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  • Aromáticas: sembrando una esperanza

    Aunque se han exportado más de 385 mil toneladas los últimos cuatro años, no hay una estabilidad económica para que los pequeños y medianos productores hagan de este un negocio próspero. Apoyo estatal, protección jurídica y asociatividad son necesarios para que este sector se vuelva insignia en Colombia. Aromáticas: sembrando una esperanza Sasha Muñóz, Nicolás Barahona, Laura Valentina Niño Aunque se han exportado más de 385 mil toneladas los últimos cuatro años, no hay una estabilidad económica para que los pequeños y medianos productores hagan de este un negocio próspero. Apoyo estatal, protección jurídica y asociatividad son necesarios para que este sector se vuelva insignia en Colombia. Contenido completo Autor: Todos tienen un recuerdo aromático: con la abuela sacando las hojitas de yerbabuena del jardín, con la mamá llegando con las uchuvas, con sus primas ‘fit’ cuando no quieren aceptar otra comida. Hay recuerdos de lo que se suele tomar en una noche fría saliendo de rumba en una bomba de gasolina o el alivio que siente el estómago en un asado de domingo después de la pregunta: ¿quieres tinto o aromática? En los inicios, cuando Colombia era tierra de chibchas, muiscas, tayronas y arahuacos, las aromáticas eran más que un brebaje bajativo. Fueron los indígenas del país quienes lograron identificar qué parte de la planta sirve para sanar un malestar, cómo se prepara y qué técnica se utiliza para preservarla. Gustavo Rodríguez, gastrónomo de la Universidad de La Sabana y experto en hierbas aromáticas y té, menciona lo que se consideraba ‘aromática’ en el territorio precolombino. “Hablamos del yagé, yopo, plantas psicoactivas, que el público extranjero no logra adoptar bien en su paladar [por lo que] fuerza el cambio de los sabores en el territorio. Es por eso que empezamos a absorber otras plantas aromáticas, de pronto más ricas y aceptables a un paladar un poco más neutro”, explica Rodríguez. Las aromáticas que actualmente se utilizan en Colombia fueron traídas de Europa en la época de la Colonia. De España llegaron la albahaca, hierbabuena, las fresas y otras frutas consideradas pertinentes para la preparación. El Ministerio de Agricultura no cuenta con información sobre el consumo interno ni sobre la posible tasa de informalidad de este sector. Los cultivos de plantas aromáticas representan menos del 1,1 % de las hectáreas sembradas en el país. Aún así, la industria está en un momento decisivo para consolidarse con productos de alto valor nutricional, medicinal, estético e histórico. Las ventas y la demanda internacional son prometedoras. Se requiere que los pequeños y medianos productores nacionales se muevan en un mercado con más garantías. Como se vio en junio de 2020, los fenómenos ambientales y económicos pueden llevar a la quiebra a los emprendedores en esta industria. Un caso que preocupó a las autoridades y comerciantes fue el de Chipaque, Cundinamarca, uno de los municipios insignia en la producción de plantas aromáticas. Como lo informó en ese momento el diario El Tiempo, los campesinos producían cerca de 15 toneladas diarias de aromáticas, de las cuales vendían cinco y diez las desechaban por la falta de compradores. En 90 días, las pérdidas económicas superaron los 700 millones de pesos y más de 1.600 personas quedaron desempleadas. Crecer en soledad El sector agroindustrial al que pertenecen las aromáticas fue de los pocos que aportaron al Producto Interno Bruto (PIB) de Colombia durante la época más desastrosa para la economía mundial, con una participación que va entre el 8% y 10%, según Procolombia en el año 2020. Esto se dio por el aumento de la comercialización de plantas aromáticas, herbales y condimentarias en los últimos cuatro años, sumando 385 mil toneladas exportadas para ese año, de acuerdo con datos brindados por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane). Hay una tendencia positiva para la identidad agrícola de Colombia, pues crece la presencia de productos de calidad en el comercio extranjero. Pero las cifras no se traducen en estabilidad económica ni tampoco en el resultado de una política estatal. Asociaciones de pequeños y medianos productores afirman que esto lo han logrado sin contar con apoyo institucional. Falta promoción para el sector, el mercado nacional no les da garantías para ser sostenibles, se requiere de valor agregado en los productos y no reciben acompañamiento para vender en otros países. Así se hacen más comunes casos como los de la Asociación de Productoras de Aromáticas Naturales de Duitama (Asanad), un proyecto que inició hace siete años por 25 mujeres. Esperaban alcanzar la sostenibilidad utilizando sus conocimientos ancestrales y que su experiencia fuera igual de variada, atractiva y armónica como las aromáticas. Lo que les tocó, sin embargo, fue una trocha de problemáticas estructurales. Asanad comenzó con un predio pequeño, preparándose durante dos años para entrar al mercado local. Cuando tomaron la decisión se dieron cuenta de que incluso para producir al pormenor se requiere de infraestructura, terrenos, tecnología, plataformas de venta, ruedas de negocio, intermediarios, capacitación, burocracia, inversión, distribución de funciones de trabajo y, sobre todo, de tiempo. Esto les trajo dificultades. Había compañeras que no podían dedicarse de lleno al cultivo de aromáticas, porque dependían de diversas fuentes de ingreso para alimentar a sus hijos. Y si existía la posibilidad de aumentar sus conocimientos mediante capacitaciones, no todas podían asistir por la falta de transporte en sus veredas. “Cuando empezamos a sacar nuestras plantas al supermercado o a la tienda de nuestras vecinas, hicimos cuentas y notamos que no quedaban recursos. Nuestro esfuerzo era más de amor, porque económicamente no daba”, cuenta Alba Luz Forero, su representante legal. No todas podían asumir las cargas del emprendimiento. El número de socias se fue reduciendo hasta llegar a cinco. Esa mezcla de factores frustró a Alba Luz, pues un sueño, que se materializó rápido, se vino abajo ante corazones aún dispuestos a vivir de su legado. La motiva que la industria de las aromáticas puede ser virtuosa por la capacidad de unir a sus miembros. Y es que gran parte de quienes deciden cultivarlas, producirlas y comercializarlas solo se tienen entre colegas para no naufragar. La unión hace la fuerza A 535 kilómetros de Duitama, Boyacá, se encuentra La Unión, municipio entre las montañas del oriente antioqueño en el que en 2017 surgió la Asociación de Productores de Hierbas Aromáticas de La Unión Antioquia (Uniaromas) con 25 productores de hierbas aromáticas. Su objetivo es diversificar la producción agrícola y brindar nuevas fuentes de trabajo a los campesinos de la región. Para alcanzar la sostenibilidad se enfocaron en el mercado externo, pues “el interno es limitado porque no existe una dinámica para consumir las aromáticas y sus derivados”, afirma Diego Mejía, presidente de Uniaromas. Por eso prefieren conectar con Estados Unidos y Europa donde encuentran mayor demanda. Las transacciones en dólares se muestran como una mejor fuente de recursos para cubrir el esfuerzo que hacen en cada parte de la cadena productiva. El valor de los envíos al exterior de plantas aromáticas desde Colombia fue de $8.983.751 dólares (FOB) en el primer trimestre de 2020, según un estudio de Treid. El 40% le correspondió a las cinco principales empresas exportadoras, que son Agroaromas, Country Fresh, Eshkol Premium, La Corsaria y Bioherbs. Lo primero que se necesita para exportar, según explica Mejía, son los predios. Hay una tendencia en el sector de las plantas aromáticas: el que no tiene terreno propio puede que no tenga los recursos para adecuar una producción que sea certificable por el lnstituto Colombiano Agropecuario (ICA). Esta institución requiere como mínimo un terreno con fuentes de agua, sin plagas y con tecnología. Lo segundo es vigilar y mantener el correcto desarrollo de las plantas. Por ejemplo, para obtener de ocho a diez mil libras de aromáticas se requiere cultivar una hectárea. En esta deben trabajar dos o tres personas de manera permanente en un promedio de tres meses. Lo hacen manteniendo una lucha diaria con insectos y animales, evitando que se coman las plantas. A su vez, deben mantener el riego correcto, observar cómo crecen las aromáticas y hacer una selección precisa al momento de la cosecha. Este segundo punto es clave porque en él se presentan los riesgos principales a la hora de exportar. Si la transformación de las aromáticas en sus productos derivados no cumple los estándares, las autoridades norteamericanas y europeas no los reciben. En el mejor de los casos devuelven la carga, que llega a Colombia con menos vida útil. En el peor, lo destruyen, que es cuando detectan plagas. En ninguno de estos hay pago. El tercer paso es la postcosecha, en la que el comerciante nacional funciona como un intermediario que empaca los productos y los deja listos para venderlos a un comercializador en el extranjero. Este último es quien ingresa las aromáticas colombianas en la cadena de distribución local de otros países. Cada paso es una larga conexión de inversiones que resulta en la simbiosis. Un fallo impediría que de esa hectárea de aromáticas, los ´productores dejan de recibir entre 1.000 y 5.000 dólares, pérdidas inadmisibles en el escenario inestable de la industria. “Por eso defendemos la asociatividad, porque sabemos que necesitamos buscar complementos, apoyo y solidaridad entre los que estamos en ella. El concepto hay que promoverlo porque somos un país individualista. De otro modo no vamos a aumentar nuestra competitividad ni mejorar nuestra oferta”, explica el presidente de Uniaromas. Hay familias que en media cuadra, 3.600 metros cuadrados, tienen un cultivo que les alcanza para sostenerse económicamente, cuenta Mejía. Calcula que todos los cultivadores de aromáticas en Antioquia no llegan a las 100 hectáreas, aunque para él las extensiones de tierra no es lo que determina el crecimiento del negocio. Lo que se necesita es voluntad política para que el sector se sienta apoyado y mejore su imagen, permitiendo que se le dé más valor cultural y económico a las aromáticas. Recordar los orígenes La demanda de los jóvenes por productos saludables ha motivado un mayor consumo de este tipo de alimentos, según estudios de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Hoy es posible encontrar las aromáticas empaquetadas como si fueran té gracias a la incursión de empresas que se dedicaban a sembrar estas hojas y que se extendieron al mundo de las aromáticas. Sin embargo, según Gustavo Rodríguez, gastrónomo de la Universidad de La Sabana y experto en hierbas aromáticas, existe un desconocimiento del territorio de parte de los colombianos. Como punto de referencia, no saben distinguir cuáles plantas son locales y cuáles no. “La planta pierde valor cuando nos desconectamos del territorio. La carga cultural y el significado de hacer la aromática tiene mucha relevancia, en especial en el altiplano cundiboyacense, donde cada pueblo tiene su mezcla de flores y hierbas, y que va enlazado con la religión”, dice Rodríguez. Con relación a la desconexión a la cual se refiere Rodríguez, la historia se remite a la planta que ha ayudado a comunidades indígenas a conectarse con lo que consideran sagrado, a través del yagé. Miguel Ángel Jamioy Juajibioy, de 49 años, es médico tradicional de la comunidad Kametsa o Kamsá, quienes están ubicados en el valle del Sibundoy, en el Putumayo. De este pueblo aún no se conoce bien sus orígenes, pero mantiene viva su tradición oral y muchas de sus costumbres. “El yagé se utiliza para beber, para purgar, para limpiar el cuerpo, para hacer pomadas, aceites, preparar baños, limpiar malas energías”, cuenta Jamioy. “Quienes lo preparan deben saber del tema y tener una conexión con lo sagrado en un espacio silencioso dentro de la naturaleza”. La bebida se compone del yagé (Banisteriopsis caapi) y la chacruna (Psychotria viridis), que contiene el alucinógeno dimetiltriptamina (DMT). El pueblo Kametsa considera que esta no es solo una planta, sino una forma para repensar la vida. “El territorio es sagrado porque la tierra produce frutos. Si no lo hiciera, no tendríamos alimentos para subsistir. Los mayores dicen: ‘voy a sembrar una semilla, y esa planta me va a ayudar a mi sostenimiento. También voy a alimentar a mis herederos con lo que la tierra produce, por eso hay que protegerla’”, dice Jamioy. Aún cuando el yagé fue de los primeros tipos de cocciones de plantas en Colombia, hoy hay hierbas más comunes y diversas. Esta herencia indígena muestra una conexión primigenia con las aromáticas y que se ha extendido a nuestros días, lo que puede potenciar el desarrollo de este sector agrícola, estableciendo una unión entre cultura y economía. Edison Javier Osorio, coordinador del Grupo de Investigación en Sustancias Bioactivas (GISB) de la Universidad de Antioquia, explica que mediante la industria de las aromáticas se puede mejorar la economía y la salud del país. En especial, porque las condiciones de cultivo dan elementos únicos a las plantas. Osorio afirma que el clima, altitud, cantidad de agua y pisos térmicos son una ventaja para Colombia, pues al no tener estaciones puede mantenerse una producción continua, algo que no sucede en Europa. Lo que falta es darle valor agregado a las aromáticas, para que vendamos productos transformados y no solamente la materia prima, opina. “Hay que generar acciones, programas, para que se creen productos innovadores a partir de nuestras plantas aromáticas. Con el valor agregado se aprovechan los metabolitos de las plantas y podríamos realizar una buena cantidad de productos que contribuyan a la soberanía farmacéutica que tanto necesitamos”, dice Osorio. “Deberíamos entonces aprovechar la experiencia acumulada de miles de productores y comercializadores para establecer modelos de negocio más rentables’', añade. De acuerdo con la información brindada por la Confederación Colombiana de Cámaras de Comercio, el número de trabajadores, empresas y asociaciones en la industria de las aromáticas ha crecido en los últimos cinco años. Hay soluciones Carlos Peña, director ejecutivo de la Asociación Colombiana de Productores de Hierbas Aromáticas, explica que estamos en un momento fundamental para definir el rumbo de este sector agrícola. Fundamental porque puede determinar que el país gane o pierda productos de alto valor. Para que se dé un resultado positivo para los miembros de esta industria se requiere consolidar un gremio que los represente a escala nacional e internacional, acabando con la fragilidad extendida por más de una década, dice Peña. El sector de las aromáticas presenta muchos retos que se pueden superar con asociatividad y promoción y fomento estatal. “Su demanda puede hacer que se mantenga una calidad homogénea. Es decir, que todos alcancemos la mejor calidad posible, tanto así que los pequeños productores puedan alcanzar los mercados internacionales”, afirma. Si se refiere a sus componentes, “el término infusión aromática se refiere al contacto de agua con plantas en un tiempo determinado. Lo que hacemos aquí en Colombia más que infusiones son cocciones, mucho más prolongadas para extraer más beneficios”, afirma Gustavo Rodríguez, el experto en hierbas aromáticas de la Universidad de La Sabana. Pero si de cotidianidad se trata, la aromática tiene el potencial de ser el mercado que los pequeños y medianos productores, agricultores y campesinos han esperado por tanto tiempo que les sea reconocido. Una aromática preparada con productos campesinos es una experiencia que una bolsa de té no iguala, debido a las propiedades de la cocción directa de hierbas y frutas. La aromática es cultura, economía, historia, sabor y una experiencia. La aromática es cortar las hojas de la hierbabuena de la casa de la abuela, lavarlas, hervirlas, agregarle las uchuvas que trajo la mamá, las fresas, moras, panela o así sola, para que las primas ‘fit’ la quieran beber. Sea junto al fuego en un día lluvioso, como bajativo en las grandes comidas familiares, para llenar el estómago en las salas de espera, para sanar el dolor de huesos rotos en los colegios o dar paz y calidez a quien la beba. Dicen que una agua aromática cura todos los males. Quizás curaría más males del país si tuviera las hectáreas y atención necesarias.

  • Médicos en Colombia: no hay ejército para la salud

    Médicos en Colombia: no hay ejército para la salud Colombia es uno de los países con menores garantías para los médicos, por la falta de apoyo estatal y el detrimento de las condiciones laborales. Haz clic para acceder al contenido Ver también: Los médicos, víctimas silenciosas del COVID-19 Compartir

  • Las manos maestras

    Las manos maestras María Alejandra Almario Moreno, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de La Sabana. Fecha: Esta es la historia de María Teresa, quien se ve obligada a cerrar su famosa academia de música al notar la afectación en su cuerpo por artritis reumatoidea. Lea también: Soñando con los pies en alto Compartir Foto: María Alejandra Almario A los 32 años, con dos hijos pequeños y todas esas expectativas, el mundo se me acabó completamente. No podía creer que a mí me estuviera sucediendo esto. Lógicamente empezaron los tratamientos, hasta 16 pastillas diarias. Esto lo comenta María Teresa Miranda de Moreno con una voz débil que refleja lo duro que fue para ella sufrir de artritis reumatoidea. “Esta enfermedad es incurable y destructiva. Mis defensas, no me protegen, sino que me atacan, especialmente a mis articulaciones”, informa mientras acaricia sus piernas de una forma lenta y cariñosa. Sus profundas inhalaciones muestran lo difícil que es compartir lo que cambió el rumbo de su vida, y de lo que más amaba hacer: enseñar música. A sus 84 años, aún le es duro recordar todo lo que perdió por cuenta de esta enfermedad. Es inevitable no ver sus manos. Reflejan el dolor por el que ha pasado y la fortaleza que tiene. Sus dedos son rígidos y están entumecidos. A pesar de eso, sus manos están hidratadas y sus uñas se ven fuertes y largas: siempre las trae pintadas de rojo. Ella me confirma que siempre se ha cuidado la piel, incluso la de las manos . No se cohíbe de su apariencia, no las oculta, por el contrario, sus manos hacen que uno viva su historia. Sus manos la describen a ella, demuestran su edad, su belleza, su fortaleza y su berraquera. Son blancas como su rostro, por lo que su esmalte y su labial rojo la hacen más atractiva, sin olvidar sus ojos verdes y su pelo corto, abundante y rubio. Es vanidosa. En 1978 tenía un esposo con el que llevaba 10 años de casada y dos hijos que tenían 3 y 9 años. También tenía una gemela más imponente y protectora. Con ella empezó la música. “Aprendimos a cantar haciendo un dúo a dos voces que se logró muy bien. Mi madre nos dio una buena educación musical”, explicó con un todo de orgullo al recordarlo. Mientras tanto, sus dedos índice, con dificultad, señalaban el cielo con sus manos entrelazadas. Por esto, ella también decidió introducir la música en su hogar. Así lo confirma su hija María Gabriela: “Nací en la música. En mi casa, con mi tía, mi hermano y con la gente que gusta de la música, todos los fines de semana siempre se cantaba; se oía música; se tocaba el tiple y la guitarra. Teníamos tertulias musicales”. Su hija también rememora cómo los dedos de su madre se movían rápidamente por las cuerdas, mientras su voz creaba un momento inolvidable, eso cuando tocaban rancheras o música colombiana . Al cantar canciones chilenas o de América Latina, recuerda sus aplausos constantes que ayudaban a todos a llevar el ritmo de la música y a la vez los motivaba a cantar o interpretar mejor el instrumento. Sin embargo, las más conmovedoras para María Teresa eran las baladas, que actualmente canta con su hija. Las gemelas Miranda decidieron dar un paso más grande. “Mi hermana me dijo: ‘hermanita, ¿por qué no enseñamos esto que sabemos? Abramos una academia para niños’, y efectivamente lo hicimos. “Mi hermana tuvo que viajar y yo me quedé sola con la academia”, relata María Teresa. Esta vez sus manos están juntas encima de sus piernas, se ven más tímidas. Mantener la academia era de gran trabajo. Su hija y, también alumna, la veía como una profesora exigente, paciente y competente. Sostener la academia significaba preparar instrumentos, templar y cambiarles las cuerdas. Todo le produjo cansancio crónico en sus articulaciones. Con poca memoria, ella confirma que ya había sido diagnosticada con artritis para ese entonces, pero su hija dice con seguridad que fue después de haber empezado su nuevo trabajo. Para María Teresa también era un pasatiempo, una forma de expresar y recibir amor. Lastimosamente, en varias oportunidades al levantarse de su cama empezó a sentir dolor en sus manos, especialmente en el cartílago de sus dedos; a veces, en los codos. Empero, ella y su esposo sospecharon que podrían ser producto del esfuerzo en el desarrollo de las tareas en la academia. No obstante, los dolores empeoraron hasta que un día ella no pudo levantarse de la cama. José Moreno, su esposo, afirma que decidió llevarla a dos clínicas para que le tomaran radiografías, ya que no estaba contento con los resultados y quería confirmarlo. Él fue médico, por lo que entendía muy bien todo lo que estaba sucediendo. Ella vivía de la música, vivía gracias a sus manos y a sus oídos. “Que moriría en unos 15 o 20 años, porque la artritis complicaba también mis órganos internos: mis pulmones, mi hígado, mis riñones”, narra María Teresa al recordar la limitación médica de ese entonces. Para ella, el mundo se derrumbó por el dictamen de ese doctor. Para todos en su familia, y en su academia, fue una noticia inesperada. “Para mí fue muy duro porque fue verla caer de alguna forma, triste, deprimida, reducida, impotente. Siendo yo tan niña no entendía bien qué pasaba, pero tengo claros recuerdos que me producían mucho dolor y miedo a perderla”, confiesa su hija con una voz y mirada decaída, quien segundos después es inundada por lágrimas forzadas a no salir. Cuando ya la enfermedad se apoderaba de ella, tuvo que tomar una decisión con su vida: cerrar la academia de música. “Todos esos niños que recibía, desde los 4 hasta los 15 años, lloraron al despedirse. Lloramos. La cerrada de mi academia fue verdaderamente traumática para mí... Y se acabó la música para mí”, asegura María Teresa con la mirada hacia abajo a punto de llorar. Sus manos no pierden el protagonismo al intentar cubrir su rostro, toman un pañuelo y luego choca sus manos contra sus piernas al recordar esta tragedia. Para narrarlo, tuvo que mantenerse en silencio por momentos mientras recuperaba fuerzas. “María Teresa me inculcó el efecto, el amor por la música y el canto. Fue la persona que me inspiró a siempre disfrutar de los acordes de una buena guitarra”, comenta Francisco Cubillos, actual profesor de la Universidad de La Sabana. Él aún recuerda a María Teresa y su academia; especialmente las sesiones navideñas a final de año donde demostraban lo aprendido frente a las familias de los alumnos. Él manifiesta que su maestra siempre fue una persona delicada, educada y amorosa. Francisco, mientras lo comenta, no duda de una sola palabra, mira con seguridad y concreta que siempre fue muy entregada a sus estudiantes. Para él es una maravilla poder reencontrarse con ella. Con una voz más segura y fuerte, María Teresa concreta: “Terminé mi carrera, me gradué y trabajé como profesora de colegio, todavía con esta enfermedad, muy dura, con muchos dolores e impedimentos”. Sus manos esta vez transmiten dulzura. Hace movimientos suaves y grandes que salen del marco de la cámara. Se complementan con su mirada. A sus 60 años, aproximadamente, María Teresa recupera su movilidad para tener un nuevo estilo de vida. Para expresarse, para enseñar, para hablar, ella necesita de sus manos. Ella sigue con su medicación desde hace 15 o 20 años, pero le da gran protagonismo a la Cortisona y el Metotrexato, cuya función es desinflamar. “Si me pueden ver, pues las manos son funcionales. Tengo muchas, muchas cirugías ortopédicas en las manos y en los pies para poder caminar. Y mis manos, estéticamente no son bonitas, pero funcionan. Yo me siento feliz, las amo. Le doy gracias a Dios”. No pudo volver a tocar un instrumento. Las secuelas que le dejó la enfermedad en sus manos se lo impiden completamente por la inmovilidad que tienen, pero aun así, es feliz. Su hija, ya con una familia, describe que con su madre se siente acompañada, respaldada y amada. María Teresa afirma que con ella se siente bendecida, protegida y feliz. Después de cerrar su academia creó un grupo de estudio de humanidades, pero esta vez conformado por adultos . Ella siempre recordará con amor “La Academia de las Miranda”, que según su hija, fue “una empresa unipersonal, en la que mi mamá era el motor, el corazón y el todo de la empresa”. Al final, María Teresa terminó viendo y acariciando sus manos. Se ve agradecida y más alegre a diferencia de cuando empezó a narrar la historia. Agradece y se limpia un poco las lágrimas. Es evidente que sus manos fueron las más afectadas, pero también son las que batallaron y las que actualmente le dan vida e independencia. Está orgullosa de su vivencia y seguirá cuidando de ella, y sus manos, toda su vida.

  • Doppler - Rey Mostaza (Acústico)

    Rey Mostaza, desde los estudios la Universidad de la Sabana, con el programa Backstage. Doppler - Rey Mostaza (Acústico) Rey Mostaza, desde los estudios la Universidad de la Sabana, con el programa Backstage. Compartir

  • Una mina de oro

    Una mina de oro Valentina Aguilera Páez, estudiante de Comunicación Social y Periodismo. Fecha: Cobos DC, el segundo mejor club de patinaje en línea de Bogotá, aporta su talento y su esencia para que Colombia sea una potencia en este deporte: un campeonato mundial, uno panamericano y múltiples nacionales lo ratifican. Lea también: Escuchar el himno nacional: lo bello de la victoria Compartir Foto: Valentina Aguilera Páez Entrenamiento del Club Cobos DC en la pista de patinaje del Parque Recreodeportivo El Salitre. Entre los patinadores se encuentra: Miguel Fonseca (uniforme amarillo), campeón mundial 2021; y Juan Pablo Cusba (lentes negros), campeón panamericano 2020. Si hay un deporte en el que Colombia no tiene competencia, sin duda alguna, es en el patinaje sobre ruedas. Desde que el país empezó a ganar en esta disciplina se ha consolidado como el número uno mundialmente. Con un total de 830 medallas —398 de oro, 253 de plata y 179 de bronce—, Colombia se mantiene en lo más alto del podio gracias a los resultados que ha obtenido en los mundiales disputados hasta el 2021 -año en el que la cita mundialista se llevó a cabo en Ibagué, capital del departamento del Tolima en Colombia-. El Club Cobos DC de Bogotá ha sido clave en la consolidación de Colombia como una potencia en el patinaje, pues ha aportado patinadores a la selección nacional. La formación de un deportista que representa al país en instancias internacionales inicia desde los semilleros o escuelas, pasa a los clubes distritales, y, posteriormente, a ciclo selectivo para selección distrital y nacional. Una de las razones por las cuales Colombia es una potencia mundial en patinaje es la ardua preparación de sus atletas, quienes han realizado un proceso de varios años de preparación física y psicológica para competir en el alto rendimiento. Si bien la responsabilidad, la tenacidad y el talento del competidor son cualidades muy relevantes en su formación deportiva, el compromiso de su club también lo es. Dicho compromiso se manifiesta en el Club Deportivo Cobos DC con su lema “Juntos por un mismo sueño”, pues día a día los entrenadores procuran sacar adelante a sus deportistas, así como darle mayor visibilidad y reconocimiento a la escuela. De esta manera, cada vez que un joven quiere entrar a Cobos, tanto sus padres como él tienen la plena convicción de que entran a un club donde lo prepararán para ser campeón, pero sin dejar de lado su parte humana. Es necesario destacar que Cobos es el segundo mejor club de patinaje de Bogotá, pues desde que recibió el reconocimiento deportivo en 2012 y desde que se afilió a la Liga de Patinaje de Bogotá ha formado a varios deportistas que han hecho parte de la Selección Bogotá y de la Selección Colombia. Algunos de los nombres que más suenan cuando se habla del Club son: Miguel Ricardo Fonseca, Juan Pablo Cusba, Mariana Herrera y Jorge Escobar. El reconocimiento de estos patinadores se debe a la grandiosa representación que le han otorgado a la capital y al país en general: Miguel es campeón mundial con tan solo 19 años; Juan Pablo es campeón panamericano con 18 años; Mariana ha sido parte de la Selección Bogotá en 2018 y 2021; y Jorge, en 2017, 2018 y 2021. En mayo de este año, los cuatro deportistas quedaron dentro del equipo de la Selección Bogotá. El Club maneja dos grupos diferentes, pero no independientes. Uno es la escuela de formación, donde se forjan las bases y se explican los fundamentos técnicos básicos del patinaje para quienes desean empezar a entrenar; y el otro es el club de rendimiento, donde entrenan aquellos que están iniciándose en la máxima categoría de competencia y que llevan un proceso de años atrás allí. La escuela cuenta con 100 personas y el club con 70, lo cual demuestra la confianza que la gente, en especial los padres de familia, tiene al inscribir a sus hijos en este semillero del patinaje. En ese punto es donde se cumple la misión del club: “Todo el mundo ya sabe qué es Cobos, muchas veces podemos perder porque en el deporte se gana y se pierde, pero saben que si perdemos, lo hacemos luchando hasta el final. Para los otros clubes no es fácil ganarnos y es gracias al proceso deportivo que hemos llevado durante años”, relató Jorge Organista, fundador y entrenador principal del club Cobos DC, acerca de la percepción que la gente tiene de la institución. Por esta razón, la ilusión de un niño cuando entra a Cobos se traduce en que podrá entrenar al lado de campeones de talla continental y mundial, y llegar al podio, así como ellos lo han hecho. Con un poco más de 20 años de trayectoria, el club compite en Bogotá con otros clubes como Élite Sport y Tequendama, que es bien reconocido en la ciudad debido a su amplia experiencia y a la construcción de su nombre por los patinadores que ha formado. Se podría decir que son quienes se han enfrentado ‘rueda a rueda’ por obtener los mejores resultados y cumplir el objetivo más apetecido por una de estas academias: que sus patinadores luzcan el uniforme tricolor y que lleven sobre sus hombros los sueños y anhelos de un país completo. Cobos no se queda atrás y los patinadores Miguel Fonseca y Juan Pablo Cusba tampoco, pues han tenido la oportunidad de portar la licra del combinado nacional en varias ocasiones. De hecho, en 2021, fueron dos de los nueve deportistas que envió Bogotá para conformar la Selección Colombiana de Patinaje sobre ruedas. Sin embargo, no todo es color de rosa —o mejor, de oro—. Sabiendo que Colombia es una potencia mundial en este deporte, y que indudablemente tiene un lugar asegurado dentro del podio, el apoyo que se esperaría ni siquiera se ve en los medios de comunicación. Porque apoyar va más allá de poner el siguiente titular: “Colombia es campeona mundial de patinaje”. Quienes realmente sienten el soporte de la gente son los patinadores. Por esto, Miguel y Juan Pablo afirmaron que hacía falta más apoyo por parte de los medios y del Estado —si esta fue su respuesta, imagínese cómo sería la respuesta de un niño que no tiene los recursos para financiar los gastos que implica entrenar patinaje porque sí que es costoso—. Si bien en las proyecciones para 2022 se destinarían 882 mil millones de pesos del Presupuesto General de la Nación para invertir en el deporte colombiano, los atletas que han llegado a instancias internacionales afirman que no ven una gran inversión en el patinaje. Esto se debe principalmente a que en Colombia se les apuesta a otros deportes como el fútbol y el ciclismo. ¿Por qué? Porque son deportes que mueven masas de personas, y así el patinaje también lo haga, desafortunadamente los 18 títulos consecutivos de campeonatos mundiales no han sido suficientes. Uno de los principales hechos que invisibiliza el éxito del patinaje en Colombia es que este no es un deporte olímpico. De hecho, Juan Pablo Cusba, campeón panamericano en 2020, afirma que “si el patinaje fuera olímpico en categoría mayores pondría a Colombia más arriba en el podio de las olimpiadas, lo cual daría mejores incentivos para respaldar este deporte”. Tanto él como Jorge Organista, quien además de ser fundador de Cobos es secretario de la Comisión Técnica de Carreras Categoría Menores de la Liga de Patinaje de Bogotá, están de acuerdo con que habría más inversión y más aporte económico si el patinaje fuera un deporte olímpico. En efecto, “Colombia sí arrasaría en el medallero si estuviera dentro de unas justas olímpicas porque la preparación que tiene la Federación Colombiana de Patinaje, las diferentes ligas del país y los clubes es muy estructurada. Como se preparan nuestros patinadores, no se preparan ningunos otros en el mundo”, aseguró Sebastián Gómez Salinas, periodista y press attaché del Comité Olímpico Colombiano y jefe de prensa de la Organización Deportiva Bolivariana. No obstante, si se supone que este fue el año en el que se destinó la mayor cantidad de dinero hacia el deporte en la historia del país con respecto a 2021, el presupuesto aumentó casi 150 mil millones de pesos —ese año fue de 737 mil millones — para consolidar al país como un referente continental en patinaje. Entonces, valdría la pena preguntar: ¿en dónde se está invirtiendo ese dinero? Según una entrevista realizada por el periódico El Tiempo al ministro del Deporte Guillermo Herrera Castaño, se nombran las disciplinas que recibirán una parte del presupuesto, y por ningún lado aparece el patinaje. Según explica Sebastián Gómez, el Comité Olímpico es quien asesora al Ministerio del Deporte para definir a cuáles disciplinas se les invertirá de acuerdo con las medallas que estas le puedan ofrecer al país dentro de las competencias oficiales del ciclo olímpico. Se habla del equipo ‘Colombia, Tierra de Atletas’, pero este solo hace referencia a las selecciones olímpicas y paralímpicas, así que el patinaje queda casi en el olvido, pues no basta solo con entregar una cantidad específica de dinero a la Federación Nacional de Patinaje, quien actúa como el ente regulador de las Ligas de Patinaje de cada ciudad. El Club Cobos ha demostrado su buena gestión por medio de sus positivos y excelentes resultados, razón por la cual la Federación y la Liga de Patinaje los ha tenido muy en cuenta cuando se trata de enviar programaciones y convocatorias. Dejando de lado los logros deportivos y el aporte en el medallero histórico del Club Cobos para Colombia, es necesario hablar del valor agregado que esta mina de oro otorga a sus patinadores. Desde sus inicios, en el semillero del club, se ha velado por la formación humana de los deportistas, de modo que cada uno de ellos encuentra una segunda familia en el club. El hecho de vivir el patinaje como un estilo de vida implica enfrentarse a dificultades mucho más allá de las económicas . Es un reto de superación y esfuerzo físico y mental que requiere de un acompañamiento profesional. Ese acompañamiento parte de la gestión de las entidades gubernamentales del deporte, pero si estas no realizan bien su labor terminan perjudicando a los deportistas, quienes ponen todo su empeño en hacer las cosas bien. Juan Pablo Cusba mostró su inconformidad respecto al apoyo que se les da a los deportistas desde la Federación: “A los que llegan a Selección Colombia sí se les respalda, pero a los que están en los clubes, no. A las escuelas deportivas, la Federación solamente les envía información actualizada, resoluciones y programación de eventos”. Debe ser una relación recíproca, donde la Federación, Coldeportes (ahora el Ministerio del Deporte) y la Liga trabajen de la mano para favorecer a los clubes en sus proyectos deportivos con la juventud. Vale aclarar que “todo el apoyo de Fedepatin está dirigido a los deportistas de Selección Colombia únicamente en el tiempo que son Selección Colombia, pero esto se debe a que la Federación también tiene como responsabilidad apoyar a otras selecciones que no son tan famosas como la de patinaje de carreras”, aseguró Julio Garnica, vicepresidente de la Liga de Patinaje de Bogotá y miembro de la comisión técnica de carreras de la Federación Colombiana de Patinaje. Por esta razón, según cuenta Julio, “desde la Liga de Bogotá se está contemplando implementar proyectos que otorguen un retorno económico hacia los deportistas de alto rendimiento”. De esta forma, el Club Deportivo Cobos DC se ratifica como una mina de oro, pues no solo se valoran las medallas, los trofeos y los reconocimientos que el club ha obtenido desde que se consolidó; sino también la calidad humana de sus deportistas. El trabajo mancomunado de instituciones como la Federación y el Ministerio del Deporte son esenciales en la construcción y en el aprovechamiento de la materia prima de Cobos: el talento, la calidez y la determinación. En definitiva, la misión de Cobos es apenas el comienzo de otra hazaña del patinaje colombiano, ya que podría ser el punto de partida para tener, una vez más, a Colombia dentro de unas justas olímpicas en esta disciplina en la cual somos potencia mundial.

  • El banco verde de Bogotá

    El banco verde de Bogotá Jorman Romero, Comunicación Social y Periodismo Fecha: Cuando la ciudad se prepara para dormir, la plaza de las Hierbas calienta motores para afrontar un nuevo amanecer en el que olores y colores desfilan para mezclarse en un espectáculo cultural que deja en evidencia las raíces colombianas. Lea también: Las plazas de mercado con “ñapa” Compartir Foto: Realizado por: Isabela Uribe, Gabriela Rojas, Juan Esteban Hernández, Paula Espeleta y Jorman Romero A las 4 de la mañana de un lunes cualquiera la plaza Samper Mendoza, más conocida como la Plaza de las Hierbas, se puede confundir con cualquiera de las 44 plazas de mercado de Bogotá. 24 horas después, siendo las 4 de la mañana del martes, no es fácil entender que se trata de la misma plaza. La sensación de estar en una pequeña ciudad nocturna es inevitable. Una ciudad de olores frescos y colores verdosos. Una ciudad de tradiciones y creencias, de hierbabuena, manzanilla, ruda, eucalipto y limonaria; de sabores dulces y amargos. La plaza abre las puertas a las 5 de la mañana del lunes. Solo 3 vendedores que tienen su puesto dentro de la plaza y un habitante de calle esperan la apertura desde una hora antes. Los 9° centígrados de temperatura que abrazan la madrugada de la capital los tiene abrumados y revisan constantemente la llegada de la señora de los tintos. Mientras esperamos que las puertas de la plaza se abran, don Víctor, habitante de calle, hombre pequeño, delgado y con una bufanda hasta los ojos, me cuenta cómo se gana lo del diario revendiendo la ruda que compra en la plaza. En la mano tiene un palo de escoba y una botella con atomizador que tiene un líquido rosado con el que rocía a las prostitutas del barrio Santa Fe para atraer a los clientes, una de las casi mágicas virtudes de la ruda. “Hierba que no esté en la Samper Mendoza, no existe”, ese es el lema de estos comerciantes. Y es que en las madrugadas del martes y jueves se reúnen 400 vendedores a comerciar casi 300 variedades de hierbas. Puntualmente abren la plaza. Todavía no hay luz del sol y solo se enciende una parte de las luces. Hace frío y no llega ningún cliente. Los vendedores empiezan a abrir las puertas de sus negocios y algunos a sacar esas verdes hierbas a la plazoleta. Todos en silencio empiezan su jornada que, bien saben, terminará al otro día pasadas las 10 de la mañana. Es una plaza pequeña que se divide en 3 secciones: la plazoleta grande donde llegan las hierbas, una plazoleta pequeña al costado derecho en donde llegan las hojas de tamal, provenientes casi todas de la región del Tolima, y al costado izquierdo una plazoleta de comidas que funciona únicamente de día. Cada local debe pagar una mensualidad de alrededor de 150 mil pesos al Instituto para la Integración Social (Ipes). De día la plaza se comporta casi como las demás. Hay algunos puestos de pollo y pescado dentro, e incluso hay un puesto donde venden verduras y plátanos. Nada de eso se abre en la noche. Si no fuera por el penetrante aroma a acre y salvia que produce la artemisia, esta plaza seguiría sin ser nada espectacular. La plaza está ubicada en el barrio Samper Mendoza, un barrio de antaño en la Bogotá del siglo XX donde familias enteras vivían en casas inmensas y se reunían en la calle para ir, por un peso con cincuenta, al ya desaparecido Teatro América. De eso no queda nada. La industria y el comercio se apoderaron de las losas del barrio, así como la plaza se apoderó del mercado de las hierbas. Hace 28 años los comerciantes convirtieron esta plaza sin vida en el espectáculo que es hoy. Doña Carmen, mujer de 71 años y de carisma bromista, me cuenta mientras organiza un arrume de valeriana que antes de llegar a la plaza los vendedores dieron vueltas por Paloquemao y por la carrilera del tren que queda justo al lado de lo que hoy es la plaza. “En cualquier lado que nos ubicáramos la policía nos quitaba y nos dañaba las maticas”, afirma. Pasa el día y nada extraordinario ocurre hasta las 7 de la noche. Llega el primer camión cargado de cintronela y la jornada finalmente empieza. A las 8 de la noche ya se empiezan a alinear por las calles adyacentes camiones de todas partes del país: Cundinamarca, Boyacá, Tolima y los Llanos Orientales son algunos de los lugares de donde partieron estos camiones hace algunas horas. Los vendedores, mayoría campesinos -y quienes no, hijos de ellos-, comienzan a llegar para abrir los puestos e instalarse en la plazoleta junto a sus hierbas. Pasan los minutos y empiezan a dibujarse los caminos que forman las hierbas en el piso. La plaza empieza a cobrar sentido de la mano de colores verdes, amarillos, naranjas y púrpuras, de olores a manzanilla, menta, artemisia, albahaca y hierbabuena. Hay plantas que curan enfermedades, otras que traen prosperidad y, por supuesto, condimentos. En cuanto a las dos primeras, don Darío, hombre grueso y de baja estatura, me explica que cada planta tiene su uso y su correcto manejo. “Usted no puede mezclar una planta tibia con una fría y hacer un agua porque no le va a servir”. Mientras tanto otros vendedores como doña Carmen creen que cualquier planta sirve siempre y cuando se use con fe. “Usted se puede tomar una pasta si quiere y mientras la use con fe, le va a hacer algo. Eso depende mucho de las tradiciones de nosotros”, me dice convencida. A las 11 de la noche casi todo ha sido descargado y los vendedores esperan a los compradores que llegan poco a poco. Mientras tanto, y con una temperatura por debajo de los 12° centígrados, los vendedores se valen de todas las artimañas para evadir el frío: tinto, aromática, aguardiente y hasta whisky. Doña Lilia, mujer de unos 55 años, delgada y de voz dulce, me ve caminar por la plaza y me invita a tomar un tinto. Tiene el puesto 105. Maneja su cafetería desde hace 25 años y todos en la plaza la conocen. Cada noche prepara 3 o 4 ollas grandes de tinto, unas 60 arepas y otros productos que vende durante la jornada. Como la cafetería de doña Lilia hay un par más, pero también hay 2 personas que recorren la plaza con 14 termos y bolsas de pan que venden a 300 pesos. Los compradores que se acercan a esta hora, faltando 20 minutos para la media noche, son de otras ciudades. Esta plaza no solo surte a Bogotá, sino que también provee las hierbas que se compran en gran parte del país. Hay bastante gente, pero todos tienen claro que el verdadero “boleo” no ha comenzado. Se siente una calma profunda. Nadie corre. No se oyen gritos. Montañas de hierbas se levantan y se transforman en camas para decenas de vendedores que deciden dormir y descansar un poco. Las personas se acuestan sobre las hierbas y con una cobija o un trapo en la cabeza duermen como si estuvieran en su propia cama. Algunos no necesitan acostarse y con solo inclinar la cabeza logran conciliar el sueño. Llega la media noche y nadie se da cuenta. A las afueras de la plaza ya se han acumulado más de 20 camiones por cuadra. Personas con lista en mano y con cotero a las espaldas –persona que hala las carretillas para transportar la mercancía- van comprando bultos de hierbas. El cotero se inclina, echa al hombro y descarga en una de las 40 carretas de la plaza por la que paga una pequeña mensualidad al Ipes. Así se van llenando los camiones para darles paso a otros que hasta ahora llegan. En ese ir y venir llega una familia en un Renault 9 rojo. Son una pareja de esposos y un hijo de 11 años. El pequeño carro lo llenan de hierbas desde el baúl hasta el asiento trasero y para completar la carga echan encima del carro 2 bultos más. Arrancan presurosamente porque a 2 horas de camino Fusagasugá los espera. Pasada la 1:30 de la madrugada, a 10° grados centígrados, los arrumes han disminuido un poco su tamaño. Ya no circulan tantas carretillas y la plaza ha entrado en un estado de reposo mayor. Se ve más gente durmiendo. Aprovecho para fijar mi atención en la parte más mística de la plaza: los puestos de medicinas esotéricas. Acá se consigue remedio para todo lo que alguien pueda necesitar: dinero, amor, prosperidad, salud y suerte. Don Miguel, hombre alto y quien ha trabajado con esos productos desde el inicio de la plaza, me aclara que aunque estas mismas propiedades se encuentran en las hierbas, estos locales venden los extractos condensados en esencias. “Acá principalmente vendemos jabones, esencias y riegos. Todos son lo mismo pero la presentación es diferente”. También se encuentran cosas más específicas como la uña de gato o la chanca piedra para combatir el acné y hasta los cálculos en la vesícula. En medio de esa calma momentánea que ofrece la plaza a las 2 de la mañana, una señora de ojos verdes, rostro descarnado, chaqueta de cuero y un mazo de naipes se pasea por los pasillos del fondo de la plaza ofreciendo leer las cartas. Cobra dos mil pesos y en cualquier lugar de la plaza se sienta para hacer su magia. Cuando termina pide propina y si encuentra confianza hasta pide que le gasten un cigarrillo. A medida que se acercan las 4 de la madrugada el mercado se reactiva y se llena de compradores locales. Mucha más gente se ve llegar a la plaza y la calma que habitaba se pierde. Los coteros corren más de prisa. Todos se han despertado. Los caminos formados por las hierbas se vuelven angostos y los coteros piden permiso constantemente. Los locales que no se habían abierto durante lo que va de la madrugada finalmente abren las puertas. Afuera ya casi no hay espacio para que los carros lleguen. Cuadras enteras están ocupadas de camiones y camionetas de carga. Entre ellas una Dodge del 67 con platón que en el parabrisas se identifica como Poncho. Por el lado de la plazoleta de la hoja de tamal el mercado es igualmente intenso. A medida de que los arrumes de hojas van bajando de los camiones, inmediatamente se van yendo de la plaza. A las 5:25, en medio del agite, el cielo empieza a dar sus primeros tonos morados. 10 minutos después los cerros se dibujan con fuerza en el paisaje y faltando 15 minutos para las 6 de la mañana ya está amaneciendo, sin embargo nadie se entera. Mientras descanso en un andén a las afueras de la plaza, en medio de 2 camiones se parquea un taxi. 5 mariachis bajan del carro. En fila y con instrumentos en mano caminan junto a las carretas hasta llegar al puesto de “la mona”, una señora de cabello claro y corto que vende hierbas aromáticas. Está cumpliendo 58 años. Su esposo, hijas y nietos se posan al lado de los mariachis y en medio de las personas que se acumulan cantan “las mañanitas” que se escuchan en toda la plaza. En la esquina del espectáculo está la cafetería de doña Lilia. Le pido un tinto para el frío mientras observo la función. Los mariachis van por la tercera canción cuando finalmente la luz del sol logra penetrar la plaza augurando el final de la jornada. -Doña Lilia, ¿cuánto le debo? -Nada, mijo. Lo que debe es volver, volver…

  • A través del lente de Cristhian Mendoza

    A través del lente de Cristhian Mendoza Bianca Gelzo, Sara Salamanca, María José Omaña, Francisco Santamaría, estudiantes de Comunicación Social y Periodismo Este Comunicador Audiovisual y Multimedios hace parte de los 50 años de historia de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Sabana. Conoce cómo se ha ganado un espacio relevante en la industria audiovisual dentro y fuera de Colombia. Ver también: Una comunicadora con impacto en la transformación digital Compartir

  • El proyecto del Hipotecho en Bogotá presenta un avance del 90%

    El proyecto del Hipotecho en Bogotá presenta un avance del 90% Sara Carrascal Hernández Sara Carrascal Hernández La obra del megacolegio, que debía ser terminada en agosto de 2023, cuenta con una inversión de 37.000 millones de pesos y está previsto que se entregue casi a cierre de ese año. Haz clic para acceder al contenido Ver también: El sobrecosto que deben asumir los productores se ha convertido en el mayor problema del campo colombiano Compartir

  • El litigio de la abeja

    Albert Einstein decía que si las abejas desaparecieran, cuatro años después desaparecería la humanidad. No se sabe si fue una alerta o un presagio, pero en 15 días murieron casi 320 mil abejas en Apiarios San Orlando, de Tabio, Cundinamarca. El litigio de la abeja Alejandra Ramírez Valbuena Albert Einstein decía que si las abejas desaparecieran, cuatro años después desaparecería la humanidad. No se sabe si fue una alerta o un presagio, pero en 15 días murieron casi 320 mil abejas en Apiarios San Orlando, de Tabio, Cundinamarca. Contenido completo Autor: Alejandra Ramírez Valbuena Despertó y sintió un gran alivio en el pecho. Pocos saben que las abejas mueren mientras duermen. Mueren de cansancio. Y ese era su gran temor. Nunca cerró sus cinco ojos mientras soñaba con otro día de trabajo. Y, al salir el sol, el panal seguía a oscuras. Habían pasado 14 días y 7 colmenas habían fallecido. Seremos las próximas. En los últimos 3 años, aproximadamente 10.500 colmenas han muerto en Colombia por intoxicación con pesticidas; lo que representa un 34% del total de colmenas registradas en el país. Pero, para las colmenas de Apiarios San Orlando, en el municipio cundinamarqués de Tabio, la causa de las muertes no era tan clara. Cuatro patas. Una cabeza. Un par de alas. Cinco ojos: dos que ven en la oscuridad, tres que se adaptan a la luz. Dos antenas. Bien. Chequeo matutino completado. Dentro del panal, siempre será verano; 35 grados centígrados en promedio. Y, a pesar del calor, las abejas están alerta. Cuando se vive a oscuras, sentir y escuchar es la única posibilidad de salvar a la reina. Por eso, las colmenas siguen una jerarquía estructurada. Son el ejemplo perfecto para explicar el matriarcado. La reina es elegida por su fertilidad. No se trata de que las demás sientan envidia porque sí; son estériles. Pero, es la madre de todas y la protegen. Casi todo puede hacerle daño. Entre colmenas se vive un verdadero juego de tronos. Son como ejércitos de hembras que evitan la entrada de extranjeras a sus casas. Cada comunidad tiene un olor específico que la diferencia de otra. Sus fronteras son más custodiadas que las de Estados Unidos. Reinaba la incertidumbre y la angustia. Corrían rumores de que todas morirían de alguna enfermedad; tenían muy bajas las defensas. Eso no evitaba que las labores continuaran. Entonces, sonaron los fuertes zumbidos, como una vibración constante y enérgica que indicaba el comienzo del día. Miles de alas golpeándose despegaban desde las colmenas para hacer su trabajo. Ser una pecoreadora es el sueño de toda abeja: salir del panal, recolectar néctar, polen, propóleo y agua, es una labor agotadora a la que dedican casi 10 horas diarias. Vivir en casi un metro y medio de área, con 40 mil hermanas y 10 mil zánganos, puede resultar algo estrecho. Entre 2014 y 2018, la polinización hecha por los animales aportó entre el 5% y el 8% de la producción agrícola mundial, que equivale a un rango entre 235.000 y 577.000 millones de dólares, según cifras de la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES). Eso es casi cuatro veces la deuda externa que tiene Colombia. En definitiva, no solo los narcos son capaces de pagarla. ¡Lástima que a ellas las están matando! Ese día salió tarde, no quería dejar el panal. Aquí también han pasado cosas desagradables. Ya no se sentía segura en ninguna parte. – Una mañana un vecino creyó buena idea amarrar su cabra a uno de los postes que divide los apiarios. Posiblemente, porque hay mucho pasto en esta zona. Yo pasé a ver las abejas a medio día y vi esa pobre cabra que se retorcía del dolor. Algunas abejas ya la habían picado – recordó, con expresión de cansancio, Óscar Rodríguez, apicultor dueño de Apiarios San Orlando –. La salvé ese día y se la devolví al vecino. Pero esa misma tarde él volvió a amarrarla al poste. La desesperación hizo que la cabra tumbara uno de mis panales y hasta ahí llegó el animalito. En Colombia hay una evidente falta de educación de los vecinos cercanos a las abejas. Ignorantes. Aunque, los animales aledaños son el menor de sus problemas. Todas nos sentimos más cansadas. Los pesticidas que aumentan la producción agrícola; las acciones antinarcóticos para erradicar cultivos ilícitos; y la expansión de la frontera agrícola, han afectado particularmente a las abejas. Cuando desaparecieron, la reina de la colmena 2 ya no ponía huevos. Dicen que en la colmena 4 a todas las abejas les dio una peste masiva y un día no despertaron. Cuentan que en la colmena 5 murieron de tristeza. Pero esos son solo rumores. Cuando volvía al panal, con sus 15 mg de polen entre las patas, vio unas figuras en un verde y amarillo radiante, que no parecían una amenaza. Sin embargo, llenaban de humo su casa. Todas pensarán que es un incendio. Dentro comían desesperados sus 50 mil familiares, listos para dejar el hogar ante la amenaza de fuego. Alguien nos ataca, ¡paren!, ¡escúchenme! –Las abejas sienten el miedo –explicó Óscar Rodríguez, el apicultor que se dedica al cuidado de esta colmena. –Se enojan. –¡Cómo no van a hacerlo!– prosiguió–. Abrimos la puerta de su casa sin pedir permiso. Es abusivo. Claro que van a estar bravas, por eso pican. Intenta disfrutar el dolor. El dolor, producto de la picadura de una abeja, es el efecto del veneno y el aguijón que se impregnan en la piel. Usualmente, estos insectos atacan porque se sienten en peligro. Por ignorancia se piensa que son animales agresivos; nada, más alejado de la realidad. Entregamos nuestras vidas para salvar la colmena. La pregunta, entonces, es ¿quién las salva a ellas? “Hasta que tengamos un censo de la cantidad de apicultores en Colombia, no se pueden establecer mecanismos de control y ayuda para las abejas”, comentó Margy Villanueva, de la Dirección Técnica de Sanidad Animal del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA). Tras llamadas y correos a diferentes individuos de la institución ambiental, esta era la explicación del por qué nadie se hacía cargo de las abejas. No existe un presupuesto para los apicultores; no existe una rama destinada a sus servicios ni siquiera internamente el ICA tiene claro quién se encarga de estos asuntos. – ¿Por qué se están muriendo las colmenas?– Información valiosa. –Creemos que fue el vecino que cultiva papa y usa todo tipo de pesticidas. Nadie le responde a uno ni lo indemniza cuando estas cosas pasan– admitió con resignación Óscar Rodríguez. Aquel vecino prefirió no hablar del tema. Nada le impide usar aquellos pesticidas, ni siquiera la moral. ¿Qué más se puede hacer? El proyecto de ley 197 de 2017 tiene como objetivo el cuidado y protección de los polinizadores en Colombia, como asunto nacional que requiere la creación de instituciones especializadas dentro del Ministerio de Ambiente. En diciembre 11 de 2018 este texto fue aprobado, en tercer debate en la Comisión V del Senado. “Llevamos más de dos años esperando a que salga esa ley. Pero, con todas las reformas que se han hecho, no solucionarán los problemas de las abejas. Sí es necesaria, pero no es una ley completa”, explicaba John Fredy Bohórquez, técnico apicultor y líder de la organización internacional 100% Apicultura que trabaja en países como Colombia, Perú y Bolivia. “Este proyecto puso a las abejas en el mismo panorama de todos los polinizadores, eso es un problema porque ellas son completamente distintas a murciélagos y aves. Además, tienen un beneficio económico que las convierte en asunto de nivel nacional”, comentaba Bohórquez. “Si no ponen leyes que restrinjan el uso de ciertos pesticidas, no se salvarán. Además, el problema es mucho más complejo; la gente en Colombia no sabe cuidar de los apiarios”. Los apiarios pueden morir por abandono. Para el año 2000, existió un fenómeno de abandono masivo de las abejas a las colmenas que fue denominado el “trastorno del colapso de las colonias” por investigadores de la Universidad de Harvard. En el 2006, los investigadores descubrieron que el uso de pesticidas es la principal causa por la que las abejas abandonan sus hogares y mueren. Sin embargo, la segunda causa es por infecciones adquiridas por malas prácticas apícolas. Por esto, es relevante que el apicultor revise la colmena cada 10-15 días, desinfecte regularmente los equipos, proteja las colmenas de la lluvia, y renueve las reinas y colmenas más antiguas para evitar otras enfermedades. De vuelta en el panal, la reina miraba con prepotencia al apicultor. Él la tomó con facilidad y, sin hacerle daño, la introdujo en una cajita transparente para que se reuniera con una parte pequeña de su comunidad, que sería expuesta en la tienda de miel. El almacén de Apiarios San Orlando está ubicado en el centro de Tabio, Cundinamarca; a unos 15 minutos de los apiarios en auto. Es un negocio acogedor que huele a dulce. Antes de que fueran llevadas a la tienda, debía avisarle a la reina lo que sucedía. Dejó de forcejear y entró en la caja. Ya sé por qué están muriendo las demás colmenas. Justo en ese momento, una abeja cayó al final del molde de vidrio. ¿Se quedó dormida? Esa había vuelto del campo de cultivos de papa, cautivada por las flores moradas que llenaban el prado. Está muerta. Los apicultores se alejaron del panal, se sentaron en unas cajas vacías y se mantuvieron en silencio unos segundos. El fuerte zumbido cesaba y las abejas se despegaban del traje como si hubieran olvidado lo que vivieron minutos antes. Las labores del día continuaban. – Ellas no son rencorosas, sólo siguen su trabajo. ¿Ve por qué no hay que tenerles miedo? Días después entendieron que no solo por miedo se cometen grandes errores. Cuando los panales llegan a los hogares comunes, la gente prefiere matar a las abejas que pagar por un servicio para el traslado de la colmena. Cada municipio cundinamarqués tiene un apicultor aficionado al que llaman cuando hay casos de emergencias hogareñas con abejas. Juan Jorge Wolf Díaz, apicultor por afición, es la persona a la que llaman los bomberos de Chía cuando les reportan problemas por colmenas cercanas a las viviendas rurales. Con 60 años de experiencia, Wolf trabaja de manera privada. En la Secretaría de Medio Ambiente de Chía, él se dedica al cuidado de los bosques y se encarga de las abejas de manera informal. –A mí me han pagado hasta millón y medio por remover un panal. Y mínimo cobro unos 200 mil pesos. Todo depende de la colmena– explicaba el señor Wolf–. La gente no aprecia este trabajo, creen que es muy costoso, así que prefieren matarlas. Si la gente conociera la riqueza de las abejas, estas cosas no pasarían. Cuando volvieron a la casa de los padres de Óscar Rodríguez, su mujer, Ana Milena Osorio, comentaba sobre las finanzas del negocio: “Es difícil competir contra la miel industrial. La gente no comprende por qué un litro de miel cuesta 10 mil pesos en el supermercado; y el que nosotros vendemos, 35 mil pesos”. La miel es un negocio y un arte. Toma casi un año producirla y, por cada kilo, se requiere el trabajo de unas 2.500 abejas. Lastimosamente, no todos saben apreciarlo. Internacionalmente, un litro de miel se vende casi 3 veces más costoso de lo que puede venderlo el mejor productor de miel del país. Eso no sólo es por el cambio monetario, es porque la gente no sabe lo que cuesta la producción. Despreciadas, agredidas, pero trabajadoras. En lo profundo de ese cuadro del panal, aquella abeja se quedó dormida, agotada por esa larga jornada. Valiente. Nuevamente, no sabía si al otro día se despertaría.

  • Estoicismo, fútbol e inteligencia

    Estoicismo, fútbol e inteligencia Juan Camilo Colorado López, estudiante de Comunicación Social y Periodismo Fecha: Omar Pérez logró 10 títulos en Colombia. Ahora tiene dos emprendimientos: un restaurante y una escuela de fútbol. Lea también: https://www.unisabanamedios.com/futbol-en-el-adn Compartir Foto: Juan Camilo Colorado López Conseguir al “10” argentino no es una tarea fácil; nunca lo ha sido. El argentino no es una persona que le guste mucho hablar con los medios, a duras penas daba una entrevista cortita al finalizar los partidos cuando era escogido como ‘el mejor de la cancha’ (eso sí, esa distinción se la llevaba seguido) o en algunos eventos comerciales de los patrocinadores que apoyaban a los equipos en los que jugó, pero nada más. Omar Sebastián Pérez Marcos nació en Santiago del Estero, Argentina, el 29 de marzo de 1981. Es alto, pero no tanto. Su contextura no es la más robusta pero aun así lograba cuidar la pelota como a su tesoro más preciado y la trataba con delicadeza; ‘la ponía como con la mano’. También tiene las cejas pobladas, tiene muy poco pelo y tiene una mirada que solo la podían descifrar los delanteros que jugaban en su equipo , porque para los defensores era todo un misterio saber en qué lugar del campo haría un pase entre líneas y a quién. Su apodo más distintivo es ‘Chipakero’, según explica Juan Pablo Arévalo, periodista de Futbolred, que es por el Chipaco, una especie de torta hecha con harina de trigo y chicharrón, típica de la región noroeste de Argentina. El argentino entrenó por más de 8 años en la sede deportiva del club rojo y blanco de Bogotá, viajaba desde su lugar de residencia hasta Tenjo (un municipio a 45 minutos de la capital colombiana) todos los días, madrugado. Yo también fui a ese recinto deportivo, pero no a entrenar, sino a recoger testimonios de gente que lo conoció. Hacía mucho frío en la sabana bogotana, casi tanto como en la tribuna norte de El Campín cuando, en un clásico capitalino, Omar anotó su gol 100 como profesional. En la radio sonaron Carlos Vives, Selena Gómez y otros artistas que apaciguaron un poco los nervios que sentí ese día y sienten los periodistas cuando dan los primeros “pinitos”. “Él venía poco a tomar tinto”, afirmó la señora Yolanda, tendera en la sede deportiva de Independiente Santa Fe. “Los argentinos son más de tomar mate”. Omar ha mostrado fortaleza emocional en los momentos más difíciles. Lo demostró en la final de la Copa Sudamericana del 2015 contra Huracán, de Argentina, cuando pateó el primer penal de la tanda (abajo, duro y al rincón). También la vez que rechazó una propuesta que le hizo Atlético Nacional en el pico de su carrera para que jugara en Medellín: “Nacional me ofrecía 10 veces más que Santa Fe. Era estabilidad para mi familia, futuro para mis hijos. Pero por el hecho de saborear lo que estábamos cerca en Santa Fe [...] no se dio”. Pero, sin duda lo demostró el día que decidió jugar contra Vélez Sarsfield por la Sudamericana del 2011, un día después de la muerte de su abuelo Helio que lo iba a ver jugar. En palabras de Carlos Eduardo González, historiador santafereño, fue un acto de estoicismo. “Decidí jugar porque me lo pedía la familia y especialmente mi abuelo. Sabía que él, estuviera donde estuviera, iba a verme”. El santiagueño es el máximo ídolo de la historia del Expreso Rojo para muchos hinchas; y es que sus triunfos dan prueba de ello. El “10” consiguió 9 títulos con el equipo, entre los que se destacan los dos internacionales de Santa Fe: la Sudamericana de 2015 y la Suruga Bank de 2016. Pero también consiguió otros títulos con Boca Juniors y Junior de Barranquilla (la Copa Libertadores, la Copa Sudamericana y el torneo finalización del 2004, respectivamente). Todos estos logros son el reconocimiento al esfuerzo, la fe y la garra con la que Pérez afronta cada día de su vida. “Si no hubiese existido Copete [Jonathan], no hubiera salido Omar Pérez”. Esa fue la frase con la que cerró Agustín Julio refiriéndose al gol con el que Santa Fe salió campeón luego de 37 años. Contundente. Me reuní con Julio un jueves muy caluroso, por cierto. Me atendió con su sonrisa y su acento cartagenero; él siempre ha sido muy efusivo y esa vez no fue la excepción. Aunque el encuentro fue un poco distante al principio, poco a poco nos fuimos soltando y la conversación fluyó. “De Omar me acuerdo en la final del 2009; él no comenzó jugando, pero ya para el segundo tiempo entró con un dedo inyectado, infiltrado (anestesiado), y marcó el primer y el segundo gol. El resto ya es historia; lo conoce todo el mundo”. Omar pudo haber llegado muy lejos jugando fútbol. Desde que debutó con Boca Juniors el mundo se dio cuenta que era un “pibe” con condiciones. Pero le diagnosticaron sinovitis y sus planes cambiaron. Aunque se recuperó de esa seria lesión de los ligamentos, él supo que desde ese momento en adelante no podría rendir como alguna vez lo hizo. “Muchas noches me puse a pensar eso, pero también me puse a dar gracias por lo mismo [...]; ahora estoy feliz con mi carrera. Fueron casi 20 años [en el fútbol] que me brindaron muchos títulos, compañeros y aprendizajes”. Así respondió Omar Pérez a una pregunta realizada por un periodista del Gol Caracol. “Aquí en Santa Fe siempre se han pagado muy buenos salarios. Y, además han habido jugadores que han recibido muy buenos premios individuales; entre ellos Omar Pérez”, confesó el gerente deportivo del club. Pero hoy la realidad es otra. El argentino ya no juega fútbol profesionalmente; sin embargo, logró juntar su más grande pasión con una nueva forma de ganarse la vida: Santiago del Estero Parrilla y OP10 . Santiago del Estero Parrilla es un restaurante argentino ubicado en Chía que abrió sus puertas hace aproximadamente dos años y se ha convertido en una parada fija para los hinchas del fútbol. El lugar no es ostentoso, pero sí tiene un ambiente hogareño y los visitantes usualmente cuentan con la suerte de tomarse una foto con el ídolo argentino. La carta del restaurante está elaborada de tal forma que el cliente viaja a las raíces de la comida argentina, colombiana y del mundo ; es decir, usa tecnicismos del fútbol para ilustrar mejor el menú (la previa, liga argentina, liga colombiana, la intercontinental, el tercer tiempo, divisiones menores, etc). Los comensales pueden disfrutar de la gastronomía gaucha mientras escuchan música en vivo. Por otro lado, está OP10 . Esta escuela de formación deportiva que apenas está comenzando es el proyecto que más ilusiona al argentino. La escuela también se ubica en Chía y entrena a niñas, niños y adolescentes desde los 4 hasta los 18 años de edad. “Es mi nuevo bebé, es algo que estoy apreciando, es ese norte. Seguramente pocos nos conocen, pero la competencia en liga y los viajes internacionales nos hará darnos a conocer. Es un proyecto a mediano y largo plazo”, afirmó el exfutbolista. “Es mejor dejar el fútbol que el fútbol lo deje a uno”, dijo Agustín; y Omar inconscientemente atendió ese consejo. Ahora su vida es otra; fuera de las canchas, pero con una familia unida, con muchos proyectos para su vida y con la ilusión de algún día convertirse en director técnico. En el recuerdo del hincha quedará el argentino que vino a Colombia y nunca más se fue.

Escucha aquí los podcast de Conexión Sabana 360 

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