinches. Se desató entre ellos una acalorada discusión que terminó con la muerte de uno de ellos por causa de un disparo. Después del asesinato de uno de sus secuestradores, Mauricio pensaba que pronto lo matarían. Pero lo que él aún no sabía era que el Gaula, luego de interceptar una de las llamadas hechas a la familia Gómez Rodríguez, había identificado y capturado a un hombre relacionado con su secuestro en la ciudad de Bogotá. Al estar bajo arresto la persona manifestó saber en dónde tenían al señor. —Organizamos el operativo con cerca de 40 compañeros y salimos hacía un pueblo en el departamento de Santander llamado Albania, en donde tenían al señor Rodríguez—expresa un ex agente del Gaula y participante del rescate, cuyo nombre pidió mantener en reserva. El grupo policial llegó a las 5:00 am del 24 de noviembre a una casa de madera en zona rural, a 10 minutos del pueblo de Albania, con cultivo de caña y animales de campo. Al entrar capturaron a dos personas y se dispusieron a buscar a Mauricio en el sótano del lugar. Por su parte, Mauricio empezó a escuchar arañazos de un perro en las tablas que cubrían el hueco, pero junto a él estaba un cuidador escondido que tenía un revólver y una granada. Cuando sacaron a Mauricio, él les advirtió sobre el hombre, que terminaron capturando. Así, el Gaula rescató al joven campesino y lo llevó a Bogotá. —Quise que fuera por carretera y no en helicóptero, para ver si aún me acordaba del camino — cuenta Mauricio. Cuando llegó a la capital se encontró con sus padres y su hermana, algo que le causó alivio y felicidad. La siguiente noche, fue a su pueblo para reencontrarse con su esposa y sus hijos —Cuando lo liberaron yo estaba donde mi mamá y no supe eso sino hasta que lo vi— recuerda Adelita. —Al verlo fue emocionante porque sí estaba acabadito pero estaba vivo, eso era lo importante. Finalmente, los cuatro capturados - Jaime Gil Sánchez (sentenciado a 20 años), José Antonio Florez Callejas (21 años), José Salomón Florez Callejas (21 años) y Luis Alberto Abril Abril (15 años) - fueron recluidos en las cárceles de máxima seguridad de Cómbita, Acacias, Zipaquirá y Valledupar. Los cargos impuestos fueron secuestro extorsivo, hurto agravado (a los dos hermanos) y porte ilegal de armas (a los tres primeros). Hoy, todos se encuentran fuera de las penitenciarias. Es de resaltar que en los centros de reclusión suelen haber rebajas de pena por buena conducta y hacer labores allí (repostería, estudios varios, manualidades). —Cuando se trabajan 30 días le descuentan 15 a la persona, es decir, se suele rebajar un día cuando se trabajan dos — aclara Felipe Moreno, de 27 años, teniente de la Policía Nacional. Durante el proceso también se logró determinar que estas personas no hacían parte de ningún frente de la extinta guerrilla de las FARC como decían, sino que eran una banda organizada de delincuencia común. La delincuencia común perpetró 412 secuestros en el 2004 en Colombia, y a pesar de que normalmente estas bandas tendían a actuar junto a grupos ilegales como paramilitares o guerrilla, este no fue el caso de Mauricio Gómez, y de los 1.440 casos de secuestro. En total solamente se registraron 251 rescates. Por su parte, Mauricio y su familia tuvieron que mudarse a la casa de sus padres en Villapinzón por dos años y luego se fueron a vivir a El Salitre, una vereda del mismo municipio. Y a lo largo de los años ha tenido diversos traumas psicológicos ocasionados por su secuestro- sentía que lo observaban mucho, desconfiaba de todo aquel que pasara a su lado y permanecía con temor. —Hasta el 2004-2005 se realizaba acompañamiento a las víctimas mediante la Fundación País Libre. Hoy esa organización no existe. Es normal que las personas que fueron secuestradas sufrieran secuelas por lo vivido, es por eso que la fundación trataba todo el tema de victimización y revictimización— manifiesta Fernando Abril, de 50 años, y ex miembro del Gaula. No obstante, Mauricio fue asistido por el Fondo Nacional para la Defensa de la Libertad Personal [FONDELIBERTAD] y a pesar de que él contaba con los acompañamientos psicológicos que le brindaba esta organización, solo fue a dos de ellos. Fondelibertad es una cuenta especial del Departamento Administrativo de la Presidencia de la República, que se ha encargado desde 1996 de coordinar recursos para la lucha contra el secuestro y demás delitos; pero fue reemplazada en el 2010 por la Dirección Operativa para la Libertad Personal, adscrita al Viceministerio de las Políticas y Asuntos Internacionales del Ministerio de Defensa. Hasta el día de hoy, a sus 47 años, Mauricio sigue sin recuperarse, ya que recuerda todo el tiempo aquellos desagradables y lamentables momentos que vivió en cautivero. En la actualidad, de acuerdo con la base de datos de secuestros de la Policía Nacional desde el año 2005 las cifras de secuestros anuales han disminuido considerablemente a causa de los distintos procesos de paz que se han firmado, la formación de programas anti secuestro desde el 2017 y la labor de las fuerzas armadas y los gobiernos de turno. —En el año 2019 se presentaron 92 casos, algo que fue histórico ya que en más de 40 años no se habían presentado estas cifras en el país. Este año se han presentado 64 casos, presentándose una reducción del 10% respecto al 2019 —explica el Brigadier General Fernando Murillo, actual Director de Antisecuestro y Antiextorsión (Gaula). Los principales epicentros con esta problemática en los últimos años, según el Brigadier General, son: Cauca, Norte de Santander, Arauca y Cesar. Además aclara que —el 90% de los secuestros que se dan en la actualidad son hechos a mano de grupos de delincuencia común—. El grupo Antisecuestro y Antiextorsión ha impulsado tres escenarios que se manejan ante esta situación: uno de ellos se da al recibir la información del secuestro e iniciar la operación candado en la que se encierra a los delincuentes por aire, mar y tierra, otro escenario es empezar un proceso de negociación de la mano de la familia de la víctima y por último se inicia el rescate a partir de la autorización de los familiares conociendo los riesgos que implica el proceso (como en el caso de Mauricio). Actualmente este fenómeno ya no se presenta en cifras alarmantes y ha disminuido en un porcentaje mayor al 50% respecto al año 2000, cuando se presentó el pico más alto de secuestros en la historia de Colombia, sin embargo este acto aún sigue afectando a varias familias y personas que, como Mauricio, quedarán marcadas para siempre por los abusos vividos.

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  • Déficit de reumatólogos afecta tratamiento de enfermedades

    Déficit de reumatólogos afecta tratamiento de enfermedades Ana Sofía Rubiano, estudiante de Comunicación Social y Periodismo Fecha: Aunque, según la OMS, debería haber 1 especialista por cada 50 mil habitantes, hay tan solo 260 en la Asociación Colombiana de Reumatología para tratar a todos los pacientes con enfermedades reumáticas en el país. Lea también: Las manos maestras Compartir Foto: SHUTTERSTOCK | Artritis reumatoide, enfermedad autoinmune de más prevalencia en la población colombiana. El déficit de especialistas reumatólogos actualmente en Colombia afecta el tratamiento y acompañamiento de los pacientes con enfermedades reumáticas, debido a que las citas son lejanas y hay poca disponibilidad de agenda. La reumatología, por un lado, “es una rama de la medicina interna que se encarga de ver enfermedades no quirúrgicas del sistema musculoesquelético”. Así lo definió la doctora Ana María Arredondo, presidenta de la Asociación Colombiana de Reumatología (ASOREUMA) y doctora del Hospital Universitario San José. También mencionó que ASOREUMA realizó en 2018 un estudio de prevalencia de enfermedades reumáticas en Colombia y se encontró que el 1.49% de los colombianos está afectado de Artritis Reumatoide, seguido del Síndrome de Sjögren con 0.08%,, el Lupus Eritematoso Sistémico con 0.05% y la Esclerosis Sistémica con el 0.02% prevalencia. Por otro lado, según el doctor Daniel Gerardo Fernández, director de la especialización en Reumatología de la Pontificia Universidad Javeriana y miembro de ASOREUMA, “es una especialidad importante porque, aunque estas enfermedades tienen una frecuencia relativamente baja, potencialmente pueden causar discapacidad y afectaciones en la calidad de vida de la gente”. Teniendo en cuenta la relevancia y prevalencia de las enfermedades reumáticas en Colombia, es posible afirmar que se necesita un tratamiento adecuado y un acompañamiento ideal. Sin embargo, aunque el sistema de salud colombiano “es tal vez uno de los mejores del mundo, ya que nuestras terapias son muy costosas y eso es garantizado al 100% por el sistema de salud y nuestra cobertura en los tratamientos es de las mejores no solo en Latinoamérica sino del mundo”, -dijo Fernández,- “hay un déficit notable de especialistas que traten enfermedades reumáticas”. Por esa razón, hay poca disponibilidad de agenda y las citas son lejanas. Tal y como lo declaró Gloria Vásquez, paciente reumática de Fibromialgia y Síndrome de Raynaud: “Siento que no hay tantos especialistas, las citas por la EPS son mucho más demoradas. La solución sería tener más especialistas para que pudieran cubrir más personas en la sociedad” . Esto evidencia que “la dificultad para los pacientes es llegar al especialista primero, conseguir las citas para primera vez y para seguimiento”, afirmó Claudia Mora, reumatóloga y profesora asociada de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Sabana. Asimismo, Gloria Vela, paciente reumática de Artritis Reumatoide, Artrosis, Osteoporosis y Fibromialgia, declaró que “el tratamiento de mis enfermedades ha sido regular, las citas son muy lejanas. En cuanto al tratamiento, los medicamentos no siempre son los mejores y se necesita más atención a las personas que tenemos estas enfermedades”. El déficit es real. “Hay un estándar de la OMS donde dice que debería haber un reumatólogo por cada 50 mil habitantes. Nosotros, en Colombia, somos aproximadamente 260 en ASOREUMA. Todavía estamos muy lejos de llegar a tener el número de reumatólogos que deberían”, declaró Arredondo. Sumó que a estos pacientes no hay otro especialista que le pueda tratar su enfermedad por lo que es importante que haya más reumatólogos para que puedan cubrir la totalidad de personas que necesiten atención por ellos. Es cierto que la renovación generacional se está dando de manera positiva y de esa manera cada año van llegando más reumatólogos, pero, ni contemplando esto a un futuro cercano, alcanzaría el número de especialistas que se necesitan. Una posible solución que plantea el doctor Daniel Gerardo Fernández es un algoritmo que desarrolló en su tesis doctoral epidemiológica para apoyar al médico no reumatólogo a mejorar su diagnóstico. A partir de ese algoritmo, con el Instituto Científico Pfizer, se está desarrollando un software de inteligencia artificial para que el médico introduzca los datos y el sistema le arroje un probable diagnóstico. Entonces, “este tipo de herramientas y estrategias son muy válidas para ayudar especialmente al médico no reumatólogo. Va a permitir que remitan mejor a los pacientes que sí tengan enfermedades reumáticas y hacer óptimo el trabajo de nosotros”, mencionó Fernández. Se debe garantizar la difusión, compromiso y gestión de esta herramienta por parte de los aseguradores y del Estado de que a todos los pacientes reumáticos (así estén en las zonas más alejadas del país) se les dé acceso a la atención y a las tecnologías de salud y “veamos una mejora sustancial en estos tratamientos tan necesarios”.

  • Bogotá, la Atenas de América

    Bogotá, la Atenas de América María Alejandra Parra, María Alejandra Lahidalga, María Virginia Velázquez y Ana María Meza. María Alejandra Parra, María Alejandra Lahidalga, María Virginia Velázquez y Ana María Meza. En el corazón de Bogotá se reúnen artistas, músicos, pintores y fotógrafos, quienes demuestran que en Colombia todo gira en torno a la necesidad de vivir las ideas y de cultivar la cultura. Haz clic para acceder al contenido Ver también: El rostro de una cultura invisible Compartir

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