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  • 'Animaladas': ¿por qué no somos civilizados?

    'Animaladas': ¿por qué no somos civilizados? María Paula Belalcázar Mórtigo Mariana Galán Cepeda David Santiago Torres Delgado Laura Marcela Tussó Pérez Juan Camilo Duarte Bautista Este producto de opinión busca llamar la atención sobre los comportamientos inconscientes e incivilizados de los miembros de la sociedad. Ver también: Estado colombiano vs. plataformas digitales Compartir

  • Salvado por el cascabel

    Salvado por el cascabel Zuadi Pinto, Comunicación Social y Periodismo Fecha: Hace algunos años, cuando un familiar mío se enfrentó al cáncer, entendí la desesperación que se puede llegar a tener por librarse de la muerte. Lea también: Cannabis medicinal: ¿En qué vamos? Compartir Foto: Javier Ábalos - Flickr Me dirijo hacia el municipio de Simijaca en Cundinamarca, porque me habían contado que allí, en una montaña, se llevaba a cabo la elaboración de este tratamiento y otros procesos de medicina ancestral. Cesar y Claudia, médicos homeópatas, me sirven de guía para llegar al lugar. Cesar menciona que la carretera siempre fue peligrosa, mínimo un accidente se veía cuando iban al consultorio y llevaban los cascabeles en cajas de cartón. A tan sólo unos 15 minutos de llegar, nos encontramos con una volqueta que entre sus ruedas tiene enredado lo que parece un cuerpo magullado y una moto ya casi desarmada, a dos metros otro cuerpo, deduzco que es de una mujer. Pienso en la repentina visita de la muerte, sea a través del cáncer o un accidente y en cómo evadirla, tal vez con prudencia o, quizás… con carne de cascabel. Cuando menos me doy cuenta estamos en una carretera totalmente destapada y difícil de transitar. Claudia menciona que es la misma trocha de hace unos treinta años y siempre los pacientes tienen que subirla a pie, a caballo, o en alguna camioneta. Al llegar a la finca, veo a lo lejos un objeto colgando del tejado que da al solar, pienso que podría ser un adorno de viento que cuelgan en las casas de campo. Sale una mujer en delantal con mejillas rojas, el cabello largo y con algunas canas. Doña Sofía nos da la bienvenida y se pone a hablar con Claudia sobre temas pendientes, parece que no se veían hace mucho. Al pasar por el solar veo que aquel adorno que cuelga del tejado no es menos que la carne de una serpiente cascabel secándose. Doña Sofía me dice que esa ya lleva ocho días y sólo falta que se le seque el espinazo. Don Roman nos espera dentro, en su consultorio, una habitación de la casa adornada con diferentes figuras religiosas, un par de certificados de la contraloría de Colombia con el nombre de Roman Morato Rodríguez y envases de medicina naturista. El hombre de unos 90 años, con sombrero y ruana, nos invita a sentarnos para hablar un poco del proceso antes de la preparación del medicamento. Este remedio ha curado gran cantidad personas con cáncer, dice él, pero exige una dieta rigurosa, pues la carne de culebra es la más celosa de todas. Desde el momento que se toman las cápsulas, la persona no puede consumir ningún tipo de carne ni leche entera; “de lo contrario, a los tres días estará bajo tierra en el cementerio”, dice Roman, y sin más preámbulos, el señor en ruana se pone de pie y me dice que salgamos al solar por las culebras. De una bolsa de costal, Don Roman saca una soga que en un extremo tiene atada la cabeza de una culebra. “Esta es hembra”, dice. Y le pide a su mujer que le alcance el palo para sostener su cabeza contra el piso. Me espanto al ver como deja salir el cascabel del costal y me doy cuenta de que no existe mucha seguridad, como la de los zoológicos o exhibiciones de animales, nada más que un cuchillo, una cuerda y un palo. Intento mantener la compostura mientras él comprueba que sí sea cascabel, pues su carne es la única que funciona. Resulta que estos animales se han vuelto muy costosos y algunos estafadores aprovechan su similitud con la serpiente “talla x” y le pegan un cascabel en la cola para venderla. La culebra agita la cola haciendo sonar el cascabel de forma impaciente, la soga sostiene su cuerpo y el palo mantiene su cuello contra el piso y, en cuestión de segundos, su cabeza es separada del cuerpo por un corte que el anciano le hace con mucha precisión. Doña Sofía se acerca para recoger la cabeza y meterla en el costal, dice que debe ser con mucho cuidado pues la cabeza puede morder, aunque esté separada del cuerpo. Al dirigir la mirada a lo que queda del cascabel, siento un escalofrío al ver cómo el cuerpo degollado se sigue retorciendo. Don Roman hace un corte a lo largo del cuerpo hasta llegar a la cola para sacar el relleno, descubre que estaba preñada y saca los nueve huevos para pasárselos a su señora. No puedo evitar sentir unas náuseas inmensas y una ahorcada que disimulo aclarando la garganta y recuerdo que desde muy pequeña me parecía desagradable comerme un animal, esta vez me encontraba frente a una situación mucho más complicada, pero sigo manteniendo la compostura. El cuerpo sin relleno ahora es lavado para limpiar la sangre y facilitar quitarle el pellejo para sólo quedar con lVa carne. Me impresiona ver la práctica que el anciano le tiene al proceso. No tarda más de 10 minutos en dejar la carne, que continúa retorciéndose, limpia. El cuero también va a dar con la cabeza, los huevos y órganos en el costal, y doña Sofía dice: “Esto hay que botarlo bien lejos o enterrarlo porque cuando se empieza a descomponer huele muy maluco y es un peligro para los perros”. Con una nueva cabuya, se amarra la carne de la culebra y se cuelga en el techo para dejar que le dé el sol por unos ocho o quince días. Esta se seguirá moviendo y retorciendo por unas doce horas, añade doña Sofía y me invita a pasar para ver el siguiente proceso. Sobre el escritorio tienen unas ya secas que parecían ser de hueso por su contextura y color. Estas pasan por un molino manual para ser pulverizadas y posteriormente ser encapsuladas. Cada vez que la mano hace girar el molino, suena como la cubierta de una nueza cuando se rompe. De la parte final del molino sale un polvo fino mezclado con algunas astillas que luego serán separadas y horneadas para volver a ser trituradas. Acá nada de desperdicia. Todos en la casa familiar ayudan a encapsular el polvo. A cada carne de culebra se le puede sacar aproximadamente 200 cápsulas. Doña Sofía dice que eso es muy desgastador y que probablemente dejarán de dedicarse a ello, porque ni siquiera los clientes lo agradecen. Una mujer del mismo pueblo lleva ya seis meses en el tratamiento, tiene cáncer de mama y dice que gracias a Dios conoció a don Roman antes de que le hiciera metástasis en los pulmones. Desde entonces, se las ha estado ingeniando para conseguir los cascabeles y traerlos. Cada serpiente le vale alrededor de 600.000 pesos, pero eso no es lo complicado, pues sus hijos le han ayudado con los gastos. El problema es transportar los cascabeles desde el Huila hasta la casa donde se elabora el remedio. En los últimos años, la policía se ha puesto muy alerta con el tráfico de animales como loros, micos y culebras. Quienes quieran pasar estos animales se arriesgan cubriendo las cajas con ropa interior, elementos de higiene como toallas higiénicas y demás para evadir la extensa requisa de las autoridades. Otra opción, que al parecer no dio mucho resultado, fue la de unos campesinos de Buena Vista, quienes metieron las culebras en tanques de agua y las alimentaban con cajas de pollos pequeños. Las pésimas condiciones daban como resultado serpientes pequeñas y enfermas que no funcionaban igual para el tratamiento. Estas situaciones han llevado a esta mujer con cáncer de seno a mandar a sus hijos en carro por las serpientes o incluso pagar sobornos para que le permitan pasar los reptiles sin problema, pero eso le sale mucho más costoso. Por otro lado, dice que este tratamiento es lo que la ha mantenido viva pues, según sus médicos, ya sólo le falta un 20% de recuperación. Sólo una vez, en confianza con uno de los médicos, le reveló el tratamiento que ella seguía. El médico le dijo que conocía sobre este, le recomendó continuarlo y hacerle caso a las indicaciones que le daban como no comer carne. Por su parte, Roman dejó de traer las culebras por su cuenta desde que los clientes lo empezaron a acusar de estafador por los altos precios. Ahora los pacientes deben conseguirse las culebras por su cuenta, como esta mujer, o resignarse a morir. Esta práctica sin duda se ha convertido en un tabú por su relación con el tráfico animal y el consumo de esta especia como tratamiento de cura para el cáncer. De vuelta por la trocha, me doy cuenta de haber logrado un panorama más consciente de la desesperación que puede generar la visita de la muerte. Aquella tan difícil de aceptar para algunos, pero que nos llegará a todos en algún momento. Me cuestiono a mí misma si llegaría a consumir carne de culebra en una situación crítica y prefiero evadir la respuesta.

  • Ola invernal afecta a las escuelas y fincas en Villeta

    Ola invernal afecta a las escuelas y fincas en Villeta Katherin Ávila, estudiante de Comunicación Social y Periodismo Fecha: Esta temporada de lluvias ha provocado otras afectaciones para la región, como destrucción de cultivo, fallas en redes eléctricas a causa de desbordamientos de ríos, quebradas y deslizamientos. Lea también: ¿Cómo prevenir las enfermedades de las mascotas en épocas de lluvia? Compartir Foto: Habitantes de la zona que comprende la vía que conduce de QuebradaHonda a la escuela de Cune, se muestran preocupados por las malas condiciones de las carreteras que conectan hacia el municipio de Villeta y escuelas rurales. Esta situación afecta directamente al productor panelero a la hora de llevar el sustento a su casa y a los niños y jóvenes que no han podido culminar sus clases en las escuelas del municipio . Desde mediados de septiembre y hasta mediados de diciembre, Colombia vive su segunda temporada invernal del año, que no solo ha afectado la infraestructura de muchas ciudades, sino que también ha hecho estragos en los predios rurales de campesinos que viven del día a día de su trabajo con la tierra. Esto ha generado que las pérdidas sean millonarias, lo cual afecta directamente al pequeño, mediano y grande productor panelero, que se levanta con la esperanza de trabajar en su tierra bajo las mejores condiciones, pero que se le ha hecho imposible lograrlo por cuenta de las fuertes e inclementes lluvias. Desde hace varios días, el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), en su reciente boletín para el sector agrícola, pronosticó que lo que viene para las próximas semanas son muchas precipitaciones a lo largo del territorio nacional, lo que generaría un incremento de la amenaza por posibles crecientes súbitas, inundaciones y deslizamientos de tierra, tal como lo ha vivido el municipio de Cundinamarca. Este incidente afecta en gran medida a los niños de las veredas que asisten a la escuela Rural de Cune que cuenta con los niveles Preescolar, Media, Básica Secundaria, Básica Primaria y grados hasta 11. Sus familias muestran gran preocupación como lo dice Emma Villalobos, habitante de la vereda La Bolsa, madre cabeza de familia, quien afirma que esta situación ha impedido que sus hijos culminen con éxito su año académico. Otro caso es el de la señora Florelba Gonzales, habitante de la zona, quien también expresa sentirse afectada por esta situación ya que su hijo lleva más de 4 semanas sin poder asistir de forma regular a su escuela. Lo que realmente preocupa a los habitantes de la zona es que hasta el momento no se tiene un apoyo de la administración municipal para el mejoramiento de estas vías. “Por cada día que pasa y no se soluciona este problema, los campesinos se ven más afectados, y no solo ellos, sino toda su familia y sus trabajadores porque el producir la panela, llevarla, y acercarla al vendedor, constituye su sustento diario”, dice Luis Rubiano, presidente y lider comunal de la vereda La Bolsa. Sin embargo, la alcaldía de Villeta, el pasado primero de noviembre indicó que ya se iniciaron las obras de restauración de la vía que conduce de QuebradaHonda a la escuela de Cune. Por el momento, campesinos y sus familias han optado por hacer los arreglos de estos tramos por mano propia, y así evitar que el agua que aún continúa afectándolos, termine por dañar la vía a mayor escala y los daños sean irremediables.

  • Recuerdos móviles: los días en la frontera

    Recuerdos móviles: los días en la frontera Natalia Toscano Jaime Fecha: Esta es la historia de tres mujeres que nacieron en la frontera colombovenezolana y que tuvieron que migrar a un país externo. En un viaje por su infancia y adolescencia se muestran cómo se transformaron ambos países y el impacto moral e incluso físico que generaron en ellas las decisiones políticas de las últimas décadas. Lea también: La cara “Amable” de la Billo’s Caracas Boys Compartir Foto: Puente de la frontera colombo venezolana en acuarela. Realizado con la inteligencia artificial Dall-e "Y si un día tengo que naufragar Y el tifón rompe mis velas Enterrad mi cuerpo cerca del mar En Venezuela." Pablo Herrero y José Luis Armenteros, Venezuela (1980). La vida se trata de recuerdos, tristes, felices o dolorosos. Los recuerdos componen al ser humano y marcan el camino invisible que seguirá recorriendo a lo largo de su vida. Son pactos tácitos con nuestra propia memoria y los sujetos que aparecen en ella, porque se promete, en el fondo, no olvidarlos. Se atesoran con cariño. Son lo que fue y ya no será. En mi caso, es la imagen vívida del lugar en el que nací y crecí: Cúcuta. Es el amor de mi familia. Es la mantequilla Mavesa, la bebida achocolatada Toddy y la harina P.A.N. Son los juegos de barrio, las visitas y las vacaciones en playas de ensueño. Sin embargo, son también puentes rotos, promesas incumplidas, despedidas e, incluso, muertes que traen consigo el ejercicio de vivir en la frontera. Como yo, Alejandra Guzmán y Laura Tocaría nacieron en la frontera, pero del otro lado, el de Venezuela. Y guardan con anhelo sus recuerdos, pues saben que las memorias son las únicas que ni un presidente, un gobierno en crisis o miles de pasos al exterior les van a poder quitar. Esta es la historia de tres mujeres, dos países y un mismo puente. El lado B Me crie en una ciudad pequeña al noroeste de Colombia, en Cúcuta, Norte de Santander. Lamentablemente, no teníamos un mar que visitar cada fin de semana ni éramos la capital, con lo que eso significa en un país centralizado como el nuestro. Sin embargo, teníamos algo que el resto no: éramos frontera con Venezuela. Y hablo en plural, como “nosotros”, pues es algo que solo los que vivimos allá entendemos. El silencioso acuerdo de ayudarnos con el país vecino a mejorar la economía, instituciones, entretenimiento y calidad de vida en general. Un acuerdo que, en principio, ninguno esperaba que algún día fuera a romperse. Al ser una ciudad fronteriza teníamos ventajas y desventajas. La cantidad de productos importados era inimaginable. Gozábamos de un dutty free y tanqueábamos en cualquier esquina por menos de 20.000 pesos. Podíamos estar en San Antonio del Táchira (ciudad de Venezuela) en menos de 15 minutos con solo el pasaporte. Pero en Cúcuta no solo yacía la memoria de una frontera a punto de desarrollarse, sino la de una frontera sombría, de contrabando y extorsión impulsada por la llegada de un nuevo gobierno junto a sus ideales. La transición que supuso fue evidente. Recuerdo dejar de ver a mi tía en San Antonio y no poder acompañarla cuando tuvo complicaciones de salud, a pesar de que ella siempre me acompañó a mí. Recuerdo el cambio en las horas de regreso establecidas por mi mamá, pues le daba miedo que estuviéramos solas en la noche. Recuerdo las excusas de la Guardia Nacional Bolivariana para intentar sobornarnos. Recuerdo las armas que llevaban en las manos. Recuerdo no cuestionar nada. Recuerdo las largas filas para conseguir un producto de básica necesidad. Y, a pesar de todo esto, recuerdo querer que esas imágenes nunca se convirtieran en un recuerdo. Antaño Los días en Venezuela eran prósperos. Laura y Alejandra, en Barinas y San Cristóbal, respectivamente, vivían en lo que se podría denominar un Disney Latinoamericano. Laura viajaba cada año a Estados Unidos. La “Comisión de Administración de Divisas”, más conocida como Cadivi, permitía controlar el cambio monetario de tasa fija en Venezuela. A los ciudadanos se les daba un cupo de hasta 5.000 dólares anuales para retirar en el exterior, lo que facilitaba sus constantes visitas al norte con el que mantenían buenos términos. Este factor se convirtió en lo que ellos llamaban un “regalo” pues la moneda verde era tratada como tal. Alejandra, en cambio, viajaba constantemente dentro del país a las playas más lindas que hubiera visto. Estas la acompañaron a crecer, le brindaron oportunidades y les tenía un amor profundo. El turismo, la economía, los paisajes y la cultura estaba en su mejor momento. Sus familias visitaban cada día los supermercados blancos, limpios, ordenados y abundantes para comprar alimentos al por mayor, además de productos de aseo personal. Carritos de mercado llenos, artículos a precios mínimos y hogares tranquilos conformaban el retrato de una distante Venezuela. La “situación” La “situación” en la que cayó Venezuela, sin embargo, se venía construyendo desde hacía ya unos años. Es en 1998, ad portas del cambio de régimen en el Palacio Miraflores, cuando los colegios, universidades, hogares y empresas presenciaron una metamorfosis encubierta dentro del país. Principalmente, los cambios empezaron con la educación: La mayoría de las escuelas privadas ahora eran públicas. Los libros que se repartían en colegios eran estudios de Ciencias Sociales desde la perspectiva del Estado. Las imágenes de Simón Bolívar, el Che Guevara y Hugo Chávez eran recurrentes en las portadas. Se instauró el Proyecto Canaima Educativo, resultado de acuerdos entre el gobierno de Portugal y Venezuela que permitían a niños de varios colegios el acceso a la tecnología. El propósito al inicio debe resaltarse como bueno y después de un tiempo perdió su fuerza. A la educación le siguió la desestabilización. Ese factor sí que vino en todos los niveles posibles, desde una crisis económica hasta de seguridad nacional. Y aunque el país lo sabía, no lo comentaba. Como si no hablar de ello permitiera que el problema se esfumara. La democracia es lo último que se pierde… ¿O era la esperanza? Las cosas habían cambiado drásticamente. Los apagones se hicieron recurrentes, y, de manera sistemática, empezaron a haber saqueos, discusiones y enfrentamientos. Ya no solo se trataba de gritos, sino robos a supermercados, peleas entre familiares y, en última, de allanamientos a propiedades. Aunque al principio solo era un rumor, empezaron a verse grupos de personas usurpando conjuntos privados. Esa vez, Laura supo que su papá tenía una escopeta y que hacían rondas entre los hombres para protegerse. Las 8 en punto de la noche se convirtió en la hora para rezar, con cánticos de fondo pedían a la Virgen María que, por fin, les realizara un milagro. Alejandra le vivió incluso más de cerca. Su mamá había vendido la casa en la que estaban para mudarse a un estado más tranquilo. Sin embargo, no pudieron trasladarse. Cuando llegó el día de la mudanza la entrada a la ciudad estaba cerrada con bloques picados y barriles de gas. Las guarimbas, grupos de personas en oposición al gobierno, formaban barricadas en las calles mientras protestaban por falta de seguridad, luz, agua y comida. No pudieron mudarse, y el dinero de la venta de la casa debieron utilizarlo para comprar fardos de comida en la frontera a precios estrafalarios. Según investigaciones de la Misión internacional independiente de determinación de los hechos sobre la República Bolivariana de Venezuela (MIIV), el Estado venezolano reprimía las disidencias del país a través de servicios de inteligencia y sus propios agentes, lo que generaba graves delitos de derechos humanos que incluían torturas y violaciones. No había comida, la luz se iba seguido, no podían estudiar ni había garantías. Cada día aparecían más personas muertas. Algunas por inanición, otras por protestas violentas a mano del Estado. En ese momento, ambas se dieron cuenta de que lo primero que se perdía era la democracia. Es más, ya estaba perdida. Wanda Supe que la situación se estaba tornando tensa cuando sucedió lo de Wanda. Ni mis compañeras de colegio ni yo podemos darle nombre aún y, mucho menos, mencionar este acontecimiento. Era un día caluroso, como se acostumbraba a sentir Cúcuta. Treinta y dos grados de sudor y aire imposible de inhalar. La semana siguiente teníamos una presentación cultural. Wanda nos iba a maquillar. Siempre nos maquillaba a todas y nos encantaba cómo la hacía. Cada una había hecho su cita para el mismo día en diferente horario, y lo único que podíamos pensar era en el evento. Sin embargo, debíamos prestar atención, estábamos en clase de Física. Mientras el profesor hablaba de termodinámica, escuché el grito de una de mis compañeras: - ¡Le pasó algo a Wanda! Sabíamos que iba a aumentarse el busto en San Antonio. Pero iba a volver. Nunca regresó. Wanda murió. En medio de la cirugía, se fue la luz. Ni el médico ni la enfermera reaccionaron. La dejaron en el quirófano, y a las horas su familia se enteró. Ese día ninguna prestó atención a la clase de Física. Debajo del puente no se ven las aguas negras Antes, ir a Venezuela significaba el paso de un puente. Un puente que representaba unión, integridad y colaboración. No uno roto. Desgastado por el paso del hambre, de la pobreza y la miseria. En un contexto más amable la única preocupación era elegir cuál era más adecuado para cruzar: el Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander o el de Tienditas. Y, en menos de 15 minutos, estábamos en territorio internacional. Pero, durante siete años, no fue posible. Siete años en los que sucedieron muchas cosas, incluso una pandemia. La pandemia terminó de fracturar las fronteras y líneas invisibles que separaban familias, amistades, relaciones y gobiernos. Aunque seguíamos pasando por los puentes, solo se podía a pie. Las instrucciones eran específicas: mercados pequeños, ropa ligera y cosas sencillas. No se aceptaba nada más. Ni siquiera medicamentos o artículos de básica necesidad. Por eso, había que buscar un mecanismo diferente en el que pudieran pasar de un lado a otro sin requisas o extorsiones. El problema es que ese mecanismo no existía. La trocha fue la solución. Al igual que los disparos, saqueos, vacunas y cuerpos al lado del río. ¿Era peligroso?, sí. ¿Necesario?, también. No tenían otra opción. Hombres armados, a los que no se les daba un nombre en específico, cuidaban la zona. Laura pasaba por puentes de tablas que se me movían de lado a lado. Si no pasabas, ellos te hacían pasar. Alejandra, en cambio, caminaba por campos abiertos con una ruta trazada en la que al final de recorrido podía leerse: “prohibido el uso del celular”. Atrás, se escuchaban amenazas de esas personas diciendo: “solo mire pa’ abajo”. Así era el nuevo recorrido al que nos acostumbramos. No era agradable, solo necesario. Se hace camino al andar De esta forma terminó la Venezuela que todos conocíamos y, con ella, la frontera. Una frontera con sueños y esperanzas que aún espera cumplir. Con grietas remendadas a punta de curitas invisibles. Con muertes contadas como cifras. Con negligencia institucional. Con falta de garantías de Derechos Humanos. Con gobiernos orgullosos al servicio de sí mismos. Con el peso en la espada de lo que éramos y pudimos llegar a ser. Aunque ya no son los mismos días prósperos de antes, en nuestra memoria queda lo que vivimos y nadie nos va a poder quitar. Este es el retrato de una frontera en busca de un propósito. Es la historia de Laura, Alejandra y mía. Al igual que la de 2.48 millones de venezolanos que cruzaron un puente hacia Colombia con la promesa de una vida diferente. El camino no es claro, mucho menos sencillo. Pero sobre cualquier historia contada y por contar prevalece el sendero que enmarcó los recuerdos de miles de personas representadas en los testimonios de tres mujeres, dos países y un mismo puente. Una versión de este trabajo fue publicada en alianza con Europa Press el 26 de julio del 2023. Consúltala aquí.

  • Reflexiones contagiosas

    Reflexiones contagiosas Sofía Bayona Horlandy, Comunicación Social y Periodismo Fecha: La pandemia conlleva cambios en la vida cotidiana de los colombianos. Muchos han aprovechado el aislamiento para tomar conciencia sobre su vida y la de los suyos. Lea también: La capacidad instalada del sistema de salud colombiano Compartir Foto: Foto: Sofía Bayona Horlandy Una lágrima se deslizaba por mi mejilla mientras metía las últimas camisas de mi mamá en su maleta de viaje. El closet ya estaba vacío, y ella entraba en la habitación con su cepillo de dientes y su maquillaje, lo único que faltaba por empacar. Al verme, secó la lágrima con su mano y me dio un abrazo, acariciando mi espalda suavemente. Esta no era una despedida común y corriente, como cuando alguien se va de paseo. Esta era por tiempo indefinido y, para completar, a causa de una pandemia. -Vas a ver que el tiempo se pasa rápido – me dijo– yo no podría estar tranquila si pienso que estoy trayendo el virus a mi casa. - Tienes razón – le respondí, forzando una sonrisa. Ella se llama Laura Horlandy, es médica y la jefe del servicio de Urgencias de un hospital en Bogotá. Y el virus al que se refiere es el COVID-19, el mismo que tiene en crisis al mundo entero. Hace poco más de un mes que se fue de la casa y hoy no tengo más remedio que hablar con ella por FaceTime y, a pesar de que no podemos abrazarnos como de costumbre, me alegra ver su cabello crespo y negro, su piel blanca y su sonrisa amplia a través de una cámara un poco borrosa. Estos han sido un par de meses duros para ella en todos los aspectos. Su trabajo, por un lado, ha sido más pesado que nunca, atendiendo la emergencia por coronavirus. “El hospital se está preparando para lo peor y el Ministerio saca nuevas normas al respecto casi todos los días, lo que me obliga a estar actualizada todo el tiempo”, cuenta. Y es que no es fácil hacer parte de la primera línea de defensa en Colombia frente a algo que tiene de rodillas a todo el primer mundo. Según la Organización Mundial de la Salud, existen muchos tipos de coronavirus, y todos causan infecciones respiratorias que van desde el resfriado común, hasta enfermedades más graves. El COVID-19 es una nueva sepa de coronavirus que se transmitió del murciélago al ser humano. Actualmente, el virus está presente en 185 países según el Instituto Nacional de Salud, y el número de contagios a nivel mundial supera los 3 millones y en países como Italia se han llegado a reportar casi 1000 muertos en 24 horas. En Colombia, acabamos de pasar la frontera de los 6 mil casos y algunos se preocupan por cómo pueda avanzar la curva de contagios y que, ante ello, el sistema de salud no sea capaz de ofrecer una respuesta eficiente. “Necesitamos mucho respeto, apoyo, y que se queden en la casa”, dice Laura, este es su pedido a toda la comunidad, y es lo que nosotros estamos haciendo. Es nuestra única forma de ayudarla. Mi compañía en esta cuarentena consiste en un tío, dos primos y dos abuelos, y mientras ella le pone el pecho a esta crisis mundial, nosotros se lo ponemos a las pequeñas crisis que nos trae día a día el aislamiento. LO DIFÍCIL DE NO HACER NADA Para Esteban Horlandy, mi primo y estudiante universitario, lo más difícil ha sido la convivencia. “Estoy que mato a mi hermano”, dice bromeando, pero la realidad es que no es fácil para él, para ninguno a decir verdad, estar encerrado tanto tiempo con las mismas personas. Y sin manera alguna de escapar, ni amigos para desahogarse con una cerveza, él se refugia en el estudio y la televisión. Mis abuelos, por su parte, están dentro de la población más vulnerable ante el COVID-19 y, por lo tanto, su encierro obligatorio se extendió hasta el 30 de mayo. A pesar de su edad, ellos son personas llenas de energía, cuyas agendas solían estar repletas de reuniones con los amigos de su pueblo, con los vecinos, con los familiares. Pero la coyuntura que actualmente aqueja al mundo los ha obligado a cambiar no solo sus hábitos, sino también su manera de pensar. “Ya no puedo salir ni a saludar”, se queja mi abuela, Fabiola Gómez, quien últimamente pasa sus días entre fiestas virtuales de cumpleaños y videoconferencias para rezar el rosario. “Me siento un poquito depresiva al estar encerrada – añade – estoy valorando más la libertad”. Sin embargo, es artista y la pintura le ha servido como escape al aburrimiento. Ella es una mujer que le sonríe a todo, y ahora espera pacientemente que se acabe todo esto para volver a la normalidad, pero con algunos cambios. “Tengo que dedicarme más a los demás, sembrar mucho amor, mucha esperanza y estar siempre muy unida a la familia” , dice, confesando que este virus le ha hecho darse cuenta de su propia vulnerabilidad. Mi abuelo Francisco, por otro lado, ha aprovechado el tiempo de más para dedicarse a la escritura y la reflexión. “Mi padre decía que todas las cosas tienen su valor. He hecho el intento de descubrir el lado positivo a todo lo que parece negativo, porque creo que todo lo que existe, hasta esto, tiene alguna importancia”, dice. “He notado que el mundo anda como en una desesperación, sin rumbo, sin metas fijas. No reflexiona, solo vive”, opina. Además, con respecto a cómo la pandemia ha afectado su vida, admite que lo que más extraña es a su hija pues, aunque está orgulloso de lo que está haciendo, no pasa un día sin que piense en ella. “Todas las mañanas me levantaba a las 4:30 a.m. a atenderla porque ella es médica y tiene que salir a trabajar. Eso para mí justificaba las madrugadas”. Ahora, él sigue despertando todos los días a la misma hora, pero inmediatamente lo invade la desagradable sensación de no tener nada que hacer. “Eso realmente ha sido un vacío”, concluye. Al escucharlo decir esto, a mi abuela la invade la nostalgia y, por mucho que lo intenta, no puede evitar dejar escapar un sollozo y un par de lágrimas. Se quita las gafas para poder secarse bien los ojos y, mientras Kira, la perrita de la casa, corre a su auxilio, ella murmura “tan bella Laurita”, respira profundo y sigue adelante. LA REFLEXIÓN TAMBIÉN SE CONTAGIA Ella también nos extraña a nosotros, y también se le quiebra la voz al hablar del tema. Y es que, hasta ella, la “heroína” que exaltan los medios y a quien le aplaude la gente desde sus balcones, hasta ella siente miedo cuando piensa en la pandemia. “Uno se da cuenta de lo frágiles que somos, y me embarga la necesidad de oración y reflexión frente a lo que estamos haciendo como humanidad”, dice. Para Laura, esta situación nos demuestra que debemos reorganizar nuestras prioridades como sociedad. “La prioridad es la salud, la familia, la solidaridad entre seres humanos. Probablemente todo el tema de querer viajar y tener cosas estaba equivocado”. La verdad es que el encierro y el miedo son excelentes para impulsar el pensamiento, y la imposibilidad de hacer algo en este momento nos lleva a todos a soñar con lo que haremos mejor una vez pase la tormenta. Mi abuela va a apegarse más a la familia. Yo voy a preocuparme menos por cosas poco importantes. Mi abuelo va a hacer su mejor esfuerzo por mejorar su temperamento. Mi mamá va a hacer más ejercicio. Y para mi primo, lo básico es lavarse mejor las manos. Son propósitos, pero ya no de año nuevo, sino de fin de cuarentena. Sin embargo, las lecciones realmente importantes serán las que aprendamos como sociedad porque, si algo nos ha demostrado este virus, es que la única forma de ayudarse uno mismo es ayudando a los demás . Además de ser más aseados, mi primo espera que todo el mundo aprenda “que tenemos que cuidarnos entre todos. No solo entre nosotros sino también con el ambiente”. Para mi abuelo, por otro lado, esta crisis es un llamado al orden. Él piensa que “debemos darnos cuenta de que el poder es muy frágil. Un solo bicho tiene al mundo en ascuas, de manera que si no tomamos esta lección estamos perdidos”. En definitiva, las consecuencias del nuevo coronavirus no se limitan a las de cualquier gripa. Y, lamentablemente, tampoco se detienen en más de 160 mil muertos a nivel mundial. El covid-19 también trajo consigo una reflexión forzada, como una cachetada que despierta a alguien de un sueño profundo. Nos ha demostrado lo pequeños que somos, pero también va a dar inicio a una nueva era y, como los seres humanos que vivimos esta crisis, tenemos la responsabilidad de aprovecharla.

  • La realidad de los vendedores ambulantes en Colombia

    Conoce, en este capítulo, una nueva apuesta en productos menstruales y la situación actual del emprendimiento femenino en el país. La realidad de los vendedores ambulantes en Colombia Luisa Fernanda Ardila Díaz, Andrea Carolina Duque Londoño, Daniel Fernando Clavijo Bolivar, Yuliana Cepeda Puentes , Cristian Moreno Garzón, Valentina Rodriguez Pinzón, Camila Jurado Cuartas, Silvia Gabriela Salas, Silvia Catalina Pinzón Meza, Diana Paola Rodriguez, Andrés Felipe Mora Martínez, Karen Valentina Correa Gómez, Juan Esteban Neira Aguirre, Valentina Maya Urrego, Laura Camila Hinojosa Urbina, María Lucía Castañeda Ballen, María Fernanda Pacheco, estudiantes de Comunicación Social y Periodismo. Conoce, en este capítulo, una nueva apuesta en productos menstruales y la situación actual del emprendimiento femenino en el país. Ver también: Iniciativa para la salud mental de víctimas de accidentes viales Compartir

  • La tierra del olvido

    La tierra del olvido María Fernanda Pacheco Méndez, Comunicación Social y Periodismo Fecha: La cobertura de internet en el Bajo Baudó es deficiente, lo que obliga a los profesores de un colegio en el Chocó a viajar en lancha para repartir el material de trabajo en las comunidades. Lea también: Construyendo sueños entre montañas Compartir Foto: María Fernanda Pacheco Ménde Antes de la cuarentena, la lancha del Colegio Hernando Palacios salía todos los días a las 6:00 a. m desde la comunidad de Mochado a recoger al 60% de los 388 estudiantes que viven en comunidades aledañas, tales como Cabre y Puerto Bolívar. Los chicos emprendían un trayecto de 45 minutos por el río Docampadó, una suerte de serpiente ancha, larga y, por temporadas, de alto nivel, para llegar a la sede principal de su institución educativa, en Belén de Docampadó. Este colegio cuenta con diez aulas de clase, de las cuales algunas tienen goteras y grietas en las paredes. No hay batería sanitaria ni biblioteca, tampoco hay laboratorio de biología ni sala de sistemas... bueno, lo poco que quedaba se derrumbó por completo. Los estudiantes se acostumbraron a recibir sus clases en medio de las irregularidades de infraestructura. Una vez terminaban su jornada académica a la 1:00 p. m, salían corriendo directo a la lancha para emprender el mismo trayecto de 45 minutos de regreso a casa. Llegó la pandemia del covid-19 y esta rutina cambió radicalmente. Con la cuarentena, la comunidad educativa se enfrentó a otro problema que los ha perseguido durante años, la conexión a internet. Según lo informó la Secretaría de Educación del Chocó, en junio del 2020 solo el 13% del departamento tiene cobertura de internet y la mayor penetración está en Quibdó. Además, solo el 21% de los estudiantes tiene acceso a un computador una vez al mes. Sin embargo, los profesores y directivos no han dejado a un lado su labor, porque como dice el grupo musical chocoano ChocQuibTown en su canción De Donde Vengo Yo : “La cosa no es fácil, pero igual sobrevivimos [...] De tanto luchar siempre con la nuestra nos salimos”. 26 de septiembre del 2020, Belén de Docampadó- 7:00 a.m. Belén de Docampadó es un corregimiento del municipio del Bajo Baudó, en el departamento del Chocó; un departamento ubicado al noroeste de Colombia, en la región del Pacífico. Las calles son de barro y hay una iglesia en una lomita, un elemento de orientación y exaltación para sus habitantes y para quienes visitan el lugar. Además, hay un puesto de salud, que hace poco fue ocupado por un médico que llegó para atender posibles casos de coronavirus. El clima varía entre calores intensos y fuertes lluvias. Su población se caracteriza siempre por su amabilidad e inigualable acento chocoano. El colegio Hernando Palacios nació en aquel corregimiento, pero este tiene un pedacito de sí mismo en varias veredas donde se levantan sus otras sedes académicas, enfocadas en básica primaria, ubicadas en las comunidades Cabre, Puerto Bolívar, Mochado y Pie de Docampadó. Los profesores de cada sede trabajan en paralelo. Cuando el reloj está a punto de marcar las 7:00 a.m, empiezan a enviar unas guías académicas que previamente han diseñado para sus estudiantes. “Cada semana se diseñan guías pedagógicas, las cuales pasan por varios filtros. Primero, llegan a la Secretaría de Educación del Chocó y allí las revisan. Luego, se las envían al rector del colegio y, de ahí, pasan a la parte administrativa”, explicó Astrid Castaño*, quien había dejado su tierra en el 2015 y, en marzo del año en curso, regresó para ayudar con la continuidad de las clases durante la cuarentena. Por su parte, en una casita del corregimiento, Teresa Rivas*, madre soltera de 41 años, está en el comedor con sus dos hijos para acompañarlos durante la jornada escolar. Su hijo David*, de 17 años cursa grado décimo y su hija Juliana*, de 11 años, cursa sexto grado. Las guías ya les han llegado, unas son físicas; y otras, digitales, que han llegado por WhatsApp. Teresa trabaja en lo que le salga, lo que para muchos colombianos sería ‘el rebusque’. Pero cuando se queda en casa hace un gran esfuerzo por entender las guías académicas y ser de ayuda para sus hijos. Ella se sienta al lado de Juliana*, quien necesita más atención. Las dos empiezan a desarrollar una guía de Español, donde van a estudiar el concepto del adverbio y sus distintas clasificaciones. Mientras tanto, David* desarrolla una guía de Química. En esta encuentra las competencias a desarrollar, los objetivos, los desempeños, una rúbrica de evaluación y los contenidos. Al joven le corresponde aprender los tipos de reacciones químicas, el concepto de una ecuación química y su interpretación “Los tipos de reacciones inorgánicas son: Ácido-base (Neutralización), combustión, solubilización, reacciones redox y precipitación... ”, leyó el joven… Después, prosiguió a desarrollar las actividades didácticas: 1) Identifica las siguientes reacciones y clasifícalas 2) Para las siguientes ecuaciones, identifica sus miembros y escribe cómo se lee esa ecuación 3) Encuentra en la siguiente sopa de letras las siguientes palabras. A David le faltaba llevar a cabo un experimento que tenía que ir registrando con fotografías para poder enviar evidencias. Necesitaba huevos crudos, vinagre y un frasco de cristal. Él tenía que observar lo que pasaba con la cáscara del huevo, identificar la función del vinagre y reconocer la reacción química que resultó. Buscadores en internet como Google y Youtube serían de gran ayuda para la familia Rivas*, sin embargo, no todos los días pueden visitar la única caseta de internet del corregimiento y comprar un pin (código que se digita en los teléfonos) para tener acceso a la red. “El más económico cuesta 2.000 pesos, el cual garantiza una conexión de 12 horas; y el de 5.000, una de tres días. Aquí la economía es complicada, entonces a veces nos toca sin pin”, explicó Teresa. El gobernador del departamento, Ariel Palacios Calderón, afirmó que, antes de la cuarentena, se estaba realizando un trabajo con el Ministerio de Educación para disponer alrededor de 500 puntos en el departamento para mejorar la señal. “En este momento no sabemos cómo va ese contrato, porque ese es un contrato a nivel nacional”, agregó Palacios. Sede Puerto Bolívar - 9:30 a.m. Va transcurriendo la mañana y el profesor de la sede ubicada en Puerto Bolívar, Juan Osorio*, de 45 años, divide su tiempo para los cursos que tiene a cargo. Él ya ha enviado las guías a los estudiantes de los grados tercero y cuarto. Mientras que sus niños se reportan, si es que la señal se los permite, recuerda su día a día antes de la cuarentena. La sede a la que pertenece tiene cinco salones y dos docentes, incluyéndolo a él. Se desplazaban de un salón a otro para estar pendientes de todos los cursos. Ahora, durante la cuarentena, se ha capacitado para saber distribuir su tiempo entre cada grupo. Pasan los minutos y al profesor Juan* le llegan algunas preguntas. Resuelve todas las dudas de sus pequeños estudiantes, pero no corre con la suerte de que todos los niños se reporten. En esta y otras sedes, los docentes han identificado que a sus pupilos, la mayoría de 10 años, les cuesta enfocarse en los deberes académicos. Por eso, los padres son quienes les hacen llegar las evidencias del estudio, pues de ser por voluntad propia a los chicos les costaría enviar los ejercicios de las guías. El profesor, al igual que sus otros colegas, comprende que es complicado tener la atención completa de los niños, razón por la que los padres juegan un papel importante, ya que a pesar de que algunos son analfabetas, hacen el esfuerzo de dividir su tiempo entre sus trabajos -muchos de ellos se dedican a la agricultura, la pesca y la obtención de madera-, y el tiempo en casa para vigilar que sus hijos estén cumpliendo con sus deberes académicos. La bandeja de entrada del profesor no está tan llena como él lo esperaba, pero guarda la esperanza de que mañana la situación sea diferente. Recorrido por el río Docampadó, 10:00 a.m. Un grupo de profesores se dirige hacia las comunidades donde se encuentran las otras sedes del colegio Hernando Palacios. Tienen que hacer un recorrido en lancha para llevar el material de trabajo y los mercados que llegan del PAE (Programa de Alimentación Escolar) a cada uno de sus estudiantes. MinTIC emitió un comunicado el 6 de marzo del 2020, donde se informó la puesta en marcha del programa Última Milla , el cual pretendía instalar inicialmente más de 200.000 accesos a internet. Se dijo que uno de los departamentos beneficiados sería el Chocó. Hoy, lo único que está llegando a las casas de los niños son las guías de trabajo físicas. Los profesores están cansados, pero sacan fuerzas para regalar sus mejores sonrisas a los niños. Estos ángeles que se transportan por las diferentes veredas le pasan revisión a los niños que llevan horas y hasta días, sin dar algún reporte. Solucionan las inquietudes y, al terminar la jornada, se dirigen hacia la lancha para regresar a casa. Belén de Docampadó, 10: 30 a.m. Astrid* está haciendo seguimiento de la jornada escolar e identifica un caso que está relacionado a lo que le ha sucedido al profesor Juan Osorio*. Los estudiantes ya no están tan motivados con las guías. A veces los padres de familia son los que les pegan el empujoncito a sus hijos para que respondan por sus deberes. También se da cuenta de que a algunos de los estudiantes les está costando comprender las clases de matemáticas. No basta con las constantes explicaciones a través de WhatsApp o del paso a paso consignado en las guías. “Usted sabe que para entender bien un tema de matemáticas hay que practicar y practicar. Es mejor si las clases son presenciales, porque es muy difícil así como lo estamos haciendo. Además, la señal no ha colaborado mucho, pues esta se viene y se va y hay que ubicarse en lugares donde llegue un poco, así como estoy haciendo ahora mismo”, señala Astrid. Esta puede ser una causa de otro problema creciente en los últimos días: la deserción escolar. Estudiantes de octavo y noveno, algunos de 17 y 18 años, han decidido dejar a un lado sus deberes académicos y ya han informado que se van a trabajar con sus padres en agricultura y pesca. Además, Astrid sigue recibiendo comentarios de padres de familia que han dicho que sus hijos van a repetir el mismo curso, pero para el 2021, pues sienten que el aprendizaje no está siendo igual que antes. 1:00 p. m Los profesores que estaban haciendo el recorrido en lancha llegan a Belén de Docampadó y entregan un último mercado en la casa de Teresa Rivas*, el cual está conformado por tres libras de arroz, un paquete de pasta, una lata de atún, un frasco de aceite de los pequeños y media libra de azúcar. “Si me tocara comer con ese mercado bien distribuido, me estaría alcanzando para cuatro días, porque somos tres. Tendríamos que comer arroz seis días, porque a cada niño le llega un mercadito, entonces imagínese usted ahí” , agregó Teresa. En lo que va del año, los mercados han llegado tan solo cuatro veces a los hogares de cada familia. A esta hora ya todos han terminado su jornada escolar. Fue un día más de tantos que faltan. La comunidad educativa, en general, anhela volver a la presencialidad, pero, por el momento, las posibilidades son nulas. “Complicado, complicado, complicado” , así es como Astrid Castaño*, Fernando Bermúdez * y Juan Osorio* ven la reapertura del colegio y sus sedes. En cuanto a infraestructura, el gobernador mencionó que se encuentran en una etapa de diagnóstico en los colegios del departamento, un trabajo que está realizando de la mano con la secretaria de educación, Katherene Guerrero. “Vamos a invertir donde lo necesitemos. Si tenemos que construir o mejorar un centro educativo, lo vamos a hacer. Nosotros tenemos alrededor de 140.000 millones de pesos, a pesar de que las regalías han bajado sustancialmente”, concluyó el gobernador. La comunidad tiene claro que hay que volver solo si se arreglan las instalaciones para la seguridad de todos y, sobre todo, cuando les permitan tener un mejor acceso a agua potable. Porque si antes no había agua ni para tomar, ¿cómo se pretende ahora tenerla para cumplir con los protocolos de bioseguridad? Según un informe del DANE del 2020, la cobertura de acueducto solo llega al 28,5% del Chocó. Hasta el momento, la comunidad educativa del colegio Hernando Palacios sigue sufriendo por la falta de agua. Por el momento, los profesores y estudiantes seguirán llevando a cabo las clases con lo poco que tienen. Los padres de familia seguirán involucrados en los asuntos de sus hijos y, a la vez, continuarán con sus trabajos en agricultura, pesca y obtención de madera para llevar sustento a sus hogares y, sobre todo, para comprar los pines que permiten que sus hijos accedan a internet. Todos guardan la esperanza de que, al abrir una llave, el agua no salga sucia. Tienen la esperanza de que les llegue un acceso a internet estable. Anhelan dejar de ser la tierra del olvido y que, un día no muy lejano, las promesas del gobierno por fin se vean materializadas. *Los nombres de las fuentes testimoniales fueron cambiados por razones de seguridad.

  • Presión de oro

    Presión de oro Ana María Gómez Ruano, estudiante de Comunicación Social y Periodismo Fecha: La disciplina de los deportistas rusos los ha posicionado como competidores vigorosos. En la batalla por estar bajo el reflector y recibir una ovación, son capaces de llegar a las últimas instancias para conseguirlo. Lea también: Héroes apócrifos Compartir Foto: El caso de dopaje en la patinadora rusa de quince años, Kamila Valieva, ha despertado críticas en el mundo deportivo. La indignación no se hizo esperar. La opinión pública pedía que se le desclasificara por someterse a esta deshonesta práctica. Los medios se convirtieron en jueces. Señalaron a la entrenadora por permitir (y se le acusó de patrocinar) que una niña fuera expuesta a sustancias químicas. Cuestionaron al Comité Olímpico por no ejercer sanciones estrictas. Criticaron a la patinadora por doparse a tan corta edad; pero, ¿por qué condenan esto como un hecho aislado en vez de analizar el problema de raíz? Rusia, históricamente, no ha sido una competidora justa. En los Juegos Olímpicos de Invierno, Sochi 2014, la emisora alemana ARD emitió el documental “Dossier secreto dopaje: cómo fabrica Rusia a sus campeones”, donde denunció el proceso sistemático de los atletas de este país y el encubrimiento de las autoridades a los controles. Tras las acusaciones, la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) inició una investigación en 2015, y en noviembre de ese año, se la acusó como culpable. En 2016, el exdirector del Centro Antidopaje de Moscú, Gregory Rodchenkov, quien había huido a Nueva York con copias del disco duro del ordenador central del laboratorio, reveló al 'New York Times' que 15 medallistas rusos estaban dopados y que el Comité para la Seguridad del Estado Ruso colaboró con ellos cambiando los análisis de los deportistas. Esto planteó un hecho sin precedentes: el gobierno promovía a que sus propios ciudadanos quebrantaran políticas internacionales con propósito de cumplir las expectativas que ellos mismos imponían. Los datos marcaban como sospechosas 578 muestras de orina de 298 deportistas diferentes. Para validar si los resultados eran positivos, se le pidió al laboratorio la documentación informática que acompañaba cada análisis, y que pudiera señalar presencia de sustancias prohibidas. En consecuencia, al año siguiente, se sancionó al Comité Olímpico Ruso. Sin embargo, se estableció que los deportistas que no hubieran estado involucrados y salieran negativos a la prueba de doping podían competir en Pyeongchang 2018 bajo una bandera neutral. Debido a las investigaciones, la AMA viajó a la capital rusa en el otoño de 2018 y en enero de 2019, encontraron 2.262 muestras de orina como materia prima de investigación . Cuando comenzaron a analizarlos, comprobaron la existencia de manipulaciones informáticas para intentar borrar datos: se cambiaron fechas e introdujeron pruebas falsas, lo que impidió comprobar los casos sospechosos de dopaje. Esto ratificó cómo al país no le importaba saltarse las normas y pasar por encima del bienestar de sus atletas para garantizar el éxito. Este comportamiento de Rusia, una de las naciones más importantes deportiva y socialmente, solo puede ser descrito como vergonzoso y decepcionante, y reafirma la idea de que esta federación no puede ser considerada como un "ejemplo a seguir". Ante este escándalo, en diciembre de 2019, la AMA puso una fuerte sanción contra el país, dejándolo fuera de todas las competiciones internacionales durante cuatro años. En este mismo período, los dirigentes rusos tampoco podrían formar parte de ningún órgano directivo del deporte mundial, ni acoger la organización de campeonatos mundiales deportivos. Fue así como los Juegos de Tokio 2020, y posteriormente los de Beijing 2022, fueron inusuales. No solo por el aplazamiento de las justas deportivas, sino porque estos se convirtieron en los primeros juegos de verano, desde 1984, cuando se produjo un boicot soviético, en los que no estuvo presente Rusia, al menos de forma oficial. Los atletas no portaron su bandera nacional, sino una blanca con una antorcha con los colores rusos. El himno Patrioticheskaya Pesnya fue reemplazado por el concierto para piano N. °1 de Tchaikovsky. Varios deportistas expresaron su descontento con la medida pues consideraban que afecta su sentimiento de patriotismo porque no sentían la misma emoción al representar a su país, incluso si este era deshonesto. Más allá de discutir si la patinadora de 15 años empleó el dopaje para mejorar su rendimiento físico, el foco debería recaer en la presión que ejercen tanto el Comité Olímpico Ruso, como el Kremlin en los atletas. Observamos cómo esta historia se repite. Si bien se esperaba que la penalización redujera los casos, o al menos hiciera que Rusia reflexionara sobre ellos, vemos cómo esta práctica sistemática continúa, y parece que aún nos acompañará por varios años. Mientras la polémica participación de Kamila Valieva ha llegado a su final, la presión de obtener el primer lugar continuará ¿Hasta cuándo seguirá esta guerra para demostrar la superioridad?, ¿cuál es el límite entre exigirles a los deportistas y tratarlos como máquinas?, ¿cuándo entenderán los rusos que, en vez de posicionarse como poderosos y respetables, se exponen como tramposos e incapaces de ganar por sí mismos? El deseo de ganar, en vez de situarlos en lo más alto, les está costando su credibilidad.

  • ¿Cómo vamos en educación virtual?

    ¿Cómo vamos en educación virtual? Tatiana Sarria Fernández, Comunicación Social y Periodismo Fecha: La conectividad sigue siendo un gran obstáculo para las instituciones educativas, por falta de presencia del Estado en algunas regiones del país. Lea también: La tierra del olvido Compartir Foto: de Keira Burton en Pexels Alexandra Fuenmayor ha dedicado gran parte de su vida a la educación. Lleva 25 años ejerciendo como docente, de los cuales los primeros diez trabajó en el sector privado. En la actualidad enseña en el grado primero de primaria, en una institución oficial de Terrón Colorado, un barrio ubicado a las afueras de Cali, Valle del Cauca. “Siempre le había pedido a Dios que me colocara en un lugar donde la gente en verdad me necesitara”, explica. Siempre con dedicación y amor trata de enseñar y motivar a sus estudiantes a salir adelante ante las adversidades que en muchos casos parecen difíciles, pero no imposibles. Para miles de profesores, la pandemia del covid-19 fue una verdadera sorpresa, pero en la institución en la que trabaja Alexandra Fuenmayor, los directivos y profesores días antes se adelantaron a la situación. Elaboraron guías y por medio de encuestas indagaron cuál era la situación en la que se encontraban sus alumnos, para no interrumpir los procesos de educación que ya llevaban los niños. El 23 de marzo del 2020, el gobierno expidió el decreto 457 de 2020, en el cual imponía el aislamiento preventivo obligatorio en el país y las medidas que debían ser seguidas por los ciudadanos para evitar el contagio. Pero incluso días antes, el sector de educación detenía las actividades presenciales en la gran mayoría de instituciones, tanto públicas como privadas del territorio, por medio de la circular N°021 emitida por el Ministerio de Educación, el 17 de marzo, en la cual decretaba el trabajo académico desde casa y de forma remota, dando pie a una nueva realidad llena de incertidumbre y angustia para los estudiantes y educadores. Los desafíos de la virtualidad Las clases se trasladaron a las nuevas aulas digitales, Zoom, Google Meets, correos y en otros casos, WhatsApp. Pero estas nuevas plataformas no son tan sencillas de utilizar como parecen y más en un país donde son pocos los que cuentan con el privilegio de tener conexión a Internet. Según un estudio del Laboratorio de Economía de la Educación, en Colombia el 96% de los municipios tienen problemas de conectividad , es decir, que más de la mitad de estudiantes de bachillerato y primaria no pueden acceder a herramientas digitales ni a internet. El salón de clase de Alexandra cuenta con 22 alumnos, de los cuales solo 2 poseen un computador en casa, aproximadamente la mitad de los niños cuentan con servicio de Internet, pero solo disponen del celular de sus padres que pueden utilizar en las noches o fines de semana cuando sus familiares no se encuentran laborando. Hay algunos que no cuentan con la misma fortuna y en muchas ocasiones deben destinar dinero del día a día por unos cuantos minutos de aprendizaje y conocimiento en algún café internet o por medio de unas cuantas recargas de Internet para el celular. Para Celmira Flores, quien se desempeña como docente desde hace 39 años, uno de los mayores retos que han tenido que enfrentar es el manejo de las plataformas digitales. “Uno a esta edad no sabe manejar muy las herramientas TIC”, expresa. Si no se utilizan las nuevas tecnologías de la forma adecuada se pueden generar retrocesos en las actividades y aprendizajes de los niños. “Hay que tener mucha paciencia con los estudiantes y brindar constante apoyo para que continúen”, dice. “Ha habido muchos retos, el primero poder mantener todos los estudiantes conectados en las actividades, porque muchos padres de familia presentan dificultades económicas y de conexión; otro es poder motivar a los estudiantes para que no pierdan la energía”, explica Luis Carlos Obregón, docente de básica primaria desde hace más de 10 años en las zonas rurales en un municipio del Valle del Cauca. Los altos y bajos Algunos también creen que esta situación puede generar cambios positivos en el sistema de educación. Así lo expresa Mónica López, gerente académica de la Red Nacional Académica de Tecnología Avanzada (RENATA), quien por medio de esta organización brinda recursos y plataformas tecnológicas a diversos centros educativos del país para fomentar la investigación y la enseñanza. La implementación de estos nuevos recursos lograría mayor número de oportunidades para el acceso a la educación. “Yo creo que en las situaciones de presión uno puede generar mejores resultados”, indica López. La virtualidad simplificó los tiempos de estudio y trabajo, brindó la comodidad de laborar desde el hogar. Esto era lo que creía en un principio Alexandra, quien acostumbraba a levantarse a las 4 de la mañana y atravesaba toda la ciudad para comenzar su jornada junto con sus alumnos . Ella ya no cuenta con un horario fijo, en el día se dedica a elaborar y enviar guías de estudio, resolver las dudas de sus estudiantes a través de WhatsApp y asistir al sin fin de charlas que organiza la Secretaría de Educación para capacitar a sus docentes. Sin embargo, la calidad de la formación no solo se basa en las herramientas, recursos e infraestructura que posee una institución. César Vega, investigador junior del Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana (LEE), considera que otro factor clave para garantizar una buena educación y romper la desigualdad social es por medio de la capacitación de docentes. “Para reducir las brechas es necesario tener capital humano que esté mejor capacitado y preparado, algo que se debe tener en cuenta tanto en la pandemia y después de esta”, expresa. Las grietas del sistema “Se va a crear un hueco en la formación de estudiantes, van a llegar menos capacitados y van a tener menos posibilidades de pasar las pruebas de estado y llegar a la universidad”, admite Jorge Iván Henao, coordinador regional del proyecto de plan de escritura y lectura de CERLALC (Centro Latinoamericano para la promoción del libro en América Latina y el Caribe) y quien trabaja de la mano con el Ministerio de Educación. Según la UNESCO, antes de la cuarenta, en países con ingresos bajos o medios, el 53% de los niños tenía un bajo nivel de escolarización y aprendizaje , lo cual con la llegada del covid-19, se podría incrementar. Rennier Ligarretto, profesor de la Facultad de Educación de la Universidad Javeriana, manifiesta que la situación refleja: “una falta histórica de inversión sostenida y la poca relevancia que tiene la educación para los gobiernos de turno , la conectividad debe ser un derecho en la era digital”. Las entidades públicas realizan encuestas, informes y formularios con el fin de saber las necesidades de los niños y buscar soluciones, pero al final son los docentes los que terminan diseñando estrategias para evitar que los alumnos se retiren y continúen en sus procesos de aprendizaje . “A Colombia le falta mucho, los niños están en un desnivel para poder acceder a las herramientas y medios de educación”, explica Alexandra Fuenmayor. Ausencia en las aulas Otro de los grandes problemas a los que se enfrenta el país en cuanto a este tema es incrementar la tasa de deserción estudiantil. Según un informe del LEE, la tasa de deserción escolar anual en Colombia es de 3% y la de repitencia es de 2%. En el país ya se presentan más de 10.000 casos de deserción en algunas de las principales capitales. En Medellín la Secretaría de Educación calcula que existen más de 8.200 estudiantes que han abandonado las clases . En Barranquilla se reportaron otros 5.000 alumnos que no han vuelto a conectarse durante estos meses. En Cali, la secretaría ha registrado cómo ha disminuido el número de matrículas para las instituciones oficiales que son calendario B. La situación actual está generando nuevas brechas, ya no solo entre los colegios públicos y privados, sino también dentro de las mismas instituciones oficiales, entre los estudiantes que tienen acceso a internet y entre los que no. “El gobierno se debe preocupar de los recursos para fortalecer la educación, y para estar preparados para cualquier situación”, afirma Henao. Un largo camino El Ministerio de las TIC (MinTIC) y el Ministerio de Educación (MEN), han venido trabajando en estos últimos meses en estrategias que permitan garantizar la educación y conexión de miles de niños en Colombia. Han puesto en marcha el Plan Ejecutando y Conectando, por el cual se han instalado zonas digitales en 99 municipios de 19 departamentos, que permiten ingresar de forma gratuita a internet por medio de diversos dispositivos como tabletas, celulares y computadores. Además, ha logrado entregar 89.000 equipos en 1130 sedes educativas y otros proyectos más , con el fin de generar mayor conectividad y ayudar al MEN a cumplir los retos de la educación virtual en la actualidad. Para las entidades gubernamentales ha significado un verdadero desafío garantizar los materiales y la conexión en las diversas regiones por la compleja geografía del país. El viceministro de conectividad, Iván Mantilla, manifestó: “Se ha trabajado para que sin importar lo distante del territorio o su difícil acceso, podamos llegar con servicios de telecomunicaciones a sitios como la isla de Malpelo, los cayos ubicados en el archipiélago de San Andrés, Tarapacá en Amazonas o Bahía Honda en La Guajira, buscando siempre beneficiar a la mayor cantidad de comunidades rurales”. Entre tanto, abrumada, Alexandra en las noches no deja de pensar en si sus alumnos entendieron y lograron realizar las actividades, intenta idear nuevas formas de recaudar dinero y celulares para que sus estudiantes puedan conectarse. Además, imagina y anhela el momento en el que pueda otra vez reencontrarse y compartir con sus niños en los salones. “Extraño poder ver a los niños, poder reírme con ellos, disgustarme con lo que hacen y llamarles la atención”, dice, reflejando en su voz un gran sentimiento de nostalgia. Cada día, tanto profesores como alumnos, ansían con volver a la presencialidad, ya que, a pesar de que el gobierno está tomando medidas para garantizar educación a la mayoría de la población, para romper la desigualdad y garantizar educación de calidad que llegue a todos los rincones del país, aun queda un largo camino por recorrer.

  • ¿Genialidad o autoplagio?

    ¿Genialidad o autoplagio? David Santiago Medina Fecha: Las apariencias y concepciones son más amplias de lo que se cree. Lea también: Sesgados Compartir Foto: Norbert Kundrak de Pexels Recuerdo muchas veces en que se me ocurría una idea o un argumento que resultaba ser el correcto para la situación en la que se necesitaba una solución. A esa ocurrencia la llamaba “brillantez”, y me sentía muy orgulloso de mí mismo, me sentía un genio, a veces incluso un superdotado por dar con la solución correcta para un problema o la mejor respuesta para preguntas sobre diversos campos del conocimiento, todo gracias a mi mente maravillosa y “prodigiosa” (sé lo que están pensando, “pobre niño egoísta e ingenuo”). El tiempo siguió su curso y mis ínfulas crecieron, pero la sencillez es lo que separa a las personas orgullosas de las correctas. Podrán imaginar mi sorpresa cuando en bachillerato me enseñaron a consultar e investigar fuentes verídicas y me di cuenta de que alguien ya había pensado exactamente lo mismo que yo. Y así, golpe tras golpe de realidad, mis murallas ególatras y narcisistas fueron cayendo, piedra por piedra, mi convencimiento, de ser un prodigio intelectual con tan solo 16 años, quedó ahí. ¿Por qué tiene que ser así? Llevaba años matándome la cabeza para hallar una respuesta. Me gradué del colegio y mi incesante pregunta comenzó a aplacarse cuando llegué a la universidad. ¿Cuál puede ser la diferencia entre la educación básica secundaria y la superior? Que la superior realmente nos enseña cómo funciona el mundo que nos rodea. En la universidad terminé de disipar esa duda en la clase de teorías de la comunicación. ¡Sabía que había una respuesta coherente para esta clase de cosas! Bendita la psicología y la neurociencia. Creo que difícilmente habría dado con la criptomnesia si no fuera por la carrera que estudio. La criptomnesia explica esta clase de fenómenos, también conocida como el “autoplagio”, porque nos hace creer en cosas que “no pasaron” cuando realmente sí pasaron, pero no nos acordamos del tránsito por la memoria inconsciente. El psicólogo Adrián Triglia explica que este es un fenómeno difícil de entender “para alguien que crea que nuestra propia memoria no tiene ningún secreto para nosotros porque, al ser súbdita de las órdenes de nuestra consciencia, no puede regirse por normas demasiado caprichosas o ajenas a nuestra voluntad”. Incluso nuestra mente burla la lógica para mostrarnos un mundo de posibilidades a raíz de memorias que no percibimos con toda nuestra atención. Triglia pone ejemplos como los de las canciones. Afirma que “estos casos son muy frustrantes para la gente que no sabe cómo plasmar la música en pentagramas y ni siquiera tiene a mano los medios necesarios para registrar el sonido de la nueva composición”. Lo que parece un destello de genialidad se reduce a “una versión sobrecargada e innecesariamente larga de la musiquilla que suena en un anuncio de champú”, complementa. Saber sobre la posibilidad del autoengaño motiva a otra pregunta: ¿El mundo ya se nos fue entregado "libreteado"? Hasta donde se conoce, sí; pero rápidamente viene a mí una frase que fácilmente puede ser el “credo” de la filosofía: “el conocimiento es infinito”, la historia se escribe cada día de la existencia y lo seguirá haciendo hasta el fin del mundo, incluso después, la existencia misma seguirá sin nosotros. Por lo tanto, no podemos dejar que el conocimiento que ya poseemos nos limite a buscar más. Sin embargo, una persona que sobrepiensa, como yo, genera una pregunta tras otra. Así que surge una nueva: ¿Voy por el buen camino? ¿Para llegar a dónde? ¿A la intelectualidad?, ¿a la plenitud?, ¿a la paz interna? Se supone que iba a ser solo una pregunta, pero creo que ya me entienden a qué me refiero con sobrepensar. ¿Y las respuestas? No lo sé y tampoco sé si algún día lo sabré, si alguien más lo sabe. Pero, por algo vivimos en comunidad, por algo nadie lo sabe todo. Pero todos sabemos algo.

Escucha aquí los podcast de Conexión Sabana 360 

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