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  • Un mundo en miniatura

    Un mundo en miniatura Gabriela Lucía Bernal Goyeneche, Comunicación Audiovisual y Multimedios Estas fotos son la prueba de que hay pequeños mundos que podemos recrear con un poco de imaginación. Fotografías inspiradas en la técnica de Tanaka Tatsuya. Lea también: El pequeño gigante de la montaña 1/10

  • La moda también se posesiona

    La moda también se posesiona Lorena Guerrero y Sara Salamanca, El Diccionario de La Moda Fecha: En la Transmisión de Mando Presidencial quedó claro que las prendas que utilizan las figuras de la política esconden mensajes ideológicos. Aquí revelamos algunos. Lea también: Revive la posesión Presidencial Compartir Foto: Cortesía Presidencia La moda en el panorama político es una manifestación viva de cultura, sin embargo, para muchos es difícil de comprender más allá de la superficialidad del diseño. Aquellos detalles de la ropa, que a veces pasamos por alto, esconden una decisión política y juegan un papel importante como medio de comunicación para plasmar ideologías, pensamientos y creencias que pueden ser determinantes a la hora de conocer al portador del mensaje. Poco a poco, la industria de la moda ha tenido más cabida en los actos políticos y sociales. Este domingo 7 de agosto, en la posesión de Gustavo Petro como presidente de Colombia, las prendas que usaron invitados, familiares, políticos y demás personas que hicieron parte de la ceremonia, fueron relevantes y dicientes. Pues más allá de pretender lucirse, los asistentes buscaron transmitir mensajes a través de la ropa y gran parte de ellos lo hicieron de la mano de diseñadores con sello colombiano. Una de las personas que generó mayor expectativa en torno a cuál sería su atuendo en la ceremonia fue Verónica Alcocer, la primera dama, dado que su rol es relevante para manifestar la política del Estado. Por ello, decidió reforzar la idea de cambio que comunicó Petro en campaña, usando un traje enterizo. Así, rompió con la tradición de que la esposa del presidente de turno usara vestido durante la posesión. Virgilio Madinah fue el diseñador colombiano encargado de realizar el elegante atuendo color blanco, representando la paz, una de las temáticas centrales en el discurso de Petro. Este fue complementado con una pequeña capa de cuello Nerú, botones elaborados en filigrana de Mompox y un broche de la Virgen de La Milagrosa, debido a su devoción hacia ella. De igual manera, el color blanco también fue el protagonista en el atuendo de Tutina, esposa del expresidente Juan Manuel Santos, quien es reconocida por muchos como la primera dama más elegante. Durante su periodo en la Casa de Nariño siempre destacó por acertar sus looks y por ser embajadora del diseño colombiano con mensajes contundentes. Su traje consistía en chaqueta y pantalón, al que agregó un toque de color con una cartera azul tejida. La hija menor del Presidente, Antonella Petro, demostró que no hay edad para comunicar a través de la ropa, pues más allá de usar algo acorde a la ocasión y con la firma de Alado, portó un vestido inspirado en los paisajes desérticos de La Guajira que acompañó con un chaleco en tejido Wayúu, representando así la riqueza cultural del país. Posteriormente, la pequeña también lució un diseño de Diego Guarnizo que era una completa manifestación de amor de su padre. Se trataba de un vestido en el que están registradas las palabras y frases de puño y letra de Gustavo Petro, quien le escribió una carta el día de su cumpleaños. Esta se imprimió digitalmente en poliéster reciclado en tercer uso y se complementó con pantalones a juego y un abrigo azul pastel. Por otro lado, Sofía Petro, hija mayor del nuevo presidente, fue portadora de un diseño de Diego Guarnizo en colaboración con Adriana Gómez y María Elsy Guzmán, las artesanas que representan a las comunidades indígenas KÄMENTSÁ del Valle de Sibundoy, Putumayo, y EMBERA CHAMI de Pereira. El color elegido fue el morado, reafirmando así sus ideales feministas . Además, aprovechó para ser más literal y reforzar el mensaje en las mangas de su chaqueta con las palabras “justicia social” y “justicia climática”. A juego utilizó un top que incorporaba chumbes, una especie de cinturones tejidos. Asimismo, María José Pizarro también eligió a Diego Guarnizo porque, sin duda, logra conciliar la tradicional sastrería colombiana en sus prendas con el trabajo de los artesanos en sus diferentes técnicas. El diseño consistía en un abrigo rojo al cual se le incorporó el rostro de su padre Carlos Pizarro tejido por ex-combatientes de la guerrilla. “Mi homenaje sentido a quienes se quedaron en el camino por esta lucha”, mencionó María José en sus redes sociales. Arraigada a su estilo y a los elementos distintivos que ha destacado desde su campaña, la vicepresidenta, Francia Márquez, se ha caracterizado por los mensajes transmitidos a través de sus vestidos y el domingo lo hizo de nuevo. Portó un vestido azul estampado de corte asimétrico diseñado por su fiel modisto, Esteban Sinisterra. El diseñador es un joven desplazado por el conflicto armado que conectó con el estilo y esencia de la vicepresidenta . Por medio de la ropa han querido reflejar el mantra de “vivir sabroso” que repite constantemente Francia y esto lo han logrado a través de la vivacidad de los colores y de la capacidad de Sinisterra de hacer moda que hable del territorio colombiano. Ahora bien, la moda también es un lugar creativo y de experimentación para los hombres. David Racero, presidente de la Cámara de Representantes, asistió a la posesión presidencial usando un diseño de Nía Murillo, una chocoana con una marca enfocada en, como ella misma lo menciona, “la etnia hecha arte”. Este es otro ejemplo más de la inclusión de colombianos de diferentes partes del país que tienen talento y que poco a poco van ganando voz a través de sus obras. Finalmente, el nuevo presidente de la República de Colombia, Gustavo Petro, eligió un traje de la famosa sastrería bogotana Marsanti con un broche pequeño en la solapa y una corbata oscura a juego con el traje. En su muñeca llevaba una manilla de chaquiras con la bandera de Colombia y en términos generales se veía muy sobrio y elegante para la posesión. La moda tiene poder, es evolución, fuerza y expresión. Vestir a Colombia es honrar su cultura, reconocer su talento y tejer su historia. Un acto como el de la posesión es la oportunidad perfecta para que la industria de la moda nacional se reconozca por su cuidadosa confección y su habilidad para de decir más que mil palabras a través de la ropa. En esta oportunidad no se visten egos ni vanidades sino que se porta una pieza para recordar y homenajear la nación colombiana que inicia una nueva etapa política y que está a la expectativa de un nuevo horizonte.

  • Gallero hasta la tumba

    Gallero hasta la tumba Laura Hinojosa, Comunicación Social y Periodismo Fecha: En Colombia, existen más de 3.600 galleras. La afición por las peleas de gallos puede convertirse en una adicción que trae como consecuencia problemas económicos, legales y familiares. Lea también: ¿La extinción de los toros de lidia? Compartir Foto: Unsplash En un pueblo al sur de La Guajira empieza a salir la Luna Sanjuanera, una luna plenamente llena y brillante, la misma que describe el poeta Roberto Calderón en sus canciones, una luna que se asoma en diciembre y alumbra con más intensidad las peleas de gallos celebradas en la gallera “Checho Urbina”, en el municipio de San Juan del Cesar. Dos gallos finos se peleaban esa noche de diciembre de 2006. Al primero le llaman “El Español”, tiene cuello blanco y 5 centímetros más abajo sus plumas lucen negras con blanco, para terminar con una cola completamente negra. Alrededor de su pata lleva puesto una espuela artificial para que se le facilite matar al contendor. - Así se refiere Ramos al hablar de esta ave de cresta roja y carnosa, denominada “gallo de pelea” - Su dueño es Juan Ramos, un gallero de 42 años que ha dedicado 20 años de su vida a criar y entrenar deportistas de alto rendimiento. Un hombre alto y de cabello negro, pequeños ojos café oscuro, escondidos por sus mejillas llenas y encarnadas. “El Español” no tiene esas características por casualidad. Mucho antes de nacer, su dueño, Juan Ramos, había escogido hasta el color de sus plumas y sus habilidades. Ramos apareó al gallo y a la gallina indicados para que “El Español” naciera con las características deseadas. Esperó su llegada por 21 días y luego lo cuidó con mucho cariño y pasión por 7 meses para llevarlo a una gallería; ese lugar donde entrenan y preparan a las aves mientras se terminan de desarrollar para la pelea. Ahí estuvo por 3 meses hasta esa noche donde fue llevado a la gallera para, por fin, debutar. Juan llevó a “El Español” a la báscula, donde marcó 3.5 kilogramos de peso, y apostó por su gallo 40 millones de pesos . Intranquilo se sentó a observar cómo pesaban al rival de su gallo, mientras rogaba que pesara menos que el suyo, y tuviera menos fuerza. Cada vez que un gallero apuesta lo hace para ganar, pero ese día nadie lo deseaba tanto como Juan Ramos. Para él, 20 años como gallero no habían sido solo de triunfos y glorias, sino también significaban una adicción que lo estaba llevando a la ruina. Juan había dilapidado en los últimos años, por culpa de las apuestas, un patrimonio de 3 mil millones de pesos que heredó de sus padres. Y lo peor de esto era que no podría detenerse. Ramos iba 5 o 6 veces por semana a la gallera, y aunque saliera derrotado, al día siguiente le hervía la sangre si no regresaba. “El día que deje las peleas de gallos será porque también habré dejado este mundo” , afirma Ramos, dejando expuesta su adicción. Esos 40 millones que acababa de apostar era lo último que le quedaba; los tenía guardados desde hacía tres semanas para sobrevivir por un tiempo, mientras conseguía trabajo. Pero, apenas se enteró que “El Español” estaba listo para pelear, Juan salió corriendo a la gallera y lo apostó todo. Para suerte de Juan Ramos, el rival de su gallo pesó 3,4 kg, pero eso no significaba que la partida estaba ganada. Apenas empezaba la tensión. Juan entró al rin y soltó a “El Español” a pelear a muerte contra su contendor, “Cabecita Loca”. Así lo llamó su dueño, Fernando Daza, porque nació el día en que se estrenaba el disco titulado “Cabecita Loca” del guajiro y cantante de vallenato Poncho Zuleta. “Cabecita Loca” se empezó a acercar con sus fuertes patas amarillas, y atacó a “El Español”, a pico y espuela con sus plumas negras . “El Español” le respondió apuntando con las espuelas, pero Cabecita las esquivó. Desde pequeño su dueño lo entrenó para que fuera muy hábil. La noche es tensa, el público grita muy animado y se murmura que la competencia está reñida. Fernando Daza, “Nando” como le llaman cariñosamente, a diferencia de la multitud no está nervioso, tiene plena confianza en su gallo, ya que desde hace un año ha dedicado literalmente su vida entera a entrenarlo. “Cabecita Loca” se ha convertido en una compañía incondicional para Nando, casi como un amigo, tras perder su matrimonio y sus hijos a causa de esta adicción por los gallos, que según él era su destino. Su abuelo era gallero; su padre igual; y su tío, quien le invitó por primera vez a una gallera a los 11 años, también compartía su gusto por estas aves. Nando era apenas un chiquillo de 11 años cuando lo integraron al fuerte mundo de las galleras. Desde esa edad, lo que para entonces resultó un gusto menor se convirtió en el detonante de varios conflictos. “Un día falté a clases, me fui sin permiso a la gallera y me castigaron”, cuenta Daza, recordando que por ese error que cometió tuvo que retirarse de los gallos por dos meses, porque parte del castigo que le impuso su madre fue botar los gallos que tenía en el patio de su casa. Este fue un golpe duro para Nando, pero sin duda, el golpe más duro que le ha traído esta excesiva afición ha sido el divorcio con su esposa Jhoana Velásquez. Jhoana y Fernando construyeron una familia en la cual nacieron sus hijos, Mauricio José y María Carolina Daza. Un amor puro y sincero los blindó durante 22 años de relación, pero este amor no fue más fuerte que el incontenible deseo de Nando por asistir y apostar en las galleras. Por años Jhoana luchó por ayudar a Nando a salir de este mundo, y aunque lo intentó con todas sus fuerzas no fue posible. Una mañana Jhoana empacó sus maletas y se fue con sus hijos, cansada de luchar y ver cómo las peleas de gallos consumían a su esposo, mientras que ella se quedaba en casa sola, consolando a sus hijos, que lloraban por promesas que su padre nunca cumplió. Sara Isabel Gamez, psicóloga residente en San Juan del Cesar, calcula que ha podido atender a más de 35 pacientes en un año a causa de la adicción por las peleas de gallos , cuenta que cuando los galleros han creado esta adicción es muy difícil salir. “El día que no van a las galleras sufren reacciones a causa de esta adicción, muchos se ponen agresivos, irritables y la mayoría experimentan una fuerte ansiedad que los hace terminar regresando a las galleras, aunque luchen por salir ”, afirmó Sara Isabel. Regresando a aquella de 2006, habían pasado 7 minutos desde que “El Español” y “Cabecita Loca” iniciaron la batalla y ninguno de los dos había perdido, la competencia seguía en empate. “En este deporte pierde el gallo que caiga al piso y no se levante por un minuto o el que le huya al otro rehusándose a pelear”, explica Juan Ramos. La multitud empieza a gritar más fuerte al ver que “Cabecita loca” está hiriendo a su contrincante. “El Español” cae al piso por primera vez y se ven sus alas desgarradas, así que el público empieza a contar muy fuerte: nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno y desde ese momento la gallera “Checha Urbina”, estalló en gritos y se volvió un caos. Juan Ramos se recostó a llorar sobre una baranda de madera envejecida del palco de la gallera, pero él no era el único que estaba alterado, esa noche se había apostado mucho dinero al gallo derrotado, 40 personas apostaron por “El Español” y solo 15 habían apostado por “Cabecita Loca”, así que la multitud gritaba y peleaba enfurecida, el bullicio se escuchaba más fuerte diciendo “Rateros”, “Estafadores”, “Maleantes” y otra cantidad de palabras, cuando de repente todo quedó en silencio al escuchar un fuerte ruido, tan fuerte que podía hacer chillar los oídos a quienes estuvieran cerca. Algunos pensaron que era un trueno pero no tardaron en darse cuenta que se trataba de un disparo al ver a un hombre sangrando en el suelo. “¿Quién le disparó?”, se preguntó Fernando Daza, mientras otros hombres que no recuerda trataban de examinar al herido. Fue un momento tan confuso para Fernando que solo esta frase retumba en su memoria: “Está muerto, no hay nada qué hacer”. En el suelo estaba un cadáver de un hombre de unos 30 o 32 años, moreno no muy alto. Minutos después, lo estaban escudriñando el personal de medicina legal y CTI para descifrar de quién se trataba y quién había sido el culpable. Después de varias horas de haber retenido en la gallera a los asistentes del evento para hacerles interrogatorio, el culpable salió a luz por sus propios medios. Se trataba de Cristobal Villar, un gallero con más de 30 años de experiencia, que se encontraba apostando esa noche. Reconocido por todos, Cristobal, era dueño de galleras en Valledupar, Bogotá, Tunja, Montería, y Chiriguaná (Cesar). Todos quedaron asombrados, no se explicaban por qué ese hombre que tenía tanto dinero, gracias a sus galleras, le había disparado a otro por haber perdido unos cuantos pesos. Las dudas fueron resueltas cuando el gallero Cristobal Villar confesó que había realizado un disparo al aire para calmar el bullicio y terminó hiriendo a otro hombre sin intenciones. Todo resultó ser ante la ley un homicidio culposo, así que liberaron a todos los testigos que se encontraban confinados en la misma gallera y se llevaron a Cristobal a la estación donde luego de pagar una fianza fue puesto en libertad. Esa noche Juan Ramos llegó a su casa ‘con el rabo entre las patas’, y sin ningún peso en el bolsillo, triste de pensar que al amanecer no tendría cómo darle desayuno a su esposa Sandra Daza y su hijo, Samuel Ramos. Al otro lado de San Juan estaba Fernando, que a pesar de haber ganado 200 millones de pesos, no le servían de consuelo para llegar a casa y no sentirse solo, sabía que aunque ganó llegaría a tomarse una botella de Wisky Old Par y llorar la ausencia de su esposa e hijos. Esa noche de diciembre al ocultarse la luna Sanjuanera unos salieron sonriendo, otros llorando, pero, Cesar Urbina, dueño de la gallera no tuvo que preocuparse, facturó 25 millones de pesos y sabía que al día siguiente la gallera volvería a llenarse porque se repetiría la historia pero con diferentes personajes.

  • 15/30: Capítulo 1 de la segunda temporada

    En esta primera entrega de la segunda temporada hay informes sobre la reactivación económica del sector del entretenimiento, un perfil del fotoperiodista colombiano Federico Ríos y un panorama del estado de la alternancia académica en el país. 15/30: Capítulo 1 de la segunda temporada En esta primera entrega de la segunda temporada hay informes sobre la reactivación económica del sector del entretenimiento, un perfil del fotoperiodista colombiano Federico Ríos y un panorama del estado de la alternancia académica en el país. Contenido completo Autor:

  • Social Alienation

    Social Alienation María Camila Paiba Velásquez, Comunicación Audiovisual y Multimedios Yorgos Lanthimos es un cineasta y director de teatro griego, cuya filmografía está representada en este videoensayo. Ver también: La mise en scène almodovariana Compartir

  • Pancho: Pueblo pequeño, penuria grande

    Pancho: Pueblo pequeño, penuria grande Ashley Valentina Duarte Monroy, estudiante de Comunicación Social y Periodismo Fecha: Los habitantes del corregimiento guajiro solo cuentan con el servicio público de energía, compran pimpinas de gas o cocinan en leña, rebuscan el agua y, por su cercanía al río Ranchería, cada año experimentan inundaciones. Lea también: Virtualidad en un país sin conexión Compartir Foto: Este es Pancho, un corregimiento del municipio de Manaure, que tiene una vía, un colegio, una tienda y diez casas con luz, pero sin agua ni gas instalados / Crédito: Ashley Valentina Duarte Monroy En Pancho, un corregimiento del municipio de Manaure, de la Alta y Media Guajira, hay una vía, una escuela, una tienda y diez casas. Todos los días entre semana, a las cuatro de la mañana, aún cuando ni el primer rayo de sol se ha asomado por los árboles de trupillo, Wilmer Olmos, ‘Borna’, un cincuentañero de tez morena, cabello negro, ojos caídos y boca con pocos dientes, se despierta. Duerme dos horas, por mucho, pues es el encargado de celar la escuela, la cual fue atracada a principios de agosto y, ahora, no tiene reflectores, ni aire acondicionado en la sala de informática. Alcira Ipuana, su esposa, una indígena wayuu de cuarenta y siete años, también desde esa hora, ya está de pie haciéndole el desayuno a ‘Juancho’ y a Andrés, sus dos hijos adolescentes, quienes, a las cinco, emprenden una caminata hacia el norte de cincuenta minutos por una carretera destapada para llegar a su colegio en Riohacha, la capital del departamento. Danna, la hija mayor, ayuda a alistar a Yerian, Yulieth y Alinda, sus tres primos. A las siete, cruzan la carretera de arena y piedra y entran a estudiar; Wilmer y Arturo Deluque —el esposo de Danna— salen a trabajar, de obrero y auxiliar de topografía, respectivamente. Nadie parte sin comer un bollo de harina de maíz, con queso o, para variar algunos días, con huevos de su gallinero, y un vaso de café. Ellos viven en dos casas; las construyeron de manera artesanal con barro, palos de madera y varilla, tienen techo de latas de zinc, el piso es de agua de cemento, que se convierte en tierra, y no usan puertas, solo ventanas. Al frente de su lote —cuya propietaria es la mamá de ‘Borna’— fue inaugurado en 1910 por los padres capuchinos españoles el primer internado indígena, que llamaron “Orfelinato de San Antonio de Padua”. La construcción de color azul rey y blanco llegó a albergar más de 700 niños de toda La Guajira; actualmente, están inscritos 270, y la tercera parte llega antes de las 7:30 a.m. en una buseta negra. “La educación es difícil… muy difícil. La asistencia es inconstante, porque los niños tienen otros oficios, como ayudar a sus papás con los chivos o cumplir labores domésticas, y los recursos son muy bajos. No tienen útiles, zapatos, ropa limpia, ni comida”, dijo Meridalia Epieyu, la única de las siete docentes que vive en Pancho. Además, manifestó que el refrigerio se les da a los niños a las 10:40 a.m. y, a veces, es la única comida que ingieren en el día. En los salones de paredes desgastadas amarillas, hay tableros, varios pupitres grises y sillas verdes, puertas de hierro y niños ansiosos por aprender. Alinda, la sobrina mayor de Wilmer, es una estudiante muy atenta, pero el siguiente año debe buscar colegio, pues en la escuela no se ofrece educación secundaria; Yulieth, su hermana, cursa tercer grado y, a pesar de sus falencias académicas, cumple con sus tareas; y Yerian, su hermano, estudia en silencio, difícilmente se le escucha una palabra. Los tres reciben orientación por parte de su prima Danna, a diferencia de la mayoría de los niños, cuyos padres no saben leer ni escribir. ‘Las seños’ (o docentes) terminan sus clases a las 11:40 a.m. y únicamente enseñan matemáticas y español ingeniándoselas para dar ejemplos cotidianos, porque en las cartillas todo está planteado para el mundo de los citadinos, en el que hay centros comerciales que los niños ni conocen. Al mediodía, la familia Olmos Ipuana se reúne de nuevo. Danna ya ha adelantado algunas de sus tejidos de mochilas wayuu y ha bañado a su hijo Mathias; desde hace unos meses la Unión Temporal de Pancho les trae agua en un carrotanque que purifican en una planta y usan para cocinar, tomar y bañarse diariamente; antes tenían que reunir 5 mil pesos para pagar dos pasajes en moto y traer el agua en pimpinas desde Riohacha, a veinte minutos. Alcira, su mamá, ya ha lavado algunos ‘chismes’ (loza) a mano con agua del río (que recoge en pimpinas y carga en una carretilla, mientras camina diez minutos cubierta con una manta para cubrirse del sol) y tiene listo el almuerzo, el cual cocina a leña, cuando no hay dinero para recargar la pimpina de gas. Comen una porción pequeña de carne, pollo, chivo o pescado con unas cucharadas de arroz, frijol o pastas y un vaso de frutiño. ‘Borna’ reposa hasta la una; Danna empieza sus clases de Licenciatura en Etnoeducación e Interculturalidad en la Universidad de La Guajira a las dos, gracias a un cupo que le dieron por circunscripción indígena, y los niños se pasan la tarde jugando al escondite, al tocado o yermis. Se reúnen en dos grupos: uno hace una pila de cuatro tapas y el otro debe tumbarla; luego, algunos del primer grupo salen corriendo para no ser ponchados, mientras otros intentan armar de nuevo la pila; si lo logran, gritan “yermis” y ganan. Las risas inocentes de los niños llenan de esperanza a Pancho, en medio de todas las dificultades que padecen desde hace más de medio siglo. Polaco Rosado, un escritor riohachero de setenta y seis años, con cabello canoso, ojos pequeños, cejas gruesas, labios estrechos y un lunar al lado izquierdo de su labio posterior, se sabe toda la historia, porque su tío derramó cinco litros de sangre en esas tierras. —El 13 de junio de 1939, hubo una gran fiesta para rendirle homenaje al patrón San Antonio. Toda Riohacha se vino para Pancho. Hicieron misa, comieron y tomaron ‘chirrinchi’ (una bebida fermentada a partir de panela) —expresó, mientras intentaba abrir sus ojos desgastados por la edad—. Entrada la tarde, Aurelio ‘Indo’ Siosi empezó una pelea con ‘Maruria’, porque él le escondió la bola de boliche a Raúl Cotes… Se fueron a los puños, la gente comenzó a rodearlos y a empujar —se acomodó con emoción para seguir narrando—. Llegó Hito Ibarra, le sacó el revólver a un policía, que los estaba apartando, e hizo un tiro al aire. La historia se volvió densa. —El policía salió corriendo a la Inspección, donde estaban sus otros cuatro compañeros, y comenzaron a hacer tiros con los fusiles. La gente se montó en los carros para huir. Dijeron que supuestamente habían matado a Camito Aguilar. Su hermano, José Prudencio Aguilar, se fue para Riohacha a buscar refuerzos; José Ceferino Rosado, el tipo más valiente, se armó y se vino para Pancho en su carro —suspiró e hizo una pausa—. Cuando se bajó, les dijo: “Quiénes son estos…”. Le metieron un tiro en el corazón y no pudo levantarse. Pancho tampoco ha podido levantarse desde esta guerra. Como lo aclaró Polaco, el indígena wayuu tiene un mito de que, cuando sucede una tragedia, ellos enseguida abandonan el territorio, porque no quieren cargar ni saber nada de los muertos. Además, desde 1935, el corregimiento había dejado de ser capital de La Guajira, por la creación del municipio de Uribia. Y la naturaleza había espantado a los padres capuchinos, quienes, por las constantes inundaciones del río Ranchería, mudaron todo el orfelinato para la localidad de Aremasahin. A principios del siglo XX, Pancho era una ciudad próspera y formada; después del 39, quedó abandonada y se convirtió en ruinas. En esos años hubo tanta comida que hasta se perdía y nadie pasaba hambre; ahora, los Olmos Ipuana se acuestan a dormir sin cenar. Los padres sembraban lo que comían, frijol, patilla, tomate; actualmente, todo se compra en el mercado de Riohacha y en la tienda del corregimiento, cuyo producto más costoso es de 4 mil pesos. Antes había conejos y venados; hoy hay perros desnutridos. Nelson Gnecco Coronado, un comerciante millonario, llegó a tener 10 mil cabezas de ganado en esas tierras, y Pedro Bonivento, otro millonario, guardaba el oro dentro de su casa en mochilas y baúles; por estos días, no se puede tener ni un corral de chivos, porque vienen a robarlo de los alrededores. Entre los años 20 y 30, llegaba gente de toda La Guajira a comercializar hueso, árbol del dividivi y de Brasil, porque había dinero para comprar lo que se trajera; desde los 2000, las familias sobreviven con los salarios mínimos. Toda la mercancía que se recolectaba en Pancho se llevaba para Riohacha y de ahí para Europa, así que se negociaba con oro, libra esterlina, florín, bolívar, dólar y peso. Pancho llegó a tener 5 mil habitantes, entre los que estuvo el abuelo del expresidente de Colombia Ernesto Samper Pizano; en el 2021, vivían sólo 36 personas. Wilmer no había nacido, pero sus familiares le han contado sobre esta decadencia muchas veces. En 1998, como es tradición wayuu, para que él pudiera casarse con Alcira, sus tías tuvieron que ofrecerle a los padres de ella un collar de tumas color rojizo brillante y 1 millón de pesos. Cuatro años después, se fueron a vivir a Pancho. Se llevaron sus chinchorros, sus utensilios de cocina y construyeron la casa. En junio, Alcira quedó embarazada y ‘Borna’ empezó a trabajar en Masa, una empresa de servicios industriales. En septiembre del 2003, nació Andrés, un niño curioso, que “desarma hasta un balín”, en palabras de su papá. A mitad del siguiente año, Alcira volvió a quedar embarazada de su último hijo, ‘Juancho’, que tiene talento para el dibujo. En el 2013, se acabó el contrato de Masa y Wilmer empezó a trabajar con otra empresa en la construcción del puente de Pancho, que comunica, desde 2018, a los lugareños con Riohacha sin tener que mojarse en el río Ranchería. Carmen Josefa Siosi vive hace 29 años en la primera casa a mano derecha de la entrada y afirma que formarse ha sido difícil: “Aquí se inunda mínimo una vez al año y dura hasta dos meses. Los arroyos se encuentran y las casas quedan en el medio. El patio se llena todo de agua. No se ven las lomitas, sino los árboles altos y hay que sacar a los animales”. El clima de Pancho es muy cambiante. En diciembre, enero, febrero y marzo, hace brisa y las personas tratan de no salir, porque vuela mucha arena; en los días de mayo, junio y julio, el calor es infernal; en agosto, vuelven los vientos; y los meses de septiembre, octubre y noviembre son lluviosos y desastrosos. Cuando los arroyos crecen, les toca nadar hasta el puente y evacuar a los niños sobre las tapas de los tanques; algunos buscan cómo quedarse en Riohacha mientras calman las lluvias, y evitar estar trasteando con su ropa en bolsas plásticas. Todos los días le oran a San Antonio de Padua para que se lleve el agua. Ana Pino, su autoridad tradicional wayuu, una señora de 66 años, con cabello oscuro, ojos pequeños, dientes blancos y dificultad para escuchar, contó que el corregimiento se llama San Antonio, pero se le conoce como Pancho. —Las monjitas y los curas trajeron, como innovación de su tierra, unos hornos de barro en los que hacían mogollitas para los huérfanos. Un día, decidieron empezar a venderlas para variar la lonchera y, cuando a los paisanos se les preguntaba de dónde venían, ellos respondían: “Pancho, Pancho, Pancho”. Querían decir que venían de comprar panecitos... Así lo empezaron a llamar y se quedó con ese nombre —explicó con emoción. La sonrisa de Ana Pino desapareció al pensar en todas las dificultades que soportan sus paisanos. El corregimiento no ha recibido los últimos cuatro años las regalías que le corresponden por ser resguardo indígena. Además, son varias las obras que se han iniciado, pero no se han terminado, como la remodelación del parque y la pavimentación de la carretera. En el 2018 la Unión Temporal Pancho Celina Sierra empezó su intervención, pero constantemente suspenden sus operaciones sin que se sepan los motivos. El único proyecto que se ha culminado es el del puente, y tardó ocho años. El 12 de octubre la comunidad tuvo una reunión con Nemesio Roys, gobernador de La Guajira, y les aseguró que el dinero de la carretera estaba intacto y que en diciembre empezaban a trabajar nuevamente. Esa promesa se empezó a cumplir y los habitantes esperan que se culmine exitosamente.

  • Unisabana Medios | Pulsando la salud

    Un espacio de la Clínica Universidad de La Sabana dedicado a informar sobre temas de salud. Pulsando la Salud Un espacio de la Clínica Universidad de La Sabana dedicado a informar sobre temas de salud. Unisabana Radio Compartir

  • Los estragos del covid-19 en la economía naranja

    No muchos saben la dura realidad que están viviendo aquellos que dedican sus vidas al arte y la cultura, esos que pertenecen a la famosa economía naranja. Los estragos del covid-19 en la economía naranja Esteban Vera No muchos saben la dura realidad que están viviendo aquellos que dedican sus vidas al arte y la cultura, esos que pertenecen a la famosa economía naranja. Disponible en Pulzo Getty Las historias de las pérdidas económicas de las personas durante la pandemia son devastadoras, pero nada más devastador que la pérdida de todos los ahorros de una artista en su pequeño negocio, y más cuando piden ayudas del Gobierno que no siempre llegan, a pesar de hacer parte de uno de esos sectores más mencionados en campaña: la economía naranja o economía de las artes y las industrias creativas, que en 2019 representó cerca del 3 % del PIB colombiano. Esta economía tiene un potencial enorme. Tan solo el año pasado generó más de 25 billones de pesos entre las artes escénicas, producciones audiovisuales y la industria musical. En el mundo tiene un valor de al menos 4.200 millones de dólares, y en América Latina, es de 200.000 millones de dólares. Además, en países como Estados Unidos, el aporte a la producción de este sector se ha calculado en 4,5 % del PIB, y en otros países como Finlandia ha llegado a 3,4 % del PIB. Según Notiamérica, en la región, Brasil lideraría el sector naranja, con US$66.870 millones (2,7 % de su PIB); seguido de México, con 55.000 millones de dólares (4,8 % del PIB); Argentina, con 17.000 millones de dólares (3,8 % del PIB); y luego viene Colombia, con 11.000 millones de dólares (3 % del PIB). Para impulsar el sector este año, el Gobierno ha establecido un presupuesto de 343.236 millones de pesos para el Ministerio de Cultura, con una inversión de 144.558 millones de pesos para el apoyo a las artes. Adicionalmente el Gobierno creó unas medidas para impulsar las inversiones en la economía naranja. La principal fue la apertura de un cupo de 300.000 millones de pesos para que las personas naturales y jurídicas inviertan o donen dinero para financiar proyectos de las industrias creativas, lo que les permitirá deducir 165 % en el impuesto de renta, según el Decreto 697 de 2020. Entre los sectores incluidos en la medida están editoriales, empresas audiovisuales, fonográficos, de artes visuales, artes escénicas y espectáculos. Katherine Navarro Campo es una pintora e ilustradora que vive en la ciudad de Cúcuta. Como la mayoría de los artistas, hoy en día mueve su trabajo a través de las redes sociales y de las referencias que sus clientes dan a otras personas por sus obras. Katherine intentó al igual que muchos artistas abrir su tienda de artes en dos ocasiones, la primera vez que lo intentó por motivos económicos tuvo que entregar el local donde estaban ubicados en el barrio La Playa. Después de ahorrar mucho tiempo, trabajar muy duro y hasta pedir un préstamo por más de $3 millones al banco, Katherine logró abrir nuevamente su tienda de artes Kalu a principios de enero este año, que estuvo menos de tres meses, pero a causa de la pandemia, tuvo que cerrarla a finales marzo, sin saber que sería la última vez que abriría su negocio. Katherine tuvo una temporada de trabajo muy buena a finales del 2019, con lo cual recaudó los fondos para la apertura de su nueva tienda, contando con otros ahorros que tenía con su esposo y el préstamo que hizo con el banco para rentar el local y acondicionar. Antes de la pandemia, esta artista generaba más de 1,5 millones de pesos al mes, pero a partir de marzo sus ingresos disminuyeron a cero, porque los proyectos artísticos que tenía se paralizaron e incluso otros se cancelaron. Sumado a eso, los gastos se empezaron a acumular, las facturas no dejaban de llegar y los cobros del banco no cesaban. Debido a esto, tuvo que dar cierre definitivo a su tienda. En mayo, cuando llegó el día de la madre, pudo lograr volver a generar ingresos para subsanar deudas y aunque no era mucho dinero, fue un gran alivio para ella. Lastimosamente, tras dos meses de no estar generando prácticamente nada, ese dinero se esfumó en segundos en pagos atrasados. A la fecha, no ha pagado ni 50 % de la deuda que adquirió para abrir su galería. La pandemia no solo dejó a esta mujer con deudas, también puso en espera su sueño de abrir su tienda, y es que en este momento la reactivación económica para el sector artístico va de una forma muy lenta, no porque la gente no aprecie el arte y no lo compre, sino porque el arte no es un producto de primera necesidad y en esta época de escasez las personas solo están comprando lo que necesitan. Así que, para esta artista, sus planes de dar reapertura a la tienda quedaron ‘en veremos’. Por ahora, sigue promoviendo su trabajo por redes sociales, generando unos ingresos de alrededor de 800.000 pesos durante estos meses, puesto que vende muy poco y los trabajos que hace son de piezas decorativas que pueden costar desde los $10.000, a diferencia de antes que hacía trabajos más grandes como murales por los que cobraba desde un millón de pesos. Pero aún conserva la esperanza de que vuelvan a subir las ganancias. En el caso de Felipe Romero, un artista plástico, fotógrafo, decorador, maquillista, modelo y profesor de artes, no todo ha sido tan malo, pues Felipe trabaja en el colegio La Salle de Cúcuta. Este ha sido el mejor apoyo económico que ha podido tener, pues como profesor tiene un sueldo fijo de 1,8 millones de pesos, un gran apoyo, pero un número bajo frente a los 4 millones de pesos que lograba. Antes de que empezara la pandemia, él solía trabajar más que todo como fotógrafo profesional y de eventos, y aunque este último mes le han salido unos trabajos adicionales, no es lo mismo. Para poner un ejemplo, el fin de semana antes del inicio del confinamiento tuvo tres eventos en un solo día, con los que ganó 800.000 pesos, una entrada grande para él. Francisca Fernández ha sido la representante del gremio de artesanos de Norte de Santander por más de 16 años y en todos sus años de servicio a este gremio, jamás había tenido una situación como la que están viviendo. Cuenta que los artesanos que trabajaban en centros comerciales tenían ingresos al mes de casi 2 millones de pesos y los que trabajaban en los parques de al menos 1,4 millones de pesos, agregándole a esto los eventos que hacían entre todos los artistas para promover sus obras. Debido a la coyuntura actual, la alcaldía de Cúcuta creó para ellos una feria para artesanos y emprendedores, llamada Feria Virtual Artesanal Cúcuta 2020, en la que los artesanos podían exponer sus trabajos para así ser ofrecidos a públicos no solo en el país, sino en todo el mundo y poder dar a conocer una manera más grande su trabajo. Pero esto no ha sido beneficioso para muchos, puesto que algunos no saben cómo usar las redes sociales. Para su suerte, desde el mes pasado el parque Santander fue habilitado para que ellos regresaran a vender poco a poco y un lugar en el centro comercial Jardín Plaza, lo que les ha ayudado a reactivar su economía poco a poco. Por más de que la alcaldía hubiese ayudado al gremio con la creación del sitio web, no fue suficiente. Para ellos era imposible seguir teniendo los mismos ingresos que tenían antes de que todo esto sucediera, ya que cayeron en 99 %, así que tuvieron que recurrir de nuevo a pedir ayuda a la alcaldía de Cúcuta y a la Secretaria de Cultura de Norte de Santander. La alcaldía provee a los artesanos mercados mensuales desde que inició la pandemia hasta el día de hoy y un bono mensual de 260.000 pesos para cada artesano y artista. Además, el ministerio les dio una ayuda con el programa ‘Comparte lo que somos’, de 1,5 millones de pesos a cada uno de ellos. También se les está ayudando con un pago de 3 millones de pesos a los participantes de programas de apoyo para que los artesanos y artistas enseñen su arte y desarrollen sus proyectos con mentes jóvenes para ir desarrollando una cultura que aprecie más el arte. La economía naranja tiene una gran valor cultural y económico que lastimosamente en este país, y más que todo en esta región no le sabemos dar. Afortunadamente, existen personas que dan su vida por esta y están haciendo que los jóvenes se sientan más interesados por las artes. Antes se pensaba que con el deporte se podía alejar a los jóvenes de las calles y los vicios, así que ¿por qué no con arte hacer lo mismo?

  • La industrialización nos está matando

    La industrialización nos está matando Carlos Santiago Arias Sierra, Comunicación Social y Periodismo Fecha: Querer “progresar”, con actividades como el fracking, pasando por encima del medio ambiente se convirtió en una costumbre. Lea también: La capital de los futuros sordos Compartir Foto: Unsplash Con el objetivo de impulsar el “desarrollo” en el país, lamentablemente, Ecopetrol lanzó su propuesta de invertir dinero para realizar las primeras pruebas de fracking o fracturamiento hidráulico en Colombia, arriesgando nuestro medio ambiente. No es extraño que los políticos y empresarios del país dejen en un segundo plano los aspectos ambientales cuando las oportunidades de crecimiento económico se presentan. Si nuestros representantes tuvieran conciencia al tomar este tipo de decisiones, protegerían y preservarían algo invaluable como nuestro ecosistema y Colombia no estaría sufriendo problemas ambientales. Técnicas como el fracking representan un riesgo para la salud de los habitantes. Los recursos naturales que consumimos y nuestro entorno en general se verían perjudicados por sustancias químicas. Según el libro Compendio de hallazgos científicos, médicos, y medios de comunicación que demuestran los riesgos del fracking: Extracción de gas y petróleo no convencional, liderado por los grupos Concerned Health Professionals of New York y Physicians for Social Responsibility , en el que reúnen a profesionales de la salud, científicos y organizaciones médicas; el 69% de los estudios realizados acerca de este procedimiento muestran que el fracturamiento hidráulico contamina el agua y el 88%, que el aire se ve afectado por partículas contaminantes. Aunque la Comisión de Expertos creada por los ministerios de Ambiente y Minas y Energía haya publicado un informe en el que dice que sí es posible hacer fracturación hidráulica en el país, no es casualidad que en naciones como Escocia, Bulgaria, Francia, Suráfrica, y en estados de algunos otros como Estados Unidos y Canadá se haya prohibido el fracking . Temblores y daños geográficos representan algunas consecuencias producto de la extracción. Uno de nuestros símbolos patrios es la gran biodiversidad que nos pertenece. Alterarla sería desastroso. Evidentemente, el petróleo es muy importante para las finanzas nacionales. Sin embargo, el gran error ha sido no diversificar la economía y depender del petróleo considerablemente. A pesar de que Colombia exporta 4.800 productos, el crudo representa el 40% de las exportaciones del país. Como se nos agotan las reservas de petróleo, buscamos el fracking . Es necesario potenciar la exportación de servicios y de productos manufacturados no tradicionales para generar un balance saludable y no dejar en un solo producto el destino de la economía colombiana. Ecopetrol ha destinado 500 millones de dólares para la ejecución de las primeras pruebas. Sin embargo, la realización de esta actividad dependerá del Gobierno. Queremos impulsar las finanzas, pero en este caso, el crecimiento económico sería una pérdida para el país si cambiamos el medio ambiente y la salud de muchos colombianos por dinero. “En Colombia no se hará fracking ”, dijo el presidente Duque cuando se encontraba en campaña electoral. No debería cambiar de opinión. Tiene que proteger nuestros recursos naturales. Debe diversificar la economía y potenciar otras exportaciones que sirvan como alternativa. El crecimiento económico no debe pasar por encima de un patrimonio nacional como el ecosistema. Hidroituango y la contaminación en el aire en las principales ciudades del país tienen que ser un llamado de atención. La industrialización nos está matando.

  • Junín

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