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Transfeminismo en Colombia: Rechazo o inclusión Jorge Andrés Arroyo Moreno, Tatiana Paola Marta Beltrán, Ángela María Becerra Rincón, Alejandro Frías Londoño, Luis Mateo Lagos Mejía, Esteban Andrés Vera Correa, estudiantes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de La Sabana. Algunas de las personas trans continúan luchando por vencer la estigmatización en contextos laborales y culturales, así como por verse incluidas en el movimiento feminista. Ver también: Libros 'inmorales' Compartir
- "Bienvenido a la libertad": exsecuestrado por las Farc revive su martirio
"Bienvenido a la libertad": exsecuestrado por las Farc revive su martirio Sara Carrascal Hernández, Comunicación Social y Periodismo Fecha: En abril del 2002, los habitantes de Tabio se estremecieron al escuchar el relato de Jaime Humberto Chisco. Lea también: El Gigante de Caño Jabón Compartir Foto: Sara Carrascal Hernández Pasadas las cinco de la tarde, Jaime Humberto apareció por el umbral del lugar en el que habíamos acordado reunirnos. Vestía una sudadera Adidas negra, una chaqueta –también Adidas– blanca y unos tenis deportivos negros. Además, llevaba el celular, la billetera y las llaves del carro en la mano derecha. Se veía nervioso cuando se sentó en frente de mí; sus ojos no miraban a los míos y a cada rato enroscaba y desenroscaba la tapa de la botella de agua con gas que había ordenado. Sin embargo, logró disimular su nerviosismo cuando empezó a relatar el peor capítulo de su vida. La noche del 24 de abril del 2002, Jaime Humberto se dirigía a la casa de sus padres, donde vivía en aquel entonces, montado en su bicicleta después de asistir a un encuentro con sus amigos. Los amigos se reunían los miércoles, o en ocasiones los jueves, de cada semana para hablar de la programación del siguiente partido de fútbol que tendrían –partidos de tres tiempos que realizaban los sábados por la noche–. Como de costumbre, me comenta Germán Martínez, amigo de la familia desde hace más de treinta años, la conversación no solo giró en torno al próximo partido de fútbol. Entre actitudes jocosas, confianza construida por años de conocerse unos con otros y tintico bien caliente para contrarrestar el frío de Tabio, la tertulia saltaba entre temas triviales del día a día y discusiones acerca de lo que fue el partido de la semana anterior. Pero, a pesar de la amena comodidad que presentaba lo conocido, Jaime no olvidaba que la mañana siguiente debía levantarse temprano para ir a trabajar. Entonces, a eso de las 8:30 de la noche, tomó la bicicleta con la que se movilizaba por todo el pueblo, se despidió de sus amigos y se dirigió a su casa. A pesar de la quietud y el silencio palpable en las calles adoquinadas del pueblo, Jaime enfrentaba su camino con la misma actitud con la que lo conocían sus amigos: tranquilo. Faltando poco más de dos cuadras para que el joven ingeniero electricista llegara a la puerta de su casa, finas gotas de lluvia, que se confundían con la oscuridad de la calle, empezaron a golpear su rostro. De repente, las gotas de lluvia se distinguieron de la oscuridad con la ayuda de las farolas de un carro que iba detrás de él. La luz logró que Jaime no se percatara del momento en el que el Renault 19 blanco se acercó para chocar la rueda trasera de su bicicleta. En cuestión de segundos, tres hombres lo rodearon y, entre gritos que le decían “¡No se mueva!”, lo subieron al carro para llevárselo al Tolima, a 204 kilómetros del suroeste de la capital. En su primer día “retenido”, como los secuestradores se referían a la situación, Jaime recordó la noticia del secuestro de Ingrid Betancourt, candidata presidencial del momento. “Me acuerdo tanto”, comentó con la mirada fija en la mesa, “que a ella la habían secuestrado 45 días antes que a mí”. Ingrid fue “retenida” el 23 de febrero del 2002 por la hoy extinta guerrilla de las FARC. Esta guerrilla también secuestró a doce diputados del Valle del Cauca el 11 de abril del 2002, trece días antes de que Jaime fuera plagiado. La familia Chisco –una familia conformada por don Justo Chisco, doña Rosalba Espinosa y sus nueve hijos– se enteró de la situación porque Jesús, el primogénito, pasó por la calle en la que Jaime desapareció y reconoció la bicicleta tirada en el andén. Una señora, no identificada, que había visto la escena desde la ventana de su casa le contó a Jesús que habían metido a un muchacho en el asiento trasero de un carro. Él no necesitó más para correr hacia la casa de su hermano menor y contarle la situación. Dramatización del momento en el que Jaime es secuestrado; el carro blanco chocó la llanta trasera de la bicicleta, Jaime salió a correr, pero fue atrapado y metido en el carro. Olga Landazábal, cuñada de Jaime, recuerda que eran entre las diez y once de la noche cuando ella y su esposo Mario escucharon a Jesús gritando: “¡Se llevaron a Jaime! ¡Se llevaron a Jaime!”. Los gritos de Jesús despertaron la angustia, la confusión y la impotencia que envolvería a la familia por el siguiente año y medio. Los Chisco acudieron al GAULA –el Grupo de Acción Unificada por la Libertad Personal–, quienes iniciaron la investigación del paradero de Jaime. Sin embargo, la información que pudieron facilitarle a la familia fue escasa. El GAULA concluyó que Jaime había sido trasladado al Tolima, pero no se supo con certeza el lugar dentro del departamento, y que estaba siendo retenido por el frente 25 de las FARC. A pesar de que no fue posible acordar un encuentro con un representante de la entidad, confirmaron vía correo electrónico “que una vez verificado la base de datos histórica que posee este grupo estadístico se evidenció que el ciudadano JAIME HUMBERTO CHISCO ESPINOSA fue víctima de secuestro extorsivo para el año 2002 y se encuentra en situación de liberado el día 19/09/2003 en el municipio del Espinal Tolima, caso atendido por el GAULA militar del Departamento de Cundinamarca […]”. Ese primer día, el comandante de la organización, el cual Jaime no tuvo posibilidad de reconocer, habló con él para darle la clave de su supervivencia. “Me acuerdo tanto de esas palabras: completa subordinación, como si estuviera uno en el ejército”, recalca él con leve irritación. Incluso cuando lo encadenaron, Jaime acató la orden del comandante; nunca se rebeló contra sus guardias; nunca intentó escapar de su sombría habitación; nunca le dio una razón a sus secuestradores para que le hicieran daño. Mario Chisco, octavo hermano mayor de Jaime, fue la persona a la que los secuestradores acudieron para iniciar el proceso de negociación. En los primeros días, Mario recibió unas instrucciones en las que se le solicitaba asignar a un negociador –preferiblemente, alguien que no fuera de la familia– y estar pendiente de un clasificado en el periódico colombiano El Tiempo con el número de teléfono al que debía contactarse. Mario le pidió a su amigo Germán Martínez que fuera el negociante y, con su ayuda, se acordó un precio, el cual la familia Chisco decidió no revelar. La entrega de punto 51, el nombre con el que se referían a Jaime en las negociaciones, se acordó para el 31 de octubre del 2002. Sin embargo, Jaime no fue liberado ese día. “Nos hicieron conejo”, expresó Germán, “porque no nos entregaron a Jaime y sí tocó entregar el compromiso [económico] que hizo la familia con ellos”. Mientras que Germán utilizaba un tono autoritario para reclamarle a los secuestradores el incumplimiento del negocio a través del radioteléfono, don Justo, de 75 años en aquel momento, rogaba por la vida de su hijo. “Devuélvanme a mi muchacho”, exigía don Justo con un nudo en la garganta. Las negociaciones entre la familia Chisco y los secuestradores para la liberación de Jaime quedaron grabadas en casetes. Aquí la grabación de la negociación que se dio en Julio del 2003, dos meses antes de la liberación de Jaime. Siete meses después de ser secuestrado, el 21 de noviembre, los rebeldes le llevaron a Jaime un ponqué Ramo, un producto de panadería típico en Colombia, con una vela pequeña para celebrar su cumpleaños. Después de que él apagara la vela, un guardia con acento costeño le llevó una hamburguesa. Adicional al gesto, el guardia costeño prometió llevarle una botella de vino el día en que lo fueran a liberar. Para esta fecha, Jaime empezaba a perder la esperanza de volver al mundo exterior, por lo que no reparó mucho en la promesa del guardia. En su habitación de tres por tres con piso de cemento, sin ventanas por las que entrara la luz, un catre que más bien parecía un ladrillo, un viejo inodoro de porcelana y un tubo del que salía agua para simular una ducha, Jaime lloraba desconsolado todas las noches. Con cada día que pasaba sin recibir noticias de sus allegados y con la constante afirmación por parte de los secuestradores de que su familia se había olvidado de él, Jaime desistía de la idea de que llegaría a ser liberado. Jaime supo que había llegado diciembre porque podía escuchar la celebración de los secuestradores afuera de su habitación. Él se encontraba acurrucado en el catre, rezando el rosario que se sabía de memoria, cuando el guardia de turno le ordenó levantarse y girarse hacia la pared. Era la orden de cuando un comandante iba a entrar a la habitación y, como ya era costumbre, Jaime la cumplió. El olor a alcohol entró con el comandante, indicando que estaba pasado de copas. “Yo de usted he recibido muy buenos comentarios”, dijo él, con la pronunciación atrofiada, propia de un borracho. “Ya era para que hubieran [los jefes milicianos] dado la orden de ejecutarlo. Usted se ha portado tan bien que, si a mí me dicen que lo ejecute, yo lo suelto”. Jaime estaba tan sumido en su desconsuelo que no asimiló la magnitud de estas palabras. Solo se quedó como una estatua hasta que el comandante se retiró y volvió a acurrucarse en el catre. Más o menos por la misma época en la que Juan Pablo Montoya, un deportista colombiano de F1, ganó la medalla de oro en el Gran Premio de Mónaco, Mario y Germán se reunieron con los secuestradores en la Represa de Prado, Tolima, a 231 kilómetros del suroeste de la capital. A mediados de septiembre, dos meses después de esa reunión, se acordó un segundo precio –el cual la familia decidió no mencionar– y el guardia costeño llegó con una botella de vino espumoso a la habitación de Jaime. Mario y Germán se encontraban en Girardot, municipio de Cundinamarca ubicado a 142 kilómetros al suroeste de Bogotá, esperando a que los secuestradores les avisaran dónde tenían que encontrarse con Jaime. Los eventos de la noche previa a que Mario recibiera esta llamada fueron difíciles de procesar para su hermano. Estaba tan acostumbrado a la idea de que nunca más vería la luz del sol, de que jamás volvería a escuchar la voz de sus hermanas, a jugar fútbol con sus hermanos, echar chistes con su padre o abrazar a su madre, que cuando los secuestradores le ordenaron ducharse y vestirse, con una ropa que le traían, Jaime parecía muerto en vida. Ya era costumbre para él hacer lo que le decían sin pensar mucho en el porqué. A la media noche, los secuestradores obligaron a Jaime a caminar hasta un carro, el cuál él no veía porque estaba vendado. No fue sino hasta que estaba acostado en el piso del asiento trasero, con una pistola en la cabeza, que empezó a asimilar la situación. Pasadas unas horas de viaje, el carro se detuvo donde el ingeniero iba a ser abandonado. Los sentidos de Jaime se agudizaron en ese momento. Escuchaba el pasto crujir bajo sus pies después de cada débil pisada que daba. Olía el aroma de aire húmedo, característico de tierra caliente. El llanto agudo de los sapos que piden lluvia, los mosquitos que le zumbaban en el oído y el sudor que empezaba a sentir que le recorría la espalda le confirmaron que estaba siendo liberado en un lugar de clima caliente. Jaime empezaba a reconocer la confusión del momento y el temor de que todo fuera mentira, sentimientos que se intensificaron cuando el comandante se le acercó y le dejó un objeto con textura de papel en la mano. El comandante le explicó que en ese papel estaba el número de teléfono de su hermano Mario. “Debe llegar a Melgar y llamarlo. No vaya a hablar con nadie”, le indicó con tono autoritario. Jaime recuerda ese momento, y sobre todo el instante siguiente, con una sonrisa de alivio: “Me estrechó la mano y me dijo: ‘Bienvenido a la libertad’”. Cuando Jaime llegó a Tabio después de un año, cuatro meses y 21 días, aproximadamente, de estar desaparecido, todo el pueblo acudió a la casa de sus padres para saludarlo y confirmar que gozaba de buena salud. “Era como mirar a un ángel”, comenta Olga con humor en su tono, “porque estaba muy blanco”. Jenny Hernández, conocida de Jaime desde la infancia, recuerda que se puso a llorar apenas lo vio. “Yo estaba embarazada en ese momento”, explica ella. “Cuando me vio no lo podía creer. Me tocaba la pansa, me miraba, llorábamos los dos y yo le decía que había rezado para que él regresara”. Angélica Pineda, amiga de Olga, recuerda que “fue un gran alivio para todos cuando Jaime regresó”. Todo había cambiado cuando Jaime regreso a su hogar. Su segunda hermana mayor, Miriam, había fallecido de cáncer mamario, su tía Emita falleció debido a su avanzada edad y la novia que tenía antes de ser secuestrado se había comprometido con alguien más. Olga sospecha que, por estas razones, Jaime “quedó como si le faltara tiempo. Como si se le fuera a acabar y tuviera que hacer las cosas rápido”. Jaime ha tenido veinte años para reflexionar acerca de las repercusiones que aquel evento pudo dejar en su vida. “Yo tengo una vida muy normal”, afirma y, por fin, me mira a los ojos. Su esposa, Sandra Páramo, piensa igual que él: “Ahora está en una etapa de su vida en la que disfruta de ser papá, de ser esposo y de cuidar a su familia”, dice ella mientras que observa los ojos de su esposo y le sonríe tiernamente. “Somos muy felices”, concluye, y me convencen cuando Jaime le toma la mano a Sandra, le sostiene la mirada cargada de amor y le besa la mano. Él parece no notarlo, pero es evidente que tiene cierto afán por aprovechar cada segundo. En ningún momento abandonó su ademán de tranquilidad, pero no pasé por alto la rapidez con la que recogió sus pertenencias y tampoco el suspiro profundo, y tal vez de alivio, que soltó cuando abandonó el lugar de nuestro encuentro.
- Un terror de ensueño
Un terror de ensueño Manuel Martínez Londoño, Comunicación Social y Periodismo Fecha: La segunda parte de la propuesta de Netflix por series de terror dejó boquiabierto a más de uno, pero no por las razones esperadas. Lea también: Una fría bienvenida Compartir Foto: The Haunting of Bly Manor Doctor sueño (2019), La Maldición de Hill House (2018) y El Juego de Gerald (2017) tienen algo en común: son dirigidas por Mike Flanagan y son reconocidas por haber pasado a la historia como clásicos cinematográficos del terror gótico y psicológico. El joven director intentó, con esta nueva serie, seguir haciendo historia. Sin embargo, en una producción en la que aparentemente lo único que asustan son los monólogos fuera de lugar y acentos británicos o escoceses innaturales , se puede ver lo que pudo ser un clásico de la cinematografía gótica hundirse lentamente. La serie de Netfix que tuvo a los fanes del género de terror ansiosos por su estreno durante casi un año entero, tenía grandes expectativas al ser lo que parecía una segunda parte del éxito de Netflix: La Maldición de Hill House, pero se quedó en el intento. La historia de la serie gira alrededor de una niñera californiana que llega al Reino Unido escapando de su reciente pasado . Al llegar a este desconocido país, consigue trabajo como au pair de unos niños huérfanos en el pueblo de Bly, donde se ubica la mansión Manor. Durante nueve capítulos se sigue la historia de los personajes que viven en esta peculiar mansión y cómo se ven afectados por las almas perdidas que deambulan allí, hasta que finalmente, después de muchas obvias indirectas que lanzan el director y los guionistas, se llega a un final inesperado, pero poco apropiado a la historia . La narrativa se construyó teniendo en cuenta todo lo que hace una serie o película gótica un clásico: la gran mansión embrujada y apartada de la ciudad, varias mujeres frustradas por el amor y valientes héroes con un pasado que esconder . El problema es que la escritura de Mike Flanagan trata de unir muchas historias en una sola y, al final, la producción termina sin tener una historia clara a la cual darle cierre. Es triste ver cómo cada capítulo que pasa va perdiendo el encanto. Primero, las malas actuaciones de Oliver Jackson-Cohen, quien interpreta a Peter Quint, y Henry Thomas, quien interpreta a Henry Wingrave, cortan el flujo de la serie. Segundo, los capítulos 3, 5 y 7 son tediosos y repetitivos, además de difíciles de resistir despierto. Tercero, la serie está repleta de monólogos poco naturales que terminan siendo incómodos para el espectador y, por último, algo que verdaderamente da terror es la falta de habilidad de los actores estadounidenses para recrear acentos del Reino Unido, haciendo que sus actuaciones no sean solo malas, sino también molestas. Otro de los grandes problemas de la serie es que cae en la estrategia de mercadeo y publicidad de Netflix. Para todos los fanáticos de la primera producción de esta propuesta, La Maldición de Hill House , saber que estaba en camino una producción del mismo estilo fue emocionante. Después de que se presentó el tráiler de La Maldición de Bly Manor y se dio a conocer que varios de los actores de la primera serie también participarían, le puso a más de uno los pelos de punta, y, cuando el 9 de octubre llegó, es probable que más de uno se quedara sorprendido por tan drástico cambio y decepcionante resultado. Pero no todo es malo. Dentro de los nueve capítulos hay un diamante en bruto que capta la esencia que el resto no logró: una historia romántica y de terror gótica . El capítulo 8 narra la historia del fantasma principal de la casa Manor, y es una obra de arte cinematográfico y narrativo. Contiene todas las características del género gótico y el capítulo se desenvuelve naturalmente gracias a la buena escritura de los guionistas y a la excelente actuación de Kate Siegel (Viola Willoughby). A partir de este episodio se puede rescatar la idea que Mike Flanagan tuvo como visión general para la serie. Hubiera sido verdaderamente espectacular si el terror causado por el suspenso, la incomodidad y el asombro del capítulo, junto con la facilidad y naturalidad con la que fluye la historia, se hubieran visto reflejados en los otros ocho capítulos. Si eso hubiera sucedido, esta reseña probablemente hubiera tenido un tinte completamente diferente. No se puede negar que la serie tiene pincelazos de terror y a veces el suspenso llama la atención del espectador (de ahí proviene el número de estrellas que tiene en esta reseña), ni tampoco que la escenografía de Gregory G. Ventury y John Álvarez, además del vestuario de Lynn Falconer, no transporten a los míticos años 80. No obstante, las cosas excelentes que tiene la producción son opacadas por lo negativo que brilla por sí solo. Es probable que muchas personas que estén apenas entrando al mundo del terror disfruten la serie. Sin embargo, los que ya conocen el trabajo de Mike Flanagan y están esperando una serie que los mantenga en el borde de la cama y con pesadillas en la noche, tal como lo hizo La Maldición de Hill House, podrían terminar desilusionados, ya que, como la misma producción dice, “es una historia de amor, no de terror”.
- Raúl Ospina Ospina, un escudero de la palabra
Raúl Ospina Ospina, un escudero de la palabra María Valentina Caro Rincón, Comunicación Social y Periodismo Fecha: Cerca de 15 obras publicadas y numerosos reconocimientos han permitido que sea conocido el talento de este hijo adoptivo de Chiquinquirá. Lea también: Netflix, ¿la próxima parada de Cien Años de Soledad o su destino final? Compartir Foto: Foto: Foto del archivo personal de Raúl Ospina Cerca de 15 obras publicadas y numerosos reconocimientos han permitido que sea conocido el talento de este hijo adoptivo de Chiquinquirá. Grande, robusto, con aspecto imponente pero con un corazón enorme y con una personalidad arrolladora. Estas y muchas otras virtudes son las que caracterizan al escritor, periodista y organizador del Encuentro Internacional de Escritores en Chiquinquirá, Raúl Ospina Ospina. Muchas cosas lo han marcado profundamente como el hecho de tener que dejar su hogar en Ortega, Tolima, por culpa de la violencia que existía en ese momento en el país. La finca que pertenecía a él y a su familia les fue arrebatada y jamás se pudo recuperar. Cuando dialogamos sobre el despojo de su hogar, Raúl utilizaba sus manos para expresarse mejor y también se notaba cierto tono de tristeza en su voz al recordar este hecho que marcó su vida. Asegura que con la corta edad que tenía en ese entonces, 5 años, le era difícil entender la magnitud de una tragedia tan grande. "Uno apenas se ríe, juega, sufre, a ratos, pero rápidamente supera ese sufrimiento con los juegos y las risas". Sin embargo, después de la tormenta llega la calma, Raúl creció y logró dejar atrás el dolor que le generó la pérdida de su hogar a él y a su familia. Mientras crecía, se dio cuenta de que todas las personas tienen virtudes que las hacen únicas, “yo por ejemplo fui un pésimo pintor, un regular matemático pero muy bueno en el manejo de la palabra”. La habilidad y el gusto de comunicarse lo llevaron a estudiar radio en el Colegio Superior de Telecomunicaciones en la ciudad de Bogotá. Aunque estudió por un año en esta entidad, se destacó por ser el mejor en redacción de noticias e improvisación. Asegura que esto le hizo darse cuenta de que el manejo de la palabra era a lo que él tenía que dedicarse. Su amor por el estudio y por adquirir conocimiento forjó en él una disciplina que le permite capacitarse por medio de libros desde que salen los primeros rayos de la luz del día. No solamente lee sobre temas referentes a su profesión, sino temas en general que le permiten tener conocimiento de todas las cosas para abarcar cualquier tema. Raúl es distinguido en la ciudad Mariana de Colombia por su labor, lo que ha hecho que sea reconocido y ganador de diversos premios a nivel local, regional y nacional. Uno de los más importantes reconocimientos fue la condecoración por el Gobernador, Rozo Millán, en la ciudad de Tunja con la Orden del Roble, condecoración máxima de Boyacá. En el año 2011, fue declarado el periodista del año y le concedieron una condecoración llamada Enrique Medina Flores. Así como recuerda los momentos más felices de su profesión, también trajo a colación experiencias desagradables. Muchas veces ha sido amenazado por decir la verdad. “En este país, decir la verdad es muy complicado” . Raúl tuvo que salir en diferentes ocasiones de su casa esperando como destino la muerte. Sin embargo, asegura que nunca le ha pasado nada porque tiene un guardaespaldas fuerte y poderoso, Dios. Aunque los atentados lograban amedrentarlo, nunca permitió que su sentimiento de angustia por su vida o la de su familia fuera más grande que informar con la verdad. En una ocasión, la muerte lo acechó a la vuelta de la esquina cuando se encontraba caminado en la calle 19 con la carrera novena en la ciudad de Chiquinquirá, en el año 1982. Un hombre con un arma de fuego lo esperaba para dispararle, pero esto no fue posible gracias a que una señora que se encontraba en el lugar de los hechos gritó: “¡la policía!”, lo que hizo que el hombre, quien estaba a punto de accionar la pistola, la guardara y huyera. Aunque en realidad no era una patrulla de la policía, sino una camioneta de una lavandería, logró hacer que Raúl continuara desempeñando su función, informar objetivamente y siempre con la verdad. Ejerciendo su trabajo como periodista, ha tenido que dar a conocer temas que lo han afectado profundamente. Jamás me imaginé ver a un hombre como Raúl Ospina sollozar, pero así lo hizo cuando recordó el día en que murió su amiga, la jueza María Eugenia Riaño, por negarse a recibir dinero para dejar en libertad a un criminal. Eso pasó en 1988, en la cafetería Delicatesen Martha. Un hombre le disparó por la espalda, apuntando a su corazón, lo que causó su muerte instantánea. Cuando Raúl se enteró de la estremecedora noticia, corrió directamente hacia la emisora Reina de Colombia, donde trabajaba en ese entonces, para contar la noticia. Se le fue la voz en cabina, en el programa quedó un bache y demoró algunos instantes en recobrar el aliento, para continuar con la información del asesinato de su amiga. Su voz ronca y grave, que lo hace tan particular, fue protagonista de un radio periódico que duró más de 20 años al aire en la ciudad. Raúl trabajaba como director en la emisora Radio Furatena. Un día el dueño de esta emisora discutió con él cuando se encontraba en estado de embriaguez y lo despidió. Aunque fue un momento muy difícil porque necesitaba el trabajo, decidió tomar acción sobre el asunto y esa misma tarde se encontraba firmando el documento que lo hacía el fundador del radio periódico Bocunsa, lo que le permitió ser su jefe y además darles formación profesional a sus 5 hijos. El nombre surgió por las primeras iniciales de 3 departamentos del país: Boyacá, Cundinamarca y Santander. Recuerda con orgullo y alegría que el programa salió al aire el 1 de marzo de 1976. Ospina, además de ejercer su profesión, es escritor de cuentos, poemas y novelas. Luego de la publicación de más de 15 obras literarias, surge la pregunta ¿de dónde viene la inspiración para la creación de estas? Raúl afirma casi que inmediatamente que ella siempre nos acompaña, pero aunque la inspiración siempre este ahí debe tener un complemento especial: la lectura, ejercicios y talleres de literatura. Su carrera le ha servido como un complemento para ser escritor, ya que algunas de sus historias pertenecen a lo que un día fue una noticia. Desde muy pequeño comenzó con el mundo de la poesía. Cuando era niño, en las presentaciones de su colegio, le gustaba hacer coplas alusivas a una fecha en especial o generalmente a sus profesores y directivos. Recuerda sonrojado, pero con alegría, que un día le dedicó una copla un poco “violenta”, según él, a una docente, lo que causó que la profesora lo estuviera esperando a la salida del colegio para alegarle. Sin embargo, logró escapar del lugar sin ser visto por la docente. Su distinción en la ciudad no solo es únicamente por su labor sino por su forma de vestir: siempre elegante, reflejando pulcritud y acompañado de una prenda particular que ya no es muy utilizada, el corbatín. Lo usa porque, cuando era pequeño, hacía presentaciones donde debía cantar y su mamá siempre lo vestía con uno de esos. Además, no le gustan las corbatas y, dice, siempre ha sido un hombre rebelde, al cual no le interesa en lo absoluto estar a la moda. ¿Cuál es el secreto para ser un buen profesional y una persona que haya dejado huella en la sociedad chiquinquireña? Para él, es que todo lo que uno haga en la vida lo debe hacer bien, procurando siempre ir por el camino correcto y ayudando a los demás y sobre todo actuar con honestidad.
- Cromosoma XXI
Cromosoma XXI María Camila Atencio Alzate, Daniela Córdoba Jurado, Alejandra Estrada Alzate, Julian Andrés Mera Manrique, Laura Montes Ramírez y Paula Andrea Sánchez Arias, Comunicación Audiovisual y Multimedios. Esta es la historia de tres mujeres con síndrome de Down que han tenido que pasar por un proceso de aceptación para empoderarse de su situación y, así, crear su carácter y personalidad. Ver también: ¿Síndrome de Down? ¡Síndrome del invencible! Compartir
- ¡Se vienen las ferias y fiestas culturales en Colombia!
Hablamos sobre las fiestas en nuestro país, el futuro de los músicos clásicos y sobre los mensajes violentos en las canciones de diversos géneros, entre otras noticias. ¡Se vienen las ferias y fiestas culturales en Colombia! Laura Ubaque, Luisa Moreno, Kelly Medina, Andrés Caamaño, Sebastián Bustos, Karol Peña, Paula Belalcázar, Danelys Vega, Gabriela Velásquez, Deisy Nivia, Nicolás Villamizar, Juliana Novoa, David Suárez, Mara Mulett, Tatiana Marta, Valeria Ramírez, estudiantes de Comunicación Social y Periodismo. Hablamos sobre las fiestas en nuestro país, el futuro de los músicos clásicos y sobre los mensajes violentos en las canciones de diversos géneros, entre otras noticias. Ver también: ¿Qué tener en cuenta para el Día sin IVA? Compartir
- El drástico cambio de la animación en Colombia
El drástico cambio de la animación en Colombia Brian Niño, estudiante de Comunicación Social y Periodismo Fecha: La globalización del mercado laboral, las convocatorias del Estado y las diversas plataformas por la cuales divulgar el contenido digital, han llevado a que los animadores vean cada vez más posible ejercer su profesión sin tener que irse del país. Lea también: Celestial Landscapes Compartir Foto: Freepik. Ilustración de lo que se puede lograr con la animación, va más allá de los muñecos animados. Pensar que los animadores no tienen oportunidades laborales en Colombia está lejos de la realidad. El negocio de la animación ha crecido drásticamente durante los últimos 20 años, tanto en el ámbito de la formación como en el mercado laboral. Y aunque todavía hay muchas cosas por mejorar, los datos del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTIC), muestran que la industria de la animación representa el 4,6 % sobre el total de empresas que trabajan en contenidos digitales y factura más que los contenidos de cine y tv. En Colombia las empresas de animación generaron, en el 2021, 30 billones de pesos y se espera que para el cierre de este año aporten 32,1 billones al producto interno bruto (PIB) del país. Son cada vez más las empresas que se animan a emprender en esta industria y que ayudan a que cada vez se produzca más dinero. El Grupo de Empresas Animación Colombia (GEMA) es el primer conglomerado de empresas en la nación que está sentando bases para el correcto funcionamiento de este sector en la nación. Más de diez empresas conforman este grupo y día a día mejoran y aportan a la animación del país. El auge de la animación en el país se debe, principalmente, a que hoy en día esta industria ha dejado de enfocarse en la publicidad y la televisión como únicos canales de divulgación de este arte. “La animación se usa en todo, en educación, en entrenamiento, en motion graphics, en e-learning, publicidad, en videojuegos. – dijo Oscar Andrade, fundador de Jaguar Digital, compañía especializada en animación y videojuegos en Colombia – Además, se siguen produciendo y desarrollando cosas”. De igual manera, el mercado laboral globalizado ha llevado a que las oportunidades de trabajo para los animadores en Colombia sean mucho más amplias. “La animación tiene muchos procesos virtualizados, ahora se puede trabajar donde sea. Eso ha hecho que los grandes estudios se hayan fragmentado a lo largo del mundo. La gente puede trabajar para grandes producciones desde aquí”, declaró Andrés Forero, director del programa de Comunicación Audiovisual y Multimedios de la Universidad de La Sabana. El gobierno colombiano también ha aportado su granito de arena en la consolidación de esta industria y, aunque todavía se necesita de mayor inversión, las convocatorias del estado han sido fundamentales para sentar buenos cimientos. De hecho, la viceministra de conectividad, María del Rosario Oviedo, afirmó que “se han invertido más de 88 millones en convocatorias audiovisuales desde el año 2020”. No obstante, en Colombia todavía hay mucho por mejorar en la industria de la animación, en especial cuando hablamos del aspecto de formación. La universidad Jorge Tadeo Lozanoes la única que cuenta con un pregrado de animación. Y aunque hay diversas maneras y cursos para aprender de manera autodidacta, “hay que mejorar la academia. Hacen falta más apuestas, más pregrados, posgrados, cursos para niños, adultos… hace falta más formación”, dijo Andrés Forero. Con todo y esto, el mundo de la animación parece estar caminando por el sendero indicado en el país. El inmenso crecimiento del sector hace posible soñar con que, en un futuro no muy lejano, los jóvenes animadores puedan vivir de esta profesión sin irse del país. Esteban Fajardo, estudiante de Comunicación Audiovisual en la Universidad de La Sabana cree que “la animación en Colombia es cada vez más fuerte y nosotros (los jóvenes) debemos de fortalecer ese mercado laboral, en vez de irnos”. Un último empujón desde lo formativo hasta lo profesional es lo que necesita la animación en Colombia para terminar de consolidarse como uno de los sectores más fuertes e innovadores de la nación. De momento, la industria parece estar por el buen camino y cada vez hay más certezas laborales para los profesionales del área.
- Bettodo sin color
Bettodo sin color Paula Rodríguez, Santiago Morantes, Mateo Rozo Gartner, Luisa Useche, Stefanía León, de Comunicación Social y Periodismo La historia de Betto, el gran caricaturista colombiano que ha sido reconocido por aportar humor gráfico a El Espectador. Ver también: El rostro de una cultura invisible Compartir
- Gallero hasta la tumba
En Colombia existen más de 3.600 galleras. La afición por las peleas de gallos, que se realizan diariamente en el país, acompañadas de apuestas, pueden convertirse en una terrible adicción que trae como consecuencia problemas económicos, legales y familiares. Gallero hasta la tumba Laura Camila Hinojosa Urbina En Colombia existen más de 3.600 galleras. La afición por las peleas de gallos, que se realizan diariamente en el país, acompañadas de apuestas, pueden convertirse en una terrible adicción que trae como consecuencia problemas económicos, legales y familiares. Disponible en Infobae Laura Camila Hinojosa Urbina En un pueblo al sur de La Guajira empieza a salir la Luna Sanjuanera, una luna plenamente llena y brillante, la misma que describe el poeta Roberto Calderón en sus canciones, una luna que se asoma en diciembre y alumbra con más intensidad las peleas de gallos celebradas en la gallera “Checho Urbina”, en el municipio de San Juan del Cesar. Dos gallos finos se peleaban esa noche de diciembre de 2006. Al primero le llaman “El Español”, tiene cuello blanco y 5 centímetros más abajo sus plumas lucen negras con blanco, para terminar con una cola completamente negra. Alrededor de su pata lleva puesto una espuela artificial para que se le facilite matar al contendor. - Así se refiere Ramos al hablar de esta ave de cresta roja y carnosa, denominada “gallo de pelea” - Su dueño es Juan Ramos, un gallero de 42 años que ha dedicado 20 años de su vida a criar y entrenar deportistas de alto rendimiento. Un hombre alto y de cabello negro, pequeños ojos café oscuro, escondidos por sus mejillas llenas y encarnadas. “El Español” no tiene esas características por casualidad. Mucho antes de nacer, su dueño Juan Ramos había escogido hasta el color de sus plumas y sus habilidades. Ramos apareó al gallo y a la gallina indicados para que “El Español” naciera con las características deseadas. Esperó su llegada por 21 días y luego lo cuidó con mucho cariño y pasión por 7 meses para llevarlo a una gallería; ese lugar donde entrenan y preparan a las aves mientras se terminan de desarrollar para la pelea. Ahí estuvo por 3 meses hasta esa noche donde fue llevado a la gallera para, por fin, debutar. Juan llevó a “El Español” a la báscula, donde marcó 3.5 kilogramos de peso, y apostó por su gallo 40 millones de pesos. Intranquilo se sentó a observar cómo pesaban al rival de su gallo, mientras rogaba que pesara menos que el suyo, y tuviera menos fuerza. Cada vez que un gallero apuesta lo hace para ganar, pero ese día nadie lo deseaba tanto como Juan Ramos. Para él, 20 años como gallero no habían sido solo de triunfos y glorias, sino también significaban una adicción que lo estaba llevando a la ruina. Juan había dilapidado en los últimos años, por culpa de las apuestas, un patrimonio de 3 mil millones de pesos que heredó de sus padres. Y lo peor de esto era que no podría detenerse. Ramos iba 5 o 6 veces por semana a la gallera, y aunque saliera derrotado, al día siguiente le hervía la sangre si no regresaba. “El día que deje las peleas de gallos será porque también habré dejado este mundo”, afirma Ramos, dejando expuesta su adicción. Esos 40 millones que acababa de apostar era lo último que le quedaba; los tenía guardados desde hacía tres semanas para sobrevivir por un tiempo, mientras conseguía trabajo. Pero, apenas se enteró que “El Español” estaba listo para pelear, Juan salió corriendo a la gallera y lo apostó todo. Para suerte de Juan Ramos, el rival de su gallo pesó 3,4 kg, pero eso no significaba que la partida estaba ganada. Apenas empezaba la tensión. Juan entró al rin y soltó a “El Español” a pelear a muerte contra su contendor, “Cabecita Loca”. Así lo llamó su dueño, Fernando Daza, porque nació el día en que se estrenaba el disco titulado “Cabecita Loca” del guajiro y cantante de vallenato Poncho Zuleta . “Cabecita Loca” se empezó a acercar con sus fuertes patas amarillas, y atacó a “El Español”, a pico y espuela con sus plumas negras. “El Español” le respondió apuntando con las espuelas, pero Cabecita las esquivó. Desde pequeño su dueño lo entrenó para que fuera muy hábil. La noche es tensa, el público grita muy animado y se murmura que la competencia está reñida. Fernando Daza, “Nando” como le llaman cariñosamente, a diferencia de la multitud no está nervioso, tiene plena confianza en su gallo, ya que desde hace un año ha dedicado literalmente su vida entera a entrenarlo. “Cabecita Loca” se ha convertido en una compañía incondicional para Nando, casi como un amigo, tras perder su matrimonio y sus hijos a causa de esta adicción por los gallos, que según él era su destino. Su abuelo era gallero; su padre igual; y su tío, quien le invitó por primera vez a una gallera a los 11 años, también compartía su gusto por estas aves. Nando era apenas un chiquillo de 11 años cuando lo integraron al fuerte mundo de las galleras. Desde esa edad, lo que para entonces resultó un gusto menor se convirtió en el detonante de varios conflictos. “Un día falté a clases, me fui sin permiso a la gallera y me castigaron”, cuenta Daza, recordando que por ese error que cometió tuvo que retirarse de los gallos por dos meses, porque parte del castigo que le impuso su madre fue botar los gallos que tenía en el patio de su casa. Este fue un golpe duro para Nando, pero sin duda, el golpe más duro que le ha traído esta excesiva afición ha sido el divorcio con su esposa Jhoana Velásquez. Jhoana y Fernando construyeron una familia en la cual nacieron sus hijos, Mauricio José y María Carolina Daza. Un amor puro y sincero los blindó durante 22 años de relación, pero este amor no fue más fuerte que el incontenible deseo de Nando por asistir y apostar en las galleras. Por años Jhoana luchó por ayudar a Nando a salir de este mundo, y aunque lo intentó con todas sus fuerzas no fue posible. Una mañana Jhoana empacó sus maletas y se fue con sus hijos, cansada de luchar y ver como las peleas de gallos consumían a su esposo, mientras que ella se quedaba en casa sola, consolando a sus hijos, que lloraban por promesas que su padre nunca cumplió. Sara Isabel Gamez, psicóloga residente en San Juan del Cesar, calcula que ha atendido a más de 35 pacientes en el último año de 2019 a causa de la adicción por las peleas de gallos, cuenta que cuando los galleros han creado esta adicción es muy difícil salir. “El día que no van a las galleras sufren reacciones a causa de esta adicción, muchos se ponen agresivos, irritables y la mayoría experimentan una fuerte ansiedad que los hace terminar regresando a las galleras, aunque luchen por salir”, afirmó Sara Isabel. Regresando a aquella de 2006, habían pasado 7 minutos desde que “El Español” y “Cabecita Loca” iniciaron la batalla y ninguno de los dos había perdido, la competencia seguía en empate. “En este deporte pierde el gallo que caiga al piso y no se levante por un minuto o el que le huya al otro rehusándose a pelear”, explica Juan Ramos. La multitud empieza a gritar más fuerte al ver que “Cabecita loca” está hiriendo a su contrincante. “El Español” cae al piso por primera vez y se ven sus alas desgarradas, así que el público empieza a contar muy fuerte: nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno y desde ese momento la gallera “Checha Urbina”, estalló en gritos y se volvió un caos. Juan Ramos se recostó a llorar sobre una baranda de madera envejecida del palco de la gallera, pero él no era el único que estaba alterado, esa noche se había apostado mucho dinero al gallo derrotado, 40 personas apostaron por “El Español” y solo 15 habían apostado por “Cabecita Loca”, así que la multitud gritaba y peleaba enfurecida, el bullicio se escuchaba más fuerte “Rateros”, “Estafadores”, “Maleantes” y otra cantidad de palabras, cuando de repente todo quedó en silencio al escuchar un fuerte ruido, tan fuerte que podía hacer chillar los oídos a quienes estuvieran cerca. Algunos pensaron que era un trueno pero no tardaron en darse cuenta que se trataba de un disparo al ver a un hombre sangrando en el suelo. “¿Quién le disparó?”, se preguntó Fernando Daza, mientras otros hombres que no recuerda trataban de examinar al herido. Fue un momento tan confuso para Fernando que solo esta frase retumba en su memoria: “Está muerto, no hay nada qué hacer”. En el suelo estaba un cadáver, de unos 30 o 32 años, moreno no muy alto. Minutos después, lo estaban escudriñando el personal de medicina legal y CTI para descifrar de quién se trataba y quien había sido el culpable. Después de varias horas de haber retenido en la gallera a los asistentes del evento para hacerles interrogatorio, el culpable salió a luz por sus propios medios. Se trataba de Cristobal Villar, un gallero con más de 30 años de experiencia, que se encontraba apostando esa noche. Reconocido por todos, Cristobal, era dueño de galleras en Valledupar, Bogotá, Tunja, Montería, y Chiriguaná (Cesar). Todos quedaron asombrados, no se explicaban por qué ese hombre que tenía tanto dinero, gracias a sus galleras, le había disparado a otro por haber perdido unos cuantos pesos. Las dudas fueron resueltas cuando el gallero Cristobal Villar confesó que había realizado un disparo al aire para calmar el bullicio y terminó hiriendo a otro hombre sin intenciones. Todo resultó ser ante la ley un homicidio culposo, así que liberaron a todos los testigos que se encontraban confinados en la misma gallera y se llevaron a Cristobal a la estación donde luego de pagar una fianza fue puesto en libertad. Esa noche Juan Ramos llegó a su casa ‘con el rabo entre las patas’, y sin ningún peso en el bolsillo, triste de pensar que al amanecer no tendría cómo darle desayuno a su esposa Sandra Daza y su hijo, Samuel Ramos. Al otro lado de San Juan estaba Fernando, que a pesar de haber ganado 200 millones de pesos, no le servían de consuelo para llegar a casa y no sentirse solo, sabía que aunque ganó llegaría a tomarse una botella de Wisky Old Par y llorar la ausencia de su esposa e hijos. Esa noche de diciembre al ocultarse la luna Sanjuanera unos salieron sonriendo, otros llorando, pero, Cesar Urbina, dueño de la gallera no tuvo que preocuparse, facturó 25 millones de pesos y sabía que al día siguiente la gallera volvería a llenarse porque se repetiría la historia pero con diferentes personajes.
- Luz Estrada: La actuación como un gran juego
Para la actriz, la magia de la actuación está en su capacidad de hacer que los espectadores suspendan la incredulidad para dejarse conmover con una historia de ficción. Luz Estrada: La actuación como un gran juego Para la actriz, la magia de la actuación está en su capacidad de hacer que los espectadores suspendan la incredulidad para dejarse conmover con una historia de ficción. Compartir
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